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12 agosto 2015

Micropost (veraniego) #2: el incidente


Caminamos lentamente por el interminable paseo marítimo mientras a nuestro alrededor, como enjambres de abejas enloquecidas por algún pesticida, nos sortean (y sorteamos) a decenas de ciclistas que parecen haber surgido de la nada. Son niños, niñas, adolescentes envalentonados o con cara de asco (bueno, eso todos, iban con sus padres), padres hastiados o encabronados, abuelos con complejo de Indurain e incluso algún cuñado engañado con cara de no entender cómo se ha metido en tal embolado. Marchan por un carril-bici incapaz de asumir tal densidad de usuarios, con sus bicicletas, propias o alquiladas, infectas algunas, otras que seguro que cuestan más que uno de mis sueldos mensuales, se adelantan, frenan a duras penas para no atropellarse entre sí, se gritan, invaden la zona peatonal y mientras, disfrutan de una mañana alternativa de deporte en la costa. Los días que se despiertan nubosos y plomizos en estas zonas costeras suponen un importante dilema para esos padres que, de repente, se enfrentan a la hercúlea tarea de entretener a sus cachorros sin la ayuda de la arena de la playa. Al final, el problema suele resolverlo ese padre deportista o esa madre aventurera que impide que la pereza digital envenene a su clan y arrebatándoles móviles y tablets de sus manos, recubre (literalmente) a sus hijos de coderas, cascos, rodilleras y cualquier protección imaginable y lanza a su familia a una loca y divertida road movie mañanera.  Bueno, loca y divertida (en su cabeza, claro) pero controlada (eso sí es verdad), es decir, carril-bici p´arriba y carril-bici p´abajo, que tampoco ahora vamos a sacar a los críos de la burbuja de seguridad que les hemos construido. Y así, pedaleando, se pasa la mañana hasta que la diversión acabe cuando alguno dimita cansado ya de emular a Los Hollister (si pillas esa referencia admítelo, ya: preferías a Los Cinco pero ya te habías leído todos sus libros y caíste en las redes de esa otra secta familiar), o el incidente suceda. Pues eso, nosotros caminamos lentamente por el interminable paseo marítimo cuando vemos a uno de estos enjambres familiares detenidos, a la espera de uno de sus miembros rezagados. Deben llevar ya un tiempecito pedaleando y a estas alturas la ficción inicial ya no se sostiene. Las caras de los padres transmiten un hastío existencial nivel final de vacaciones, no se hablan, miran al infinito y hacen como que escuchan la cháchara inagotable de uno de sus hijos, el pequeño, que no alcanza los diez años de edad y se balancea peligrosamente sobre su bicicleta. Otra hija, esta ya adolescente, ha pasado al siguiente nivel y está inmersa, a través de su móvil, en su apasionante vida digital, ignorando por completo a su familia. Mientras los alcanzamos, sentimos que por detrás de nosotros se acerca rauda la causa de la parada técnica de tan motivados ciclistas: una niña rubia, espigada, que no llegará a los doce años y con un casco casi más grande que ella, pedalea con fuerza para alcanzar a los suyos. Lo hace justo tras adelantarnos, por lo que vislumbramos su cara roja debida al esfuerzo. Mientras frena con violencia y sin perder un segundo se dirige con furia a su hermano pequeño, gritándole: "Dani, obviamente, si hay una PUTA persona delante tendré que parar". Pobre chica. Jodida sin solución. Cada una de esas palabras habían salido de su boca con esa dicción tan contundente y clara del pijerío madrileño. Qué tránsito tan magnífico desde ese "obviamente" a eso de "PUTA persona". Fantástico. Estaba cavando su propia tumba, sí, pero con qué clase, joder. De posible víctima pasó inmediatamente a la categoría de delincuente malhablada. La reina madre abandonó al instante su aire ausente y silabeando, casi susurrando, con voz acerada y fría como el hielo, le indica a su hija mayor (que había ya levantado la vista del móvil ante la nueva situación): "ve para allá y dale una torta en la boca". Brutal. Yo, mientras empezamos a dejar atrás al grupo, no puedo evitar una carcajada espontánea ante lo presenciado. Y ello provoca el último intento de la cría para volver a poner las cosas a su favor, para intentar evitar la furia del enjambre. Con voz lastimera, intentando dar pena gimotea: "¡pero si a ese hombre le ha hecho gracia, se ha reído!"

