13 septiembre 2006

Caminar

Camina con la mira perdida, más delgado, más sucio, más ajeno al mundo real que nunca. Circula siempre por los mismos lugares, dando vueltas sobre su propia miseria, como si un muro invisible le impidiera salir hacia otras calles, como si creyera que así pertenece al menos a algún sitio. Miradas de desprecio se posan sobre él, negativas hastiadas le responden, el paso aceleran los que no quieren tenerlo cerca. Pero él nunca desiste, ya no comprende el rechazo que provoca, ha descendido ya demasiados peldaños por la escalera del infortunio. Camina sin remisión hacia un completo autismo social. Casi no reacciona ante ningún estímulo externo. En cualquier momento, mientras pasees por la Plaza de Cascorro, deambules por Embajadores o te acerques a la Plaza de la Cebada, un hilo de voz emergerá de la nada, dirigiéndose hacia ti o hacia otro. Un hilo de voz que recuerda con dificultad cómo tronaba hace años esa garganta. Un hilo de voz que siempre emite la misma letanía: “¡Amigo! ¿Tienes una moneda?”. Nada más. Sólo eso. Nunca fuerza, nunca te persigue. El desprecio y la indiferencia suele ser la respuesta habitual. Pasamos a su lado sin ni siquiera lanzarle una mirada compasiva. Ya nos cansamos de hacerlo. La rutina de la miseria. La costumbre de la desgracia.

Hace ya cuatro años. Hacía muy poco que vivía en Madrid. Aceleraba el paso para ver un partido en un bar cercano. Fue la primera vez que lo vi. Más sano, menos ido, con más pelo. La misma tristeza en su mirada. Le di unas monedas. Tranquilicé mi conciencia y entré en el bar. No noté su presencia hasta unos segundos más tarde. Detrás de mí echaba excitado mis monedas y otras en una máquina tragaperras. Sus ojos brillaban con el fuego del deseo, con la esperanza de la promesa. El camarero siguió mi mirada y captó lo que observaba. Con evidente condescendencia y asco, como si mirara a un despojo que habría que eliminar, un infrahumano sin sentimientos ni miedos, me comento con desdén: “El mierda éste, siempre pidiendo para gastárselo todo en las máquinas”. Después, tras observar que el tipo había perdido ya el dinero y andaba pidiendo a otros clientes, salió de la barra y a empujones lo sacó del local.

Camina siempre solo. Jamás le he visto con nadie. Muerto en vida. Una vida sin presente ni futuro. Algún día te lo encontrarás. Desde las sombras, sin sonrisa, dentro de unos vaqueros gastados que parecen deseosos de llegar al suelo, ajenos al cuerpo que intentan ocultar. Te pedirá una moneda. Seguramente no se la darás. Yo, ya, tampoco. Pero al menos, si puedes, evita ese gesto superfluo de impaciencia y asco. Hazlo, aunque sólo sea por ti. Para no darte asco a ti mismo.

11 septiembre 2006

Las mentiras de una guerra

El senado de EEUU confirma ahora que no hay ninguna prueba de la relación entre Sadam y Bin Laden. No hay ninguna prueba.

A este dato le podemos añadir que desde la invasión de Irak, los americanos y sus aliados han sido incapaces de encontrar ningún rastro de armas de destrucción masiva en el país.

Han pasado más de tres años desde el comienzo de la guerra de Irak. Los motivos por los que se fue a esa guerra eran por tanto absolutamente falsos. ¿No lo sabíamos? No me lo termino de creer. Pero no escucho a ninguno de los que entonces apoyaron a Aznar en su vínculo con los americanos, rectificar ni una de las afirmaciones que entonces hicieron con desdén, sobre la necesidad de invadir un país saltándose todo el ordenamiento internacional. Pobre y anoréxico ordenamiento sí, pero el único que tenemos y que nos debiera diferenciar de épocas anteriores.

Lo siento, no me vale el argumento de la fe o la confianza. No me vale el descargar responsabilidades intelectuales propias diciendo que creyeron a sus líderes cuando descaradamente les mentían día sí y día también, mientras las Comisiones de control de turno confirmaban que no se podía asegurar ninguna de las gratuitas afirmaciones que colocaban a Irak en el centro de la trama terrorista internacional, y mientras la prensa mostraba el entramado armamentístico-petrolífero del asunto. La fe es la que hace que la razón sea apartada y ninguneada. Demasiado bien lo sabemos y lo criticamos en el caso de los islamistas radicales. No sirve como justificación o atenuante. Quizás como agravante.

