Otea el horizonte, en busca de su presa. Flaco, con el pelo cano, rostro enjuto y superados los cuarenta. Olisquea el ambiente en busca de posibles víctimas. Se encuentra en su hábitat, en su terreno de caza. Desde hace año y medio la Filmoteca acoge un nuevo depredador. Es el nuevo macho dominante, el único que a todas persigue... Al menos con la mirada. Una mirada segura, posesiva, abrasadora, capaz de girar 360 grados para no perder detalle. Es el cazador. Por antonomasia. La evolución final del ligón de cafetería. Un ejemplar único. Digno de estudio y observación.
Lo descubrí junto a Migue, mi hermano, en una de sus visitas a los Madriles. Esas que realiza por intereses oscuros, CAPianos o debidas a repentinos sucesos imaginariamente terribles que al parecer me suceden. Tomábamos una copa enla Filmoteca , charlando tranquilamente, cuando observamos su posición felina, sentado, al acecho, siempre vigilante La disposición espacial de la cafetería es rectangular, y en el interior del rectángulo un grupo de mesas se sitúa formando un nuevo rectángulo, interior al anterior. La mesa situada en el vértice interno es su puesto de vigía. Desde allí vislumbra todo lo que sucede a su alrededor. No se le escapa ninguna víctima potencial. Sus tácticas de acercamiento son variadas e imaginativas. Una mirada persistente sobre una chica desvalida que lee sola en una mesa cercana, hará que ésta termine por levantar la vista. Entonces se encontrará con la mirada del cazador. Una sonrisa y alguna frase apelativa a la lectura bastarán para una primera aproximación intelectual. Le seguirá una conversación desde la lejanía, tal vez unas risas culturetas. Si la presa es débil, tomará una silla y se sentará a su mesa. La presa ya habrá sido cazada. En otras ocasiones no obtendrá el resultado apetecido. Tan sólo indiferencia molesta e incluso una huida educada. No importa. Un buen cazador sabe sobreponerse a los gajes del oficio. No hay que desfallecer. Las ocasiones volverán a presentarse. Y él, tranquilo, seguro, las esperará con una café sentado a su mesa.
La tácticas se han sucedido ante mis ojos durante estos meses. Anonadado, he asistido a todo un arsenal de intrigas, despistes, sonrisas, acercamientos, miradas, fútiles conversaciones y seducción desde una pretendida indiferencia. El cazador profesional sabe que lo importante no es cobrar la presa, sino la emoción de la cacería en sí. O al menos con eso se consuela, ya que su único problema parece ser que nunca consuma. Ahí radica su talón de Aquiles. La última de sus hazañas casi me hizo llorar de asombro y admiración. Mientras me tomaba un anís en una mesa solo, esperando a un amigo, noté sobresaltado una voz detrás mía que reconocí al instante. El cazador había abandonado su puesto habitual de vigía y se había trasladado a una de las mesas del rectángulo exterior dela cafetería , casi oculta para todo el mundo salvo desde mi afortunada posición. Escuché con la atención con la que un entomólogo observa el vuelo de un insecto. En esa mesa, entre risas e incomprensión mutua, nuestro hombre se ofrecía para dar clases gratuitas de conversación en español a dos japonesas que despistadas, habían caído en sus redes.
El tío es un campeón. Tras salir a la calle acompañando a una de las japonesas (la otra ya había escapado) con la que intentaba conseguir la promesa de citas posteriores para conocerse mejor y mejorar, por supuesto, su español, volvió a la media hora. Andaba con paso pausado, con el periódico que nunca lee bajo el brazo, localizando las nuevas hembras que se distribuían por la cafetería. Se dirigió de nuevo a su mesa atalaya, donde se acomodó para continuar, inmune al desaliento, cumpliendo con sus ocupaciones autoimpuestas, mientras garabateaba algo con un bolígrafo en la portada del periódico. Allí lo dejé. Seguro que mañana allí lo encontrarás.
Lo descubrí junto a Migue, mi hermano, en una de sus visitas a los Madriles. Esas que realiza por intereses oscuros, CAPianos o debidas a repentinos sucesos imaginariamente terribles que al parecer me suceden. Tomábamos una copa en
La tácticas se han sucedido ante mis ojos durante estos meses. Anonadado, he asistido a todo un arsenal de intrigas, despistes, sonrisas, acercamientos, miradas, fútiles conversaciones y seducción desde una pretendida indiferencia. El cazador profesional sabe que lo importante no es cobrar la presa, sino la emoción de la cacería en sí. O al menos con eso se consuela, ya que su único problema parece ser que nunca consuma. Ahí radica su talón de Aquiles. La última de sus hazañas casi me hizo llorar de asombro y admiración. Mientras me tomaba un anís en una mesa solo, esperando a un amigo, noté sobresaltado una voz detrás mía que reconocí al instante. El cazador había abandonado su puesto habitual de vigía y se había trasladado a una de las mesas del rectángulo exterior de
El tío es un campeón. Tras salir a la calle acompañando a una de las japonesas (la otra ya había escapado) con la que intentaba conseguir la promesa de citas posteriores para conocerse mejor y mejorar, por supuesto, su español, volvió a la media hora. Andaba con paso pausado, con el periódico que nunca lee bajo el brazo, localizando las nuevas hembras que se distribuían por la cafetería. Se dirigió de nuevo a su mesa atalaya, donde se acomodó para continuar, inmune al desaliento, cumpliendo con sus ocupaciones autoimpuestas, mientras garabateaba algo con un bolígrafo en la portada del periódico. Allí lo dejé. Seguro que mañana allí lo encontrarás.