09 agosto 2015

Micropost (veraniego) #1: el selfie mentiroso


Hace ya un rato que han terminado de comer en uno de los mejores chiringuitos de la zona, junto al mar, con unas vistas increíbles. Son una pareja joven, ninguno de los dos alcanzará los 30 años, guapos, con estilo, él con la obligada barba recortada al milímetro, ella con el pelo recogido en un moño perfecto, ambos con ese aire de urbanitas pijos liberados por unos días de las obligaciones habituales en la vestimenta, algo que solo la playa, en verano, permite. Se les nota tremendamente aburridos, hastiados ya quizás de tanto sol, tanto mar y tanta cerveza. Curiosamente, ninguno de los dos le dedica una sola mirada a ese mar que ya casi les llega a los pies debido a las espectaculares mareas vivas que se están produciendo esos días, y que seguramente fue lo que motivó la elección del sitio para comer. Él, medio tirado encima de su silla, mira sin interés hacia un punto fijo de la mesa ya vacía. No se mueve. Parece una estatua. Todo su cuerpo transmite el tedio que lo invade. Ella hace ya varios minutos que no levanta la mirada de su móvil, inmersa en su mundo digital, contestando guasaps, tal vez, o simplemente zapeando entre las vidas de sus amigos y conocidos. No se hablan, claro, no se miran tampoco, no se hacen gesto alguno, sentados frente a frente pero sin encontrarse. Nada preocupante por otro lado, ¿quién no ha estado así alguna vez? Entonces a ella, de repente, se le ilumina la cara con una idea, tan original como moderna: cacharrea entre las aplicaciones de su móvil hasta encontrar la adecuada y le indica con un gesto a su chico que se incorpore. Él la entiende sin necesidad de palabras. Juntan sus cabezas por encima de la mesa, detrás de ellos el mar de fondo refulge azul bajo los rayos del sol, pero su fulgor ni se aproxima a la felicidad más extrema que durante un instante irrumpe en esas caras. En ambos rostros surgen unas sonrisas radiantes, de esas que llenan el alma y ante las que a uno le entran una ganas locas de aplaudir para festejar semejante dicha. La chica hace la foto, el selfie ya está construido, ambos sin intercambiarse una palabra se retiran a sus campamentos base. Él se recuesta de nuevo sobre su silla con gesto perezoso y vuelve a concentrarse en esa miga de pan de la mesa que debe estar volviéndolo loco. Ella vuelve a su móvil, al mundo virtual, tal vez subiendo el selfie a su instagram o a su facebook. Quizás con una leyenda como ésta: "Disfrutando del paraíso"