Yo recuerdo con nitidez a Colin Powell en la sede de Naciones Unidas mostrándonos los camioncitos captados por satélite en los que supuestamente se estaban trasladando las terribles armas de destrucción masiva . Yo recuerdo al presidente de mi país, declarando en A3, en una entrevista mamporrera de Buruaga (recién fichado por TeleAguirre), que los españoles debían creer lo que él les decía, que Sadam era un peligro internacional y que poseía las malditas armas. Yo recuerdo a muchos periodistas y tertulianos radiofónicos de entonces decir auténticas barbaridades sobre los que nos manifestábamos en contra de una evidente guerra ilegal. Yo recuerdo a mucha gente que defendía el ataque a Irak como algo justo y necesario en el contexto internacional existente. Autodefensa necesaria lo llamaban. Y nos interpelaban con acritud, si nos parecía mal derrocar a un tipo como Sadam. Recuerdo, desgraciadamente, con suma precisión.

Y no siento ninguna pena por el miserable de Sadam. Ni por sus hijos, ni por su élite. Pero ellos eran pocos, muy pocos. Quién quedó jodido, realmente jodido es el pueblo iraquí. Ahora no están en manos de un dictador. Es verdad. Ahora han sido masacradas miles de vidas, destruidas miles de viviendas, destrozadas miles de familias, condenados miles de proyectos personales. Ahora el país está en una permanente guerra civil. El terrorismo campa a sus anchas. Están ocupados por un ejército invasor que anda como loco por salir de allí, eso sí, una vez que han dejado atados y bien atados los contratos petrolíferos necesarios (en nombre de empresas privadas...¿Ejército mercenario, pues?). Y su futuro, tras todo el drama sufrido, parece ser quedar en manos de los más fundamentalistas islámicos del país, que como en otros lugares y en otros momentos de la historia, aprovecharán el caos y la miseria para imponer sus tesis más reaccionarias a una gente desesperada... Perdón, se me olvidaba, también tienen algo que algunos llaman democracia... Cojonudo.

Pero nos hemos cargado a un dictador. Vale. Bien. Pero sin extras. Me explico. Era un dictador que no amenazaba al orden internacional (ni armas de destrucción masiva ni lazos evidentes con el terrorismo internacional), ni pretendía la invasión de ningún país vecino. Un dictador local, vaya. Un hijo de puta de andar por casa. Puesto que la justificación final de tantos es que mejor sin el sátrapa, reitero desde aquí mi tesis de hace tres años. Ya no sirven los grandes motivos por lo que se quería derrocar a un dictador. Ya sólo quedan los poéticos motivos que sólo invoca la ciudadanía: democracia, libertad, justicia, igualdad, derechos.. Pues bien, como si de una cruzada se tratase espero que pronto a Irak le sigan otros países con evidentes fallas respecto a lo anteriormente citado: Corea del Norte, China, Cuba, Somalia, Sudán, Arabia Saudí, Pakistán, Libia, Guinea Ecuatorial, Marruecos...

Han pasado tres años. Mucho estamos tardando en nuestra cruzada ¿no? No escucho a los voceros de entonces clamar por las nuevas invasiones. Que no nos pase como en la segunda mitad del siglo XX, entonces no llegamos a tiempo para liberar a España, Argentina, Chile, Nicaragua, Portugal, Uruguay...

09 septiembre 2006

Pepe Rubianes, la censura y la libertad

Es censura. Por mucho que se quiera disfrazar. Es censura, miserable y sorprendente. Miserable por el tono melifluo con el que se ha ejecutado; sorprendente por la tranquilidad con la que se ha hecho y se defiende. Aunque lo más aterrador sea la aquiescencia con la que gran parte de la sociedad parece haberlo aceptado. Los hechos son claros, definitivos, no pueden ocultarse: la obra “Lorca eran todos” ha sido retirada del cartel del Teatro Español de Madrid (cuyo gestor es el Ayuntamiento) no porque contenga en su texto nada que sea ofensivo o políticamente incorrecto (motivo por el cuál la censura también sería discutible) sino por una declaraciones públicas que realizó su actor-director sobre un tema no relacionado en absoluto con la obra.

Terrible.

Si nos paramos a pensar en ello, obviando lo natural que parece ser pensar que los políticos son dueños de nuestros impuestos y no meros gestores de ellos, aparece una reflexión inevitable: la obra fue escogida para el cartel del Español mediante criterios artísticos y se retira de él por motivos políticos. Censura. Inapelable. Inaceptable.

