Ya terminó tu verano. Tu eterno verano. Otro más. Te quedan ya
pocos como este de largos. De hecho, el verano será en poco tiempo para ti tan
solo una estación del año y no sinónimo de descanso alguno. Ya lo intuyes
porque no eres un niño. Estás en 2º ESO, o en 3º ESO. Pocas veces llegas a 4º ESO. Has repetido ya una o dos veces en la
ESO, la Primaria no te fue bien, tienes varias materias pendientes de cursos
pasados y durante unos años creíste haber encontrado el ecosistema perfecto
para una vida ideal: decenas de chicos y chicas de tu edad a los que poder
domeñar con tu volcánica personalidad, obligados a permanecer en tu entorno,
esclavos de tus emociones primarias, de tus frustraciones y de tus ocurrencias No, no eres un abusador. Aunque demasiadas veces
ejerzas de manera miserable de ello para mantener tu estúpido estatus. Eres un
lidercillo, poco más, tienes carisma e ingenio. Nada especialmente
relevante. Pero ya te vas dando cuenta de que algo falla. Hasta tú, que
siempre intentas reírte de los otros, de los que estudian, despreciarlos,
minusvalorarlos, empiezas a percibir que algo chirría en el relato de tu vida. Que
ellos son cada día más fuertes, sus ilusiones más poderosas y cada curso que
empieza sientes como tu capacidad de influencia decrece. Hoy voy a ser yo quien
te diga lo que pienso sobre ti, sin acritud, con tristeza.
Nos llevamos bien tú y yo. Desde que empecé a dar clases siempre tuve esa capacidad. Me respetas. Consigo que
me respetes. Te escucho, te entiendo y, sobre todo, soy consciente del
determinismo socioeconómico y familiar que te ha llevado a ser quien eres. Tus
argumentos suenan muchas veces razonables, tus exigencias de respeto hacia un
sistema que te trata como una mierda son lacerantes pero he de decirte, por
fin, claramente, que no comparto ni una sola de las soluciones que crees tener
para tus problemas. Que la lucidez con la que ejerces en ocasiones la crítica
se transforma en mediocridad y estupidez cuando tratas de buscar excusas a tu indolencia
diaria.
Siempre me dices lo mismo: "profe, tú eres diferente,
tú nos escuchas, impones respeto, te lo ganas". No diré que en algún
momento no me halagaron tus palabras. Parece que sé cómo estar ahí para alumnos
como tú. No te fallo, "como tantos hicieron", dices, lastimero. No
quieres reconocerlo, vas de pasota, pero en cuanto se te deja espacio solo sabes quejarte de
todo y de todos. Todo está en tu contra, todos a tu alrededor lo hacen mal, todos
terminan yendo contra ti. Al único que comprendes, justificas y
siempre terminas disculpando es a ti mismo. ¿No te parece errada esa complacencia contigo mismo?
Sé cómo hablarte, conmigo te abres, me permites
conocerte, intuir tu dolor, tus miedos y frustraciones. Por eso, porque te
conozco, porque te aprecio, hoy me toca reflexionar contigo sobre la utilidad
de nuestra relación en el ámbito académico, sobre las horas que hablamos para
intentar cambiar las cosas. ¿Para qué sirvió? ¿Te fue útil? ¿Qué cambió? Tras
tantos cursos oyéndote decir lo mismo, las mismas palabras que surgen de
diferentes labios y que retumban en mis oídos una y otra vez, me toca a mí
preguntarte a ti, que tienes tantas caras, tantos nombres diferentes, en tantos
institutos distintos: ¿cuándo vas a aceptar que tus quejas solo te sirven al
final como excusa para enmascarar tu pereza, tu incapacidad para el compromiso
y el esfuerzo? Durante unos años creí que podría ayudar a salvarte. La ecuación
parecía de fácil resolución: si conmigo eras capaz de aprender y estudiar eso
te haría darte cuenta de tus capacidades, darías un giro a tu vida y terminarías
mostrando al resto de profesores que no eras menos que los demás. Ya no me
engaño. Da igual que apruebes conmigo una evaluación si al mismo tiempo
suspendes todas las demás materias. O al revés. Poco importa que, a pesar del mutuo
respeto, seas incapaz de asumir que conmigo, sin estudiar, sin trabajo diario, jamás
aprobarás. Y no te engañes, no me engañas con tu sonrisa pretendidamente
suficiente, sé cómo te jode suspender. Porque te importa, te afecta y te mina.