08 noviembre 2013

Sí, es a ti, pijoprogre

Tan harto de ti, tan cansado, cuánta pereza me das, ya ni siquiera me encabronas, sólo me agota tu presencia. Tantos años aguantándote, tantos silencios incómodos para no decirte lo que realmente pienso sobre las tonterías grandilocuentes que sueles soltar. Es insoportable escucharte una y otra vez, menudo ladrillo, construyendo esos discursos artificiales y maniqueos, con tu voz engolada y mirada profunda. Tan trascendente, tan ridículo… Que si qué asco de políticos, que si qué asco de monarquía, que si qué asco de empresarios… Defendiendo animales que no sabrías reconocer, defendiendo trabajadores de países lejanos que no sabrías colocar en un mapa mientras vistes ropas que ellos fabricaron, criticando el desfalco fiscal de los más ricos, criticando la corrupción generalizada de los políticos de la otra acera, la miseria moral de los que has decidido que nominalmente son tus enemigos. Aunque muy poco te distinga de ellos. Cómo te creces para hablar de tus compañeros, esos que nunca hacen huelga por nada, que además van a misa, lo sabes a ciencia cierta, perros sumisos del poder conservador. Aunque luego siempre encuentres una excusa para tú tampoco comprometerte, ni señalarte, o para hacerlo mínimamente. Sólo lo justo, lo que dicte tu sindicato mayoritario, de clase, como te gusta recalcar de manera relamida en cada ocasión, ése contra el que también cargas a veces públicamente pero que en el fondo te hace el trabajo sucio para que todo ese rollo reivindicativo con el que te vistes se quede finalmente tan sólo en lo estético, en lo decorativo, que es lo que te interesa, de lo que te alimentas. Porque no te engañes, tú lo que quieres es que todo siga más o menos igual, o que  cambie poco, viviendo dentro de trincheras de cartón en una guerra ficticia que pretendes eterna. Por eso te ponen tan nervioso lo que tú llamas excesos reivindicativos, o la idea de un verdadero cambio social en sintonía con lo que sueles predicar de boquilla, no vaya a ser que los cambios vengan a destruir lo que ya has conseguido y consideras tuyo por derecho natural. Porque eres uno más de tantos, de todos, de ellos, sí, uno más, un mierda más, vamos, para que nos vayamos entendiendo. Por eso cuando recibiste esa herencia, sin nadie que ejerciera de espectador social, no te importó que parte de ella te llegara en negro porque así simplificabas los trámites administrativos. O como cuando compraste tu casa, ¿recuerdas? ¡No hay otra manera!, afirmabas con vehemencia, ¡todo el mundo lo hace y si no pagas parte en negro no te la venden! Y claro, no te ibas a quedar sin la casa. Otra historia es esa reforma que hiciste en ella. ¿Te extraña que lo sepa? Al final todo se sabe, ya sabes: contrastaste a una cuadrilla de trabajadores ilegales. Pero claro, si no hacías eso la obra te costaba el doble y no podrías haber puesto ese parqué tan elegante ni irte de vacaciones solidarias a la India. Pero tal vez lo más molesto, lo más sucio, lo más patético que hayas hecho y sigas haciendo es pagar en negro a tu empleado del hogar, al que te limpia la mierda cada semana porque tú estás muy cansado del trabajo como para ponerte a limpiar. ¿Recuerdas cuando vino a pedirte que lo dieras de alta y lo miraste compasivamente mientras le advertías que en tal caso no podrías seguir contratándole porque el dinero no te alcanzaba? ¿No te das asco a ti mismo? Piénsalo. Lo de tener o no tener dinero según para qué cosas es una fenómeno extraño, digno de estudio y análisis. Como lo que piensas sobre la coherencia. Aún recuerdo aquello que me dijiste sobre ella. No te lo voy a repetir, ¿para qué? Léelo, si eso. Y qué contarte de ese perpetuo discurso victimista sobre los impuestos, que  siempre os crujen a los mismos dices, aunque por otro lado sabes por experiencia propia que ese dinero es el que permite que no te arruines para que traten las enfermedades de los  tuyos y para dar oportunidades de futuro a tus hijos. A los que llevas a colegios concertados. Por el nivel, claro. A veces me pregunto si alguna vez te habrás parado a escuchar tus propias soflamas. Idiota no eres, nunca lo has sido, al menos no del todo. Ni siquiera eres el espécimen más peligroso de la fauna social. Sólo eres un pijoprogre,  tan previsible, tan insustancial, tan inútil… Un coñazo inaguantable. No podía salir nada bueno de esas sobredosis de El País y la SER que te metías. Te han hecho creer que eres superior moralmente a los otros mierdas, a los de la trinchera de enfrente, tan obscenos, tan evidentes… Creíste que con tu discurso sociata y solidario ya eras distinto a ellos cuando al final lo que hacemos cada día y no lo que decimos es lo que determina lo que somos en realidad. Tienes muchas caras, te he visto muchas veces, te he escuchado en muchos sitios y te he leído en muchos medios. Eres familia, eres amigo, eres conocido, eres tan sólo un nombre en una red social. Eres un cáncer desmovilizador, un caballo de Troya. Y no lo sabes, no eres consciente de ello. Te ofendes cuando alguien te lo insinúa. Siempre encuentras razones para no ser subversivo, ni radical, ni para ser coherente con aquello que dices defender. Pero sabes una cosa, al final lo que menos soporto de ti, lo que menos aguanto, no es tu incoherencia perpetua y la debilidad de tus argumentos, no, qué va, eso ya lo acepto como parte del lote, es la exhibición impúdica y continua de tu anorexia intelectual lo que me enferma. Y que encima pretendas hacerla pasar por preocupación social.