Lo que dijo Rubianes hace meses en TV3 es una mamarrachada. Si me pidieran una opinión sobre este tipo y la forma en la que insultó al país donde vive, diría que es un auténtico gilipollas, además de un claro representante del más reaccionario pensamiento único pero... ¿Y qué cojones tiene eso que ver con esta obra de teatro? ¿Vamos analizar ahora todas las declaraciones públicas de aquéllos que utilicen centros públicos para exponer sus obras u opten a subvenciones para realizar sus trabajos? ¿Vamos a colocar cláusulas en los pliegos de las convocatorias públicas de ayuda en las que se indique que según qué cosas digamos en público los poderes políticos podrán suspender las subvenciones? ¿De cualquier tipo? ¿O sólo las de cultura? Porque en este país, afortunadamente, reciben ayudas mucho y diferentes colectivos culturales, sociales y empresariales. No daremos entonces ayudas a las películas en las que Almodóvar sea director porque dijo públicamente que el PP había pensado en un golpe de estado la noche del 13 de Marzo. Tampoco a la Iglesia, que habla públicamente de asesinatos en el tema de los abortos, acusando pues de asesinos a madres y médicos que en semejante trance se encuentran, a pesar de que actúen dentro de la ley. Tampoco a aquéllos que se declaren independentistas y aseguren no sentirse españoles. Así como a otros que hagan manifestaciones públicas en las que acusen al actual gobierno de España de confabulación con los asesinos del 11M. Y recordemos que lo importante no será el producto o trabajo por el recibamos la subvención, o la publicidad institucional (lo digo por algunos medios de comunicación) sino por lo que hayamos declarado en relación a otros temas ajenos a ello.

¿Cuál es el límite? Público es hablar en un bar sobre temas políticos. La libertad de expresión es de lo poco realmente valorable de las democracias occidentales. ¿Dónde nos deja este episodio? ¿Libertad bajo tu propia responsabilidad? ¿Con consecuencias económicas claras? ¿Sin ni siquiera una excusa tapadera? ¿Y mañana?

El caso de Rubianes no es único. Ahí tenemos el descarado boicot que se le hace a Albert Boadella desde los poderes políticos nacionalistas catalanes, o el evidente vacío que se le hizo a Garci para que no siguiera con su programa de cine en TVE cuando ocuparon los socialistas el mando del ente público. Pero lo de Rubianes, por lo descarado y la placidez con que se ha realizado es más peligroso, más nauseabundo.

Y no olvidemos que el que censura ante las presiones es Gallardón. Aunque hoy sábado El País le haga una entrevista para intentar salvarle la cara (El País... ¡Qué solo está Gallardón en el PP!). Cediendo a las presiones electorales y a las de su propio partido y sus voceros mediáticos. El verso suelto es cada vez más un ripio descartable. Muñeco de pim pam pum del ala dura de su partido e instrumento para atacar al PP desde la izquierda mediática, el alcalde de Madrid se encuentra hoy más solo que nunca. Y con lo de Rubianes se llena además de mierda cobarde apareciendo ante la sociedad como un monigote sin personalidad. Tristes momentos para un tipo con tanta ambición. Malos momentos para nuestras débiles convicciones democráticas.

30 agosto 2006

La teoría del ímpetu (y dos)

(Continuación del post anterior)

¿Cómo, pues, reconocer el ímpetu en los que nos rodean? Inevitablemente la única forma de detección posible y con la cuál debiéramos tener una probabilidad alta de acierto es mediante las conversaciones. En este ámbito, salvo con aquéllos que tienen atrofiadas o no desarrolladas unas mínimas herramientas de socialización, se debe descubrir cuál es el ímpetu de la gente. Mi preocupación y agobio (por el aburrimiento que además supone) es constatar que dicho rasgo no sólo no crece o se mantiene, sino que involuciona y se atrofia. Falta interés, falta tiempo, falta fuerza, falta sinceridad en las relaciones. Se imponen aburridas convencionalidades que proporcionan multitud de encuentros y conversaciones repletas de banalidades y tonterías. Se implementan unas normas sociales en las que no ser tú mismo es la clave de dichos encuentros. A medida que pasan los años parece natural y necesario aparentar ser otra cosa de la que eres de manera continua. Se establece una especie de código de conducta social en la que ocultamos nuestras aristas, nuestro fondo, nuestras verdaderas ideas sobre lo que hablamos, y este hecho aun siendo útil para permitir una amable convivencia (y por ese motivo es defendido por algunas personas que considero inteligentes) termina degenerando en un anquilosamiento permanente de las relaciones de la tribu, que impide el flujo de ideas entre diferentes personas y que obstaculiza la consecución de puntos de vista distintos al propio. Además, como en las mejores novelas de ciencia ficción, uno en el ámbito laboral y social se puede pasar tanto tiempo siendo la persona que no es, que finalmente termina por no serlo, por olvidar quién es o quién fue (o peor, recordándolo pero asumiendo que nunca puede utilizar ese rol, su propio yo, porque ya no tiene tiempo u ocasión). Se extiende y perpetúa así el estancamiento de cada uno de nosotros en las posiciones previas, antiguas. Cada vez es menor el reciclaje y la herrumbre comienza a parecer en muchos de los discursos.