Pero te has instalado en la desidia y la debilidad. Te has convertido en un
auténtico experto a la hora de eludir diariamente la realidad.
Te he visto llorar. Tantas veces. De rabia y de impotencia. También
he visto cómo te comportabas como un gilipollas, como un imbécil. Con tus
compañeros y con tus profesores. Te dejaron crecer sin control alguno de tus
emociones primarias. Nunca nadie te puso límites reales ni te guio con
paciencia. A veces recibiste tan solo hostias por parte de tus padres. En otras
ocasiones tú eres el tirano y ya empiezas a plantearte si las hostias las
puedes empezar a dar tú, para amedrentar en casa. Los dos sabemos que esto
supera a la escuela, que tu fracaso escolar es consecuencia de la derrota
diaria de la lucha de clases, que no es casual que siempre pertenezcas a familias
de clases populares, a familias desestructuradas, que tu entorno social determina
tu presente y envilece tu futuro. Tu rabia, en ocasiones, tiene clara
justificación sociopolítica. Pero de eso tampoco te vas a enterar nunca. Tendrías
que estudiar, leer, conocer la historia o al menos mirar alrededor con ojos
curiosos y reivindicativos, no con eso ojos consumistas,
alienados y hedonistas de los que alardeas. Sería toda una experiencia visualizar a los hijos de
esa multitud, tan conservadora como progre, que estructura a la clase media de
este país, y que suele mirarte con desprecio, sometidos a las vicisitudes de tu
vida. Pero eso ni tú ni yo lo vamos a ver. Entérate de una puta vez. Sí, tú lo
tienes mucho más difícil. Ellos lo tienen mucho más fácil. Tú solo tenías una
oportunidad. La que estás desperdiciando.
Es una realidad incontestable: todo parece estar en tu
contra. Puedes seguir pasando de todo, seguir quejándote del mundo o creer que
da igual lo que hagas. Pero no por eso dejarás de ser menos tonto por no
aprovechar este tiempo y estudiar. Es más, eres el tonto perfecto, un tonto
enciclopédico, el contraejemplo ideal que permite seguir configurando una
sociedad competitiva y caníbal. Porque a pesar de sus fallas, el sistema sí te
dio una oportunidad. Viciada, adulterada tal vez, pero al fin y al cabo tenías
esa oportunidad: escolarización obligatoria hasta los 16 años. Una oportunidad de madurar,
de entender cómo funciona el mundo en el que te ha tocado vivir, de escapar de
la burbuja familiar, de estudiar para conseguir un futuro diferente a tu gris
presente. Y aunque siempre te escondas en que ya no puedes, que ya es
imposible, que siempre has sido así y no puedes cambiar ahora, lo cierto es que
cada año, cada curso, cada nuevo septiembre se abre un nuevo horizonte, una
posibilidad de revertirlo todo: nuevos profesores, un nuevo tutor, nuevos
compañeros. Vuelve a depender de ti aprovechar la ocasión. ¿La volverás a dejar
pasar?
