¿Y entonces? ¿Cuál es el camino? ¿Es posible una revolución? No lo sé, no lo creo, no existe ese Paul Atreides, ese líder de masas que venga a cambiar nuestro mundo, ni creo en la posibilidad de que la masa se convierta en la multitud inteligente que defendieron Negri y Hardt, pero cada día vivo con más rabia la estafa social en la que vivimos y cuyas consecuencias nos quieren hacer tragar, cada día me siento más incapaz de prever salidas justas y viables al drama social en el que andamos inmersos, cada día siento crecer el cinismo en mi interior, la desesperanza, el desencanto, también un cabreo infinito que me revuelve el estómago y me quema la garganta. Incapaz de desconectar pero hasta los cojones de no encontrar la manera de parar todo esto. Aquí de lo que se trata es de si cuando acabe todo esto (si conseguimos que acabe) tendremos un presente y un futuro común o será un sálvese quien pueda, egoísta, insolidario, consustancial al ciego neoliberalismo, totalitario y seductor, que nos ha arrastrado por el fango, que nos ha hundido, que nos ha llevado hasta esta situación. Si dejaremos de creer en la posibilidad de una solución común y colectiva y dedicaremos todos nuestros esfuerzos, como el burro tras la zanahoria, o como los esclavos encima de las bicicletas estáticas de Black Mirror, a correr y correr dentro de un despiadado sistema competitivo en el que la victoria para casi nadie es posible pero todos creen que igual ellos podrán alcanzarla. Si cada uno de nosotros viviremos aislados creyéndonos la ficción, pensando que el problema está en los otros, en su pereza o incapacidad, pero no en nosotros que somos competitivos, adaptables, trabajadores y dinámicos. Mientras todo marche sin problemas, claro, mientras te mantengas en la cima, mientras seas joven, mientras no te alcancen los imponderables que jamás creíste ni te planteaste que te podrían afectar: las enfermedades, los despidos, el propio paso del tiempo… Todo lo que finalmente hará que seas un desecho social, maquinaria prescindible, inútil para una sociedad hierática que no atenderá más que a tu cuenta de resultados inmediatos, una sociedad que científicamente justificará tu exclusión. En el fondo muchos de los que hoy se indignan, se manifiestan, cuestionan el sistema y afean la conducta a políticos y banqueros no dudarían un segundo en tomarse la pastilla azul de Morfeo para reintroducirse en Matrix, en la España de hace seis o siete años, en el Occidente de principios de siglo XXI, en el que marchaba de burbuja en burbuja hasta el estallido final. No darse cuenta de este hecho es no entender la sociedad en la que vivimos, no aceptar la odiosa realidad que nos rodea, dejar que el ruido social que nos envuelve nos engañe y nos lleve a pensar que por fin los ciudadanos han tomado conciencia de su poder y de su importancia. Desgraciadamente muchos de los que creen en la necesidad de una salida desde la izquierda a la crisis social y económica que padecemos obvian que a una gran parte de la sociedad no le jode que nos estafen sino que ellos no puedan llevarse su parte (pequeña) del pastel, como antaño hicieron.
La solución realista, revolucionaria al tiempo que la única pragmática,
increíble al tiempo que la única posible, complicada, casi imposible, pasa por
hacerse con el poder las instituciones, por cambiar el sistema desde dentro, sin
destruirlo, aceptando las miserias y bondades del capitalismo pero controlando
sus excesos por el bien de la mayoría, limitando la libertad individual del
ciudadano medio mientras se permite el enriquecimiento inmoral de unos pocos
privilegiados. Es lo que hay. Asumamos el relativismo moral posmoderno. No es
viable soñar con alcanzar hoy ningún objetivo totalitario. Hay que domar al
capitalismo, embridarlo, pero parece imposible destruirlo, incluso nadie parece
creer que hacerlo sea finalmente positivo. La clave está en aceptar la tesis
del decrecimiento, entendiendo esto como dejar de pretender un crecimiento económico
exponencial y suicida, que amenaza no sólo a la sostenibilidad del planeta sino
a la propia existencia del ser humano, y buscar el desarrollo de un capitalismo
más pausado, regulado, intervenido y dirigido con el que no se amenace
continuamente al trabajador y en el que el ciudadano acepte la imposibilidad de
alcanzar cotas de lujo innecesario en su vidas. Hemos de asumir que la solución
también pasa por disfrutar de la vida de manera diferente, alejándonos del ideal
consumista capitalista que ha colonizado nuestros subconscientes y nos lleva a
un consumismo irracional en cuanto disponemos de una hora de libertad laboral o
unos días de vacaciones. Y recordar que no puede ser lo normal, lo lógico, lo
aceptable en una sociedad desarrollada, alquilar la mayor parte de tu vida al
mercado laboral para ganar un dinero que apenas sirve para sobrevivir. O
cambiamos los ideales vitales y las expectativas de vida o seguiremos estando
completa y absolutamente jodidos. Para que todos podamos alcanzar un nivel
aceptable de bienestar, para dar cabida a toda la población activa en los
mercados laborales, para dejar de trabajar y vivir con miedo permanente y sin
posibilidad de negociación con las empresas, todo pasa por entender que debemos
trabajar menos horas, cobrar sueldos más bajos y encontrar incentivos
diferentes al consumismo para nuestro mayor tiempo de ocio. Por supuesto, para
nuestra protección, por el bien de la equidad y la justicia social, el Estado debe
proveer y gestionar directamente, sin intermediarios y de manera responsable la
educación y la sanidad, además de controlar sin pudor los mercados inmobiliario
y energético para moderar su coste y asegurarse de que toda la población pueda
disponer siempre de una vivienda digna donde refugiarse, más allá de los
vaivenes que la vida siempre depara.
No existen soluciones mágicas, no vamos a participar de una
catarsis social por más que muchos la deseemos, hace años que sabemos que no
vamos a cambiar el mundo pero sí estamos frente a un cruce de caminos que nos
obliga a elegir una dirección u otra para tratar de salir como sea de este
cenagal. Y dependiendo de lo que elijamos, dependiendo de la fuerza que
tengamos para impedir que sean los otros, los de siempre los que decidan por
nosotros en su propio beneficio, dependiendo de nuestra capacidad de
organización para defender nuestros espacios sociales y nuestros derechos
tendremos un tipo de sociedad u otro, construiremos un futuro u otro y
viviremos más o menos libremente o como esclavos del capital.