Las causas son diversas, y yo desde luego no las conozco todas. En primer lugar, el tiempo. Para pensar y formarte tienes que tener la posibilidad de contar con tiempo. Aceptando (sería este asunto debate para otro post) que esta sociedad no nos lo permite pero que tenemos más de lo que tenían hace 300 años nuestros antepasados, debemos mejor pensar en tratar de optimizar el tiempo que tenemos. No de una manera capitalista, sino desde una vertiente más humanista, de formación y análisis del mundo que nos rodea, buscando un progreso real en el campo en el que el ímpetu de cada persona esté más desarrollado. A este tiempo, o la falta de él, se le añaden una serie de obligaciones sociales virtuales que han aparecido de la noche a la mañana y que ni de lejos intuíamos que íbamos que tener que someternos a ellas cuando cumplíamos los veinte: familia, eventos relacionado con el trabajo, bodas, relaciones laborales innecesarias... El trabajo, o la falta de él, es otra excusa extendida para estancarse mentalmente. Siendo ésta una realidad evidente y entendible, queda fuera de esta discusión, porque tratamos de aquellas personas que no tienen que sobrevivir, y por tanto no debiera servir como excusa en absoluto (y repito que se trata de un mal ampliamente extendido. Siempre es mejor echar balones fuera que aceptar que tú eres el principal causante de tu abandono personal).

Cuando éramos adolescentes y jóvenes veinteañeros, en muchos de nosotros el impulso parecía fluir con naturalidad. Era fácil encontrarte con gente con tus necesidades y desarrollarte con ellas y a través de ellas. ¿Por que era tan sencillo entonces? ¿Por qué es difícil encontrarlo ahora en muchos de los que entonces lo tenían o parecían tenerlo? Se podría apuntar como causa inicial la pose veinteañera universitaria (para aquellos que estuvimos en la universidad). Durante una época, según donde te movieras, era importante tratar de destacar en el campo en el que pudieras para prevalecer socialmente, y con respecto al otro sexo. Pero aun contando con este factor parecía haber mucho ímpetu entonces en los vehementes y encendidos discursos que cambiaban el mundo, el cine, la literatura, la sociedad o la política. Existían y convivían multitud de puntos de vista que se confrontaban con naturalidad e incluso con cierta sana violencia. ¿Dónde quedó? Tal ves simplemente fuera que ese ímpetu no se sustentaba en nada real, consistente, salvo en el vigor y la falta de responsabilidad de la edad. Faltaban lecturas que hiciesen evolucionar los planteamientos. Era divertido, pero retrospectivamente, un tanto insustancial. Demasiadas consignas sin preparación. Demasiadas soflamas bienintencionadas. Demasiado desdén para aceptar otras visiones, menos radicales pero más sinceras. Pero sin nada en lo que apoyarse, detrás de esas posiciones se fue descubriendo demasiada nada. Y tras ella, inevitablemente, el posicionamiento en posturas conservadoras (no necesariamente políticas).

La desertización avanza sin remisión. El estancamiento es generalizado, las conversaciones duran menos, son más aburridas. Se repiten demasiadas tonterías, se utilizan bases de datos almacenadas hace más de diez años porque no ha habido renovación... Hay más cansancio, más dejadez, menos necesidad de aparentar lo que ya es evidente que no se es. Los grupos parecen conformados e infranqueables. El error que eso supone es mayúsculo. En defensa de una amistades inquebrantables uno se reúne siempre con la misma gente, con los que se repiten siempre los mismos tópicos. Los temas de conversación se limitan cada vez más, pues las puertas que uno intenta abrir el otro ya no las quiere franquear; y lo que es peor no quiere que le cuentes lo que hay detrás porque supondría un esfuerzo ya inaceptable. Y esta actitud reacia a adentrarse por nuevos caminos se suele intuir con claridad, por lo que ya el primero, cansado, acaba por no intentar siquiera comenzar. Cerrándose así el círculo del silencio social, un silencio ensordecedor, cómplice tal vez, pero poco enriquecedor. Uno a uno parece que vamos cayendo todos, derrotados en pequeñas batallas que no conseguimos vencer, que no nos destrozan del todo pero que nos van haciendo mella lentamente, arrastrándonos hacia la introspección, el escepticismo o la anorexia mental. Por otro lado encontrar gente nueva con la cual conectar puede ser aún más difícil, porque las relaciones que con la edad se genera suelen ser desgraciadamente ficticias y habitualmente artificiales. Todos caminamos con la coraza social encendida a pleno rendimiento en estos nuevos contactos, complicándose así hasta casi lo imposible la creación de nuevas amistades realmente fructíferas (no sólo agradables).