Lo sé, lo sé. Hace ya un tiempo que me vienes con el rollo
de la motivación. Que necesitas que te motiven. Los otros. Nosotros, tus
profesores. Cuánto daño ha hecho esa basura de pensamiento positivo egotista
que se ha instalado en la sociedad actual. Se ha terminado filtrando entre las
capas más pobres de la sociedad para desactivar la única competencia que te
permitiría salir del hoyo: el esfuerzo. La capacidad de superar los obstáculos,
con los dientes apretados por la rabia, siendo consciente de la injusticia
social que supone la cínica diferencia entre las cartas que te han tocado para jugar
en comparación con las de los demás. Sí, soy consciente de que cada día en la
televisión o en internet escuchas o lees que hay otras escuelas posibles, otras
pedagogías, que los que te damos clases somos unos carcas, o unos inútiles. Que
hay por ahí profesores que siempre sonríen, con alumnos que siempre disfrutan,
en escuelas que parecen sacadas de Disney Channel. Y puede que nosotros no
seamos muy buenos, tal vez, pero cuando tengas un rato investiga sobre esos
tipos que pretenden solucionar todos los problemas educativos sin hacer una
sola crítica a la realidad socioeconómica que contextualiza a la escuela. Yo, a
cambio, te contaré un secreto: ninguno de ellos va venir a nunca a tu instituto
a darte clases. Fíjate en esos videos, en esas aulas, en los uniformes de los
chavales de esas escuelas. Fíjate en los nombres de esas personas que dicen
preocuparse tanto por ti y por tu felicidad, que hablan de una escuela sin contenidos,
sin sustancia, en la que la clave es tu desarrollo emocional. Descubre a los
vendehúmos que solo revolotean sobre la educación para parasitarla. Porque no
solo no te quieren dar clases. Es que tampoco se atreverían a hacerlo.
El dato es demoledor, igual has leído sobre ello de pasada en algún
sitio: el 35% de los jóvenes entre 25 y 34 años españoles solo tiene el título de la ESO. Tú, seguramente, ni eso alcanzarás. En la época de la burbuja chicos
como tú se consolaban con lo que ganaban trabajando en el ladrillo. Buenos
sueldos que conseguían con contratos abusivos y trabajando como esclavos. Ahora
ya ni esa oportunidad tienes. Serás carne picada destinada al precariado: misma
esclavitud laboral pero con sueldo basura. El profesor idealista que llevo
dentro te hablaría de la importancia del estudio como fuente de conocimiento,
como la única manera de construirte como ciudadano crítico en una sociedad que
cada día sabe menos mientras más datos absurdos están disponibles en su cerebro
global. Pero hoy no te escribe ese profesor idealista, te escribo yo, el otro, el
profesor pragmático, el profesor desesperado, el que te ha visto cada año
hundirte un poco más, el que sabe que estás a un paso de desaparecer por las
cloacas del sistema educativo sin que nadie te vaya a recordar ni a echarte de
menos. El que sabes que te aprecia y se preocupa por ti. Y te lo digo con los
dientes apretados, encabronado, harto de que nadie te lo cuente porque no es
políticamente correcto hablarte con la claridad que te mereces: estás haciendo
el imbécil. Todo tu mundo está sustentado sobre unos pilares infantiloides que
están a punto de evaporase. Deja ya de moverte a impulsos emocionales, razona
un poco, reflexiona. Estás ya a un paso de tener que manejarte en un mundo
adulto para el que no estás preparado y en el que tu absurda y estéril bravuconería
no te va a servir para nada.
Estás a tiempo. Siempre hay otra oportunidad mientras estés
escolarizado. Estudia, sácate el título de la ESO, y el de Bachillerato. Ve a
la Universidad. O estudia FP. Fórmate porque serán los títulos (sí, los títulos
académicos de esa educación reglada que muchos desprecian porque con seguridad
sus hijos accederán a ellos sin problemas) los que permitirán que tus aptitudes
te abran puertas diferentes. Con ellos
igual tienes una posibilidad de elegir tu futuro. Y que no sean otros los que lo
elijan por ti.
Casi no te queda tiempo. Inténtalo. Empieza otro curso. No
tienes nada que perder. Nadie te va a salvar. Todo depende de ti. Yo estaré aquí, si quieres, para
ayudarte.
Suerte.