14 agosto 2009

Postales (veraniegas) 3: alimento friedmanita

Masticaba dinero. De reojo y mientras disfrutaba de un tumbet mallorquín noté como una niña, en la mesa de al lado, se llevaba una y otra vez a la boca, con evidente placer, un billete grande, de los de 500 euros pero en tamaño maxi. Tras un segundo de estúpida confusión comprendí que era una golosina, una chuchería tipo cucurucho de helado a la que habían dado forma de billete y que se había convertido en el postre de la escuálida niña que anteriormente lloriqueaba porque no quería terminar su plato. Al rato, a unos 50 metros, observé cuál era la procedencia de tan capitalista manjar: una caravana de las que marchan de feria en feria y de pueblo en pueblo que parecía haber naufragado en ese pueblo del interior de Mallorca y que, como le pasara al barco de Chanquete, parecía destinada eternamente a la inmovilidad, integrada e invisible a primera vista en el paisaje urbano de la plaza del pueblo. Delante de ella cinco o seis niños conversaban alegremente mientras engullían con fruición más billetes de diferentes tamaños, recortándolos con sus pequeños dientes, dándoles formas extrañas, tal vez codiciando lo que podrían comprar con aquello que comían si fuera real…

Hace ya casi un mes de este suceso y de vez en cuando me encuentro a mí mismo recordando el suceso, divertido. Es como una pesadilla marxista, una metáfora irónica de cómo el capitalismo se nos introduce en vena desde pequeños (como aquellas monedas de chocolate, doradas por fuera, que comíamos en nuestra infancia), y se mama, y se respira en el ambiente, y se huele, y se acepta, se fomenta. Siempre presente. En cualquiera de nuestras acciones. El dinero. Sirviendo incluso como alimento. Nuestro soylent green.

Coda: "¡Enséñame la pasta!"

Cuba Gooding Jr. Jerry Maguire

30 julio 2009

Postales (veraniegas) 2

Hemos pasado una semana en la isla de Mallorca disfrutando de sus playas de arena blanca y aguas (casi) transparentes, y sufriendo las hordas de turistas (incluidos nosotros) que la desbordan. En una pequeña cala rocosa con gran encanto situada al norte, una roca en mitad del agua me recuerda la enorme roca-tapón de la playa de mi adolescencia que este año, en breves día, volveré a visitar. En este caso se trata de su hermana pequeña. Pequeña para los adultos pero enorme para seis o siete niñas que no superan los siete u ocho años como máximo y que a última hora de la tarde trepan como monos experimentados una y otra vez hasta su cumbre, evitando las resbaladizas trampas que les impone la roca, encontrando huecos imposibles donde colocar sus pequeños pies desnudos para impulsarse hasta la cumbre y desde allí tirarse al agua de cabeza o de pie, para emerger lo más rápidamente posible y de nuevo volver a empezar. Una y otra vez, todas, entre risas, en varios idiomas, siendo las más torpes (las mayores) animadas por las más ágiles (las pequeñas) en un juego sin fin, físico, divertido, ajeno a las convenciones habituales de género que atan a las crías desde demasiado pequeñitas a idiotas bikinis cuyas partes superiores no tienen nada que cubrir, a imbéciles vuelta y vuelta al sol tostándose para la consecución de un moreno pasivo que nada tiene que ver con la infancia, al abandono prematuro del juego físico que los chicos siguen monopolizando en competiciones absurdas que las desplazan, a las riñas de algunos adultos por ser demasiado poco femeninas…

El sol comenzó a retirarse y Carol y yo comenzamos a preparar nuestra marcha. Mientras hacíamos el petate las mirábamos y allí seguían, ascendiendo, alcanzando la cima, tirándose al mar, nadando de nuevo hasta la base de la roca, volviendo a ascender, una y otra vez, todas, entre risas, una y otra vez.