Tal vez sea ésta una teoría que rezuma cierto pesimismo. No puedo evitarlo. Escribo lo que siento y percibo. No obstante no todo está perdido, sólo hace falta trabajar sobre ello. Aun se encuentran momentos, conversaciones, situaciones e ímpetus ciertamente emocionantes, interesantes y apreciables. Personas que merecen la pena , de las cuáles aprender y con las que por supuesto divertirse. Habrá que perseverar. Y nunca abandonar la búsqueda.

29 agosto 2006

La teoría del ímpetu

Según el DRAE se puede definir ímpetu como impulso, es decir, la fuerza que lleva un cuerpo cuando se encuentra en movimiento o crecimiento. Ímpetu, tal y como yo lo utilizo es aquello que permite que sigamos vivos, atentos, interesados, con ansias de seguir aprendiendo y formándonos. Lo que nos permite seguir sintiendo con intensidad, renovar nuestra capacidad de sorpresa y emocionarnos con lo que nos importa. Últimamente utilizo el término en muchas conversaciones, asociado a esta idea general, aunque como siempre sucede en discusiones habladas, plagadas de interrupciones y balbuceos, apenas llego a esbozar y bosquejar lo que pretendo plantear al utilizar esa idea.

El ímpetu no debe confundirse simplemente con la capacidad de discutir de manera inteligente y flexible sobre ideas, de conversar con tensión y de aportar nuevos puntos de vista sobre temas antiguamente tratados u originales. Tampoco con la capacidad, oral o escrita, de tratar con lucidez aquellos temas que nos preocupan como seres humanos que vivimos en sociedad. Ello de algún modo limitaría la teoría a una sola manera de entender cómo disfrutar del mundo y de la vida. Seguramente la mía. El ímpetu sería algo más profundo, más intrínseco al hombre, sería una capacidad que podría tan sólo aparecer cuando éste hubiera cubierto sus necesidades básicas de alimentación y supervivencia, delimitando su competencia a la hora de usar provechosamente lo único que realmente posee más allá de cuestiones materiales: su tiempo.

Por tanto el ímpetu debe ser entendido como la capacidad de un ser humano de seguir sintiendo, de seguir emocionándose e ilusionándose y de no caer en el estancamiento emocional e intelectual al que parece abocarnos por un lado, una sociedad que establece fríamente las grandes líneas de lo que debemos hacer y no hacer en cada momento de nuestras vidas, mediante una calculada presión del entorno y la terrible amenaza de soledad para aquéllos que se establecen fuera de su manto protector; y por otro lado el propio peso de la edad, la inevitable decadencia física y emocional, lo que podría denominarse ímpetu físico, que si bien no sería posible detener su deterioro si sería posible minimizar las consecuencias de éste.

Una importante característica de esta cualidad que me ocupa debiera ser la capacidad de transmisión de esas inquietudes al sector sociofamiliar que nos rodea, puesto que el que pretende mantenerse alejado totalmente de los demás, encerrándose en su propia burbuja, termina adentrándose en un proceso de retroalimentación y continua corroboración de sus propias ideas y pensamientos inútil y completamente estéril, ya que como animales sociales que somos la contrastación y refutación de nuestras ideas es la única manera de avanzar sobre ellas para alcanzar nuevos conocimientos.

La treintena, su cercanía en mi caso y mi conocimiento de un entorno que ha traspasado esa frontera (no sólo fisiológica, por más que algunos se empeñen), me hace encontrarme en la necesidad de plantearme este problema. Lógicamente es una tontería establecer como puntos de inflexión obligatoriamente necesarios las fronteras mentales que nosotros mismos nos imponemos: el mito de la adolescencia, los veinte años universitarios, la treintena como etapa de transición y búsqueda de mayor estabilidad... Pero clasificar y parametrizar es algo humano y en mi caso, tal vez por mi formación científica, una necesidad. Parece claro que más allá de cada caso particular se intuye una corriente que nos arrastra todos de manera uniforme y dentro de la cuál, a pesar de nuestra arrogancia y necesidad de diferenciación con el resto, con los otros, la masa se establece con naturalidad (algo parecido a la psicohistoria que inventara Asimov para su colección sobre las Fundaciones). Solemos despreciar las generalizaciones, pero nos equivocamos al hacerlo y no delimitar lo que queremos decir: la física como ciencia se construye gracias a maravillosas generalizaciones y leyes, pero éstas no se realizan al azar, se basan en la observación detenida de la realidad, tras lo cual se establece una hipótesis, una teoría de por qué suceden esos fenómenos, teoría ésta que debe ser contrastada y contrastable. Y lo que me parece encontrar en los últimos tiempos en mi entorno cercano, salvo excepciones notables (sujetas de todos modos a problemas) es un estancamiento vital insoportable, consentido, aceptado y lo que es peor, beligerante en la defensa de su desidia.

