17 noviembre 2024

A pie de aula 2: la necesidad de los deberes en la ESO y en el Bachillerato

De manera recurrente, con argumentos falaces y medias verdades, reaparece en el #ClaustroVirtual el hipócrita debate en torno a la necesidad o no de los deberes en la formación académica de nuestros alumnos. Existe una ingente literatura académica sobre el asunto en la que cada uno suele encontrar y difundir solo aquello que le conviene para sostener su punto de vista, escondiendo de manera capciosa lo que contradice a la generalización con la que pretende convencer a la sociedad.
 
Como siempre, intento participar en este debate con honestidad y partiendo de una premisa muy concreta: la realidad de la organización de nuestro sistema educativo. Y por especificar aún más, hablo desde la Comunidad Autónoma de Madrid, con ratios hasta hace un par de años de 30-33 alumnos en la ESO (algo que, poco a poco, la demografía está permitiendo bajar. Estamos ya a 25-28 hasta 3º ESO) y 35-38 en el Bachillerato.
 
Partiendo de esta realidad, esta son mis 10 reflexiones urgentes sobre el artificioso debate de los deberes:
 
1. Nunca discutas sobre la necesidad de los deberes en el aprendizaje de los alumnos sin aclarar antes el nivel educativo sobre el que se está discutiendo. Muchas controversias acaban cuando eso se aclara. Nada tiene que ver considerar los deberes innecesarios en los primeros cursos de Primaria con sí considerarlos necesarios en la ESO y el Bachillerato.
 
2. Creo sinceramente en la necesidad de que los alumnos realicen deberes en sus casas con los que reforzar su aprendizaje en la ESO y el Bachillerato. No entro a valorar lo que debería suceder en Primaria. No soy especialista. Intuyo que en los últimos cursos de esa etapa también serían necesarios.
 
3. Nunca se deben calificar los deberes por estar bien o mal hechos. NUNCA. Solo se debe valorar que el alumno intente hacerlos. Este punto es clave. Sin esa equivocada amenaza de la calificación, los deberes son la mejor manera de fomentar el trabajo autónomo del alumno para que sea capaz de detectar fallas en su aprendizaje. Por ello, si el profesor no se gana la confianza de sus alumnos para que entiendan que la valoración positiva de ese trabajo se consigue solo con haberlo intentado, habrá fracasado a la hora de conseguir dar un valor pedagógico a ese trabajo autónomo del alumno. Esto es muy importante.
 
4. Evidentemente, el valorar solo el intento de realizar los deberes propuestos abre la puerta a la picaresca. En mi materia, FyQ, permite que solo realizando un planteamiento de datos de un problema el alumno explique, compungido (sea verdad o no), que no sabía cómo seguir. En este caso, la experiencia del docente es clave: debe conocer a sus alumnos y gestionar esa picaresca con diferentes estrategias pero, en todo caso, el intento del alumno debe ser considerado siempre positivo, también en estos casos dudosos, y ese alumno debe intervenir en la posterior corrección de los deberes para ayudarlo con sus problemas de aprendizaje.
 
5. Cada alumno tiene su contexto sociofamiliar. Por ello, no solo se ha de valorar que los deberes se hayan hecho sino que hay que confrontar a los alumnos que parecen hacerlos bien con la resolución planteada para ver si la entienden. Deben darse cuenta lo antes posible de la inutilidad de hacerlos con ayuda y sin comprender apenas nada de lo realizado. Sin penalizaciones La idea es clara: el alumno ha de entender que lo único que se valora es que intente hacer esos deberes porque le servirán para consolidar el aprendizaje construido. Y que no saber hacerlos significa que, en el aula, ese alumno y su profesor tienen que volver a repasar lo trabajado.
 
6. Es ridículo mandar deberes de forma rutinaria tras cada clase. Los deberes nunca deben ser excesivamente repetitivos ni entenderse como una dinámica de control del tiempo de los alumnos en sus casas. Eso sí, cuando toca hacerlos para reforzar el aprendizaje deben ser una obligación. "Machacarles" a deberes nunca es productivo. Renunciar a ellos en la ESO y en el Bachillerato es, en general, trabajar contra su formación.
 
7. Desconfía de los docentes que públicamente, y sin matices, se muestren contrarios a los deberes: nunca dejarán a sus hijos fracasar educativamente y son perfectamente conscientes de lo complicado que resulta acceder a estudios superiores sin construir hábitos de trabajo autónomo y sin acumular un conocimiento de base fruto del estudio.
 
8. Defender que el adolescente no debe tener deberes académicos porque por las tardes ha de disponer de tiempo libre para realizar otras actividades extraescolares es una forma perversa de clasismo social. Elude la realidad de miles de familias cuyos padres no pueden pagar esas actividades ni estar en casa con sus hijos por la tarde. Ese trabajo autónomo de los alumnos será la base de cualquier formación superior a la que puedan optar. Sin ese trabajo individual, sin esa construcción de un "yo, estudiante" (que supera obstáculos con la ayuda de su profesor), no existe posibilidad de un aprendizaje real.
 