Coda: La mujer tiene un alma en extremo cotidiana y sólo es feliz zurciendo la ropa blanca o acudiendo al dancing, le horripila el genio, sólo ama lo mediocre.
Ortega y Gasset

10 julio 2009

Postales (veraniegas) 1

Paseamos por la cueva de Nerja, un espectáculo kárstico de proporciones inimaginables del que el gran público sólo puede disfrutar (¿afortunadamente?) una pequeña parte. Las estalactitas se entrelazan caprichosamente entre ellas y con las estalagmitas para conformar extraños monumentos y grutas imposibles que la imaginación trasforma en diversas formas fantasmagóricas que habitan sólo en nuestros sueños o en la peor de nuestras pesadillas. El paseo debería ser especial, mágico, uno no se puede más que sobrecoger ante esa obra de arte natural que el capricho, la calcita y el agua infiltrada durante millones de años ha creado, y que nuestros antepasados hace miles de años convirtieron en refugio y hogar ocasional. Pero es imposible. Un centenar o más de personas avanza con nosotros hacia las profundidades de la tierra, no puedo evadirme de ellos, de sus chanclas, de sus gritos, de sus risas sin sentido o sus chanzas idiotas, del tío con el torso desnudo que se queja inmediatamente por el frío, cuando cualquier imbécil puede entender que al comenzar a descender a una cueva como ésta la temperatura desciende al menos unos diez grados y la humedad se apodera del ambiente, de la gorda del bañador con sus tres retoños y sus chanclas que tras dar el primer paso dentro de la cueva despotrica contra ella y recuerda a todo el que quiera escucharla su pretendida claustrofobia, de las cámaras de fotos y de vídeo, tantas que parecen superar al número de visitantes, portadas por zombis con gorra y barrigas ostentosas que convertirán en imágenes vulgares lo que la naturaleza les ofrece pero ellos no ven, críos de doce y trece años que se dedican a corretear entre nosotros toqueteando rocas que se ven mancilladas por sus irreverentes manos, flashes que surgen por doquier iluminando la oscuridad y desobedeciendo las mínimas normas de decoro y mantenimiento de una cueva natural, obreros que golpean duramente con sus martillos las juntas de un escenario improvisado en mitad de una sala para que los pijos del pueblo y los alrededores, mas las autoridades competentes, escuchen al músico de turno en un “escenario incomparable”, escenario que debiera rebelarse derrumbándose sobre sí mismo y sobre ellos si es que la justicia natural realmente existiera… Y de nuevo esa sensación que me invade, que me hace acelerar el paso y querer salir de un lugar que minutos antes me apasionaba, escapar desesperado, como ya me pasó en Praga, como en Altamira, como en Cazorla viendo aquellos pobres ciervos rodeados de tipos que fumaban compulsivamente y vociferaban en mitad del campo, como en París cuando visité Notre Dame y la muchedumbre me recordó cuando borracho atravesaba las turbas semanasanteras sevillanas y tenía que abrirme paso con codazos para caminar… Ellos no eran más que mi propio reflejo, ellos eran yo, como en el cuento aquél, turistas ociosos, despreocupados y aburridos buscando alguna excusa cultural con la que pasar parte del día antes de comer o emborracharse, aglomerándose como ratas o cucarachas ante el ocio preprogramado que la cultura nos dicta: deslumbrándose con las mismas cosas, repitiendo las mismas actitudes, con la misma superficialidad… Turistas del siglo XXI, la gran plaga.

Coda
: "Le voy a contar una revelación que he tenido en el tiempo que llevo aquí. Esta me sobrevino cuando intenté clasificar su especie. Me di cuenta de que en realidad no son mamíferos. Verá los mamíferos logran un equilibrio perfecto entre ellos y el hábitat que les rodea. Pero los humanos van a un hábitat y se multiplican hasta que ya no quedan más recursos y tienen que marcharse a otra zona. Hay un organismo que hace exactamente lo mismo que el humano. ¿Sabe cuál es? Un virus, sí, los humanos son un virus, son el cáncer de este planeta y nosotros somos esa cura".

Agente Smith. Matrix