Desde muy joven he advertido la presencia de un nutrido grupo de gente sin ímpetu. Lógicamente eso es algo que con el tiempo he sabido definir, estudiar y aceptar como algo natural e intrínseco de nuestra sociedad. Por otro lado también tuve que entender que mis propias épocas de vacío y caídas en la miseria del aburrimiento eran producto de esa misma falta de ímpetu que achacaba a los demás en otras ocasiones, y que por tanto era algo intrínseco, un vacío al que me daba vértigo asomarme y que tenía que aprender a manejar. Tuve que aprender a diferenciar y reconocer la existencia de esta cualidad más allá de aquello que yo considero interesante en una persona. Es decir, comprender que no podía simplificar la definición de ímpetu agrupando de manera idiota y poco inteligente en un mismo grupo de no poseedores del mismo a todos aquellos tipos cuya conversación era estúpida o superficial, a los que me parecían idiotas sociales, a los necios contumaces, a los presuntuosos sin fondo o a aquéllos que poseían gustos e intereses dispares por completo de los míos. Había que indagar más. El ejemplo más evidente de la diferenciación final se puede presentar fácilmente mediante un ejemplo: personalmente no tengo el más mínimo interés en nada relacionado con la ascensión a montañas. Más allá de pasear por ella de vez en cuando, ninguna pasión se apodera de mí cuando observo un documental donde unos tipos se cuelgan de unas cuerdas para escalar por paredes imposibles. No soy capaz siquiera de entender los subidones de adrenalina que ellos dicen sentir al tirarse horas colgados al borde un precipicio, a cientos de metros del suelo. Pero es una forma de vida en sí misma. He conocido gente cuyo ímpetu lo vuelcan completamente en eso, y se les ve vivas, ansiosas por alcanzar nuevas cotas, transmitiendo entusiasmo real cuando relatan sus aventuras. Claramente mantienen vivo su ímpetu, sus ganas de sentir.

Y eso es algo que cada vez es más difícil de encontrar.

(Sigue)

22 julio 2006

El origen

Sé que esta foto hará reír a más de uno. Pero es que está claro, si en Sicilia existía un pueblo llamado Corleone, origen de la mítica saga de El Padrino, Polancone no iba a ser menos y en mi periplo por Cantabria, paseando por los dominios de su marquesado, me encontré con este pueblo y no tuve más remedio que parar.

14 julio 2006

La realidad transformada

Hay que ser cínico. Hay que ser hijo de puta. Hay que estar más allá de la lógica y la coherencia. Tienen que haberse leído todos los panfletos conservadores de los últimos años y haber releído, tomando notas, 1984 de Orwell, para aprender cómo se debe desplegar la propaganda. Todo lo anterior, y no tener escrúpulos. Ninguno. Para poder decir sin que se les caiga la cara de vergüenza que lo que está pasando en Oriente Medio es "una ofensiva de Israel sobre el Líbano como respuesta a la provocación que supone el secuestro de dos soldados israelíes". Dicen ser periodistas, claro, aunque sólo sean siervos acomodados.

Por otro lado están los políticos. ¿Qué dicen nuestros dignos mandatarios europeos? (para qué gastar mis dedos escribiendo sobre la reacción diplomática de EEUU... Demasiado asco. Demasiado desprecio). Pues compugnidos y apenados hablan de "reacción desproporcionada"... Reacción desproporcionada... Impresionante. Ante Irán, amenaza de embargo, apoyo a las tesis estadounidenses, posición de fuerza y firmeza. Ante Israel... "Creemos que se trata de una reacción desproporcionada, estamos muy preocupados, hay que reconducir la situación".