9. Si alguien defiende que un alumno de 4º ESO puede aprender e interiorizar con la suficiente profundidad los conceptos de materias como FyQ (que son absolutamente necesarios para que muchos de esos alumnos puedan continuar su formación posterior) solo con 165 minutos semanales (de aula) durante un curso o no tiene ni puñetera idea de lo que habla o realmente no le importa absolutamente nada la igualdad de oportunidades educativas a la hora de que un alumno pueda o no optar a estudios superiores.
 
10. Si a pesar de explicarle a tu interlocutor todo esto, te cita a Alfie Kohn y su infumable y clasista ensayo El mito de los deberes, corre. Si te habla de Ken Robinson y de cómo la Escuela destruye la creatividad de SU hijo, huye. Eso sí, analiza la diferencia entre lo que dice y lo que hace a la hora de organizar la formación académica de sus hijos.
 
Publicado originalmente en X/Twitter el 21 de octubre de 2021

16 noviembre 2024

A pie de aula 1: talleres emocionales


Inauguro una nueva sección en blog, con la etiqueta #APieDeAula, en la que recopilaré, en formato post, hilos que he ido publicando durante estos últimos años en X/Twitter. A ver qué tal le sienta el cambio a lo escrito. 
 

Estoy cada vez más convencido de que muchos de esos talleres educativos enfocados a la gestión de las emociones y destinados a alumnos de 1º ESO y 2º ESO tienen una serie de efectos secundarios realmente negativos que no se suelen contemplar y que es necesario señalar:

1. Exacerbación de un yo emocionalmente totalitario: el derecho a ser respetado deriva en una exigencia que impide cualquier crítica que pueda dañar la autoestima.

2. Exaltación de lo sentimental como motor vital: nada importa si te sientes mal. Has de ser cuidado. En tus términos, con tus condiciones. Sin dejar apenas espacio a una ayuda sincera si no refuerza tus planteamientos.

3. Se proponen temas que pueden ser extremadamente sensibles para algunos alumnos sin contención alguna, sin medir el tiempo real que se tiene para una metabolización adecuada del drama que la dinámica programada puede hacer aparecer en el aula.

4. ¿Tenemos derecho a romper y quebrar emocionalmente de manera pública a adolescentes de 12 y 13 años para que expresen sin cortapisas lo que sienten delante de un grupo de compañeros que, en su gran mayoría, no son sus amigos y después podrán usar esa información en su contra?

5. Al no conocer al alumnado, los profesionales al cargo de estos talleres intentan tratar a todos por igual (algo, en principio, loable). Como tutor con conocimiento de quiénes son mis alumnos, he asistido a brutales errores en las interacciones de los que dirigen estos talleres con los chicos por desconocimiento de las mochilas con las que estos ya cargan.

6. ¿Mejoran las relaciones sociales del grupo tras estos talleres? Alguien me decía que igual, sin ellos, todavía estarían peor. Puede ser. No deja de ser una creencia indemostrable, pero lo cierto es que nunca vi mejorar el clima de un aula tras la impartición de estos talleres.

7. Casi siempre me encontré a buenas personas al cargo de estos talleres, preocupados por los chicos, pero... ¿dónde está el éxito en dejar llorando a la mitad de un grupo después de una dinámica descontrolada si al tocar la sirena los dejas atrás porque debes irte a otra aula?

8. Sin maldad, pero, ¿en qué medida estos talleres para gestionar emociones terminan siendo más trascendentes en términos de ego para los que los imparten (que se alimentan de la energía y la franqueza de unos chavales todavía no maleados) que para aquellos a los que van dirigidos?

9. A los alumnos se les induce a una reflexión sobre sí mismos (que debería ser profunda y para la que muchos no están preparados) en unas pocas sesiones que muchas veces terminan con cuestionarios de valoración: sí, el capitalismo y la precariedad laboral sobrevuelan siempre todo.

10. Nunca vi tener en cuenta en estos talleres el postureo adolescente: a estas alturas de su vida, muchos alumnos saben perfectamente lo que tienen que decir públicamente en un aula para agradar a esa persona que les quita una clase. O para provocarla.

P. D. 1: He escrito mucho sobre cuestiones educativas desde la certeza de que lo que pienso es la mejor opción (¿alguien lo hace de otra manera?). En este caso, no lo tengo tan claro. ¿Y si, aunque yo no lo vea así, estos talleres sí ayudan a los alumnos a conocerse mejor? No sé...

P. D. 2: ¿Por qué no se ofrecen también talleres educativos en los que, en lugar de alimentar el esencialismo emocional de los adolescentes, se les exija autocrítica sobre sus acciones y se les ayude a responsabilizarse de lo que hacen (y no solo se les permita justificar cómo se sienten)?

P. D. 3: Si eres docente y vienes a criticar este post en términos ofensivos, una reflexión final: tienes que ser realmente bueno en el cuidado y en la atención de tus alumnos para venir a darme lecciones sobre ello. Porque sé el tiempo que les dedico y cómo me preocupo por ellos.

Publicado originalmente en X/Twitter el 6 de mayo de 2022