No tengo ninguma simpatía por los fundamentalistas islámistas, ni por los estados islámicos. No respeto ninguno de los aspectos de su cultura que hacen que sus leyes, obviando la razón, se inspiren en una religión anticuada, misógina, vengativa y totalitaria. Una religión monoteísta que actúa como las demás. De la única manera que lo sabe hacer una religión cuando conquista el poder: de manera despótica. Me dirán que otro Islam es posible. Puede ser, pero el problema es que éste, el que ahora existe, también. Por supuesto que podría existir un Islam domesticado y no agresivo. Pero repito ése es una ilusión, y el otro es real, igual que sus consecuencias. Podría convertirse en algo semejante a lo que se ha visto por las calles de Valencia con los católicos, el pasado fin de semana. Los cristianos empezaron cantando como gilipollas delante de los leones en Roma. Después, cuando cataron el poder, se volvieron despiadados y miserables. Como sólo los iluminados pueden ser. Con el tiempo vuelven a cantar y a dormir con caras de gozo inexplicables, mientras esperan el show de su líder. A la espera y al acecho de retomar un poder que afotunadamente perdieron. Pero el auge de los gobiernos islamistas no se produjo espontáneamente. Y a día de hoy, tampoco sobreviven por sí solos (¿Que hacía nuestro rey abrazándose con el presidente de Arabia Saudí en el palco del mundial, un país que impide el voto de la mujer, restringe sus derechos y mata a los homosexuales?).

¿Buscamos una solución real al problema de los totalitarismos y creemos en algo que entendamos la mayoría como justicia? ¿O sólo nos llenamos la boca de buenas palabras, defendiendo las libertades y todo lo demás, siempre y cuando el que comete las tropelías no es de los nuestros o no tiene fuerza internacional? Los voceros conmigo que no cuenten. Los mamporreros tampoco. Los de ningún bando.

Volvemos pues a los medios de comunicación. Ésos que, tras tantas luchas para dominar los mercados quedan exhaustos para conseguir el objetivo que sus receptores queremos que cumplan: que informen sin más, sin juegos de palabras, sin dobles lenguajes. Corrompidos y acomodados... Ofensiva de Israel... Respuesta desproporcionada y condenable... ¿La respuesta de Hezbolá mandando misiles sobre la ciudad israelí de Haifa? Está claro, los terroristas atacan la ciudad con cohetes... Unos realizan ofensivas, los otros, los que se defienden, son terroristas. Para qué seguir leyendo. Nada importa. Ya está todo claro.

01 julio 2006

Barbarella. Recomendada por Maca

El engendro. Una experiencia fruto de mi perversión cinéfila. Posiblemente la peor película que recuerde haber visto jamás. Incluidos lo telefilms de A3 con hijos incestuosos, madres solteras y lesbianas inconfesas. No encuentro entre mis recuerdos de Nexus 6 nada parecido a las sensaciones de sopor y aburrimiento que esta aberrante bazofia con estética kitsch me despertó. Además, tuve que aguantarla estoicamente en soledad, puesto que Carol, que comenzó a verla conmigo, desistió absolutamente aburrida a los 45 minutos, abandonándome en silencio, sin que yo tuviera fuerzas para pedirle que no me dejara solo ante tal desastre, y haciendo caso omiso a la muda súplica que reflejaba mi mirada mientras contemplaba su huida. Cerró la puerta de la habitación tras de sí, y quedé allí solo, frente al televisor, persistiendo de manera enconada en terminar la película con la que cierro (momentáneamente) mi tetralogía del horror. Persistiendo ante el engendro.

Barbarella es una película que hacía años que quería ver por ser una de las primeras adaptaciones de cómic moderna y por lo que decían sobre lo rara y psicodélica que era. Por fin la conseguí a través de Maca (una amiga) a la que siempre recordaré por ser la transmisora de semejante espanto... :)

Está dirigida por Roger Vadim, más famoso por sus escarceos amorosos (estuvo liado con algunas de las mujeres más guapas y sensuales de los sesenta y setenta: Brigitte Bardot, Catherine Denueve, Jane Fonda...) que por sus aportaciones cinematográficas. Por otra parte el guión, basado en una novela y una serie de comics de los 60, esta perpetrado por ¡¡ocho!! guionistas. Me lo imagino, cada uno de ellos sustituía al anterior, que se daba de baja por la depresión que le causaba haber participado en semejante proyecto.

Lógicamente Barbarella no es una película que se tome en serio a sí misma. De lo que se trata es de mostrar el lado más sensual (y sexual) de Jane Fonda en su periplo viajero en busca de un científico, que ha inventado un "rayo positrónico" que puede alterar la paz que se ha alcanzado en un universo donde ya no hay guerras ni armas. Nuestra chica es la agente que el presidente de la República Terrestre envía para buscar a este científico, llamado Duran Duran (¿tomaron de este personaje su nombre, el famoso grupo de música?) y mientras lo busca, se desnuda con total facilidad, posa hasta cuando corre o es atada, como si estuviese siendo fotografiada para Playboy, viste hasta ocho modelitos diferentes diseñados por Rabanne (cada uno de ellos con menos tela que el anterior) y se folla a todo aquél con quien se tropieza. Los mejores momentos del filme son su polvo con una especie de ángel ciego que está cuadrado y es medio tonto, y su momento orgasmatrón, cuando destroza una máquina creada por el científico (que al final es malo y todos eso....Vamos que me importa tan poco el argumento como a los que escribieron el guión, y ni siquiera lo pienso describir) para matar a la peña a base de provocarles orgasmos continuos. Nuestra heroína disfruta tanto en semejante aparato de tortura y tiene tal capacidad de aguante que funde los circuitos de la máquina y se la carga. Al verlo (en el momento más divertido de la película), Duran Duran le espeta que si no le da vergüenza lo que ha hecho, que qué clase de mujer es...

Todo lo anterior contado con cierto ritmo y gracia, podría haber sido muy divertido, pero el problema es que Barbarella es la película más deshilachada que haya visto jamás. A su lado Aterriza como puedas es una película compacta, con una historia lineal. Avanza a base de escupitajos argumentales sin sentido, nada importa, la lógica no existe. Todo gira en torno a lo supuestamente atrevido que es hacer una película tan explícitamente sexual a finales de los 60. Pero como eso a día de hoy está superado, y la provocación ya no es tal (porque es una película más bien pacata bajo los cánones actuales) se descubre la tremenda vaciedad de lo que se cuenta. La sonrisa que uno trata de buscar en su interior recordando que está viendo una serie B pura, se congela antes de aparecer en la boca cuando no dejas de contemplar una y otra vez la cara de gilipollas de Jane Fonda, siempre posando y pretendiendo ser el súmmum de la sensualidad. Mientras tanto el sentido de la vista es agredido violentamente por unos horrorosos y estridentes decorados coloristas, y el del oído por una espantosa música sesentera. Definitivamente, la estética y los ideales pacifista-ecologistas hippies (además de lo que se fumaban) hicieron mucho daño en los cerebros de los creadores de películas de ciencia ficción de esta época (recordar Naves silenciosas).

En algunos foros se defiende esta película como una desinhibida muestra de comedia sensual muy divertida. Yo desde aquí no puedo más que asombrarme ante los gustos de la gente y sólo recomendar que si algún día se os ocurre divertiros viendo una película...¡¡No pongáis Barbarella!!

21 junio 2006

La espera

La espera. Odio las esperas. Siempre significaron en mi vida parálisis e inacción. Sensaciones de vacío y angustia.

La culpa innecesaria es un sentimiento que siempre me repugnó. Afrontar lo realizado y las consecuencias que derivan de ello es algo que siempre me ha parecido honesto y liberador. Pero invariablemente a lo largo de la vida esa sensación me llega tras unos días previos de desazón, desgana y cierta conmiseración por uno mismo, indudablemente un tanto miserable. Por fortuna, nunca me quedan restos con el tiempo. Qué jodido debe ser para un buen cristiano cargar perpetuamente con sentimientos de culpa. O tan sólo nacer y moldearse como sufridor profesional.

Hace tiempo que los miedos irracionales me descubrieron algo de mí que no quería reconocer. Ahora lo acepto y lo controlo. Tanto como puedo. Tal vez sea la edad. Ya no soy inmortal. A veces uno se deja caer suavemente, descansar, esperando que pronto, de nuevo, como tantas veces pasó, llegue el resurgir repleto de entusiasmo y ambición.

Aburrimiento.

La espera.

13 junio 2006

Encuentro

Trata de cruzar la calle, gracias a uno de esos impulsos espasmódicos que el alcohol permite sentir antes de entrar de nuevo en una horrible oscuridad mental. Esta vez, este impulso no es suficiente. No logra hacer que atraviese toda la calle. Aparece pues, de repente, en medio de la calzada, como un espectro que saliera de la nada. Observa con desdén, sin entender, cómo algo grande, oscuro y difuso se abalanza sobre él. Escucha un ruido ensordecedor y molesto que trata de apartar de sus oídos con un manotazo que casi le hace caer; después unos gritos se dirigen hacia él, gritos que no comprende pero intuye agresivos e insultantes. El Mercedes clase C ha frenado a escasos centímetros del viejo borracho, mientras éste, sin mover los pies de la calzada, hace desesperados intentos por mantenerse erguido. El intercambio de insultos dura pocos segundos: el miedo ante el posible atropello transformado en indignación por parte de los ocupantes del vehículo; los balbuceos inconexos e ininteligibles por parte del viejo que balancea su cartón de vino sin que milagrosamente se le derrame un sola gota. Un nuevo impulso le permite llegar a la acera de enfrente. Objetivo conseguido. El coche se aleja por Embajadores. El viejo, por la calle Dos Hermanas. Lavapiés en estado puro. La opulencia y la miseria enfrentadas una vez más. Lavapiés como metáfora del mundo. El mundo entero cabe en Lavapiés.