(Continuación del post anterior)
alma, con una historia vulgar, sin matices ni claroscuros, donde la forma devora a cualquier contenido más allá del meramente sensorial, donde se sobreestimulan los sentidos del espectador provocando en él tal borrachera visual que le deja abrumado ante semejante despliegue cromático sin sentido, le deja sin capacidad momentánea de crítica. Los homenajes (no se debiera en este caso utilizar este verbo) se suceden, se copia pero sin crear nada original, propio. Tarantino no ofrece nada diferente, los valores que hacían grande a Pulp fiction aquí desaparecen y sólo queda el narcisismo de un autor que cree que con mostrar todas sus influencias y obsesiones cinematográficas le da para crear algo nuevo y diferente. Su desierto creativo se hace más evidente a medida que avanza y avanza su película-río a la que es incapaz de controlar, y por ello tiene que provocar cada vez mayor estruendo y ruido con sus imágenes para tratar de ocultar la simpleza de su planteamiento. Todo lo que se narra pues, se supedita a la forma, a buscar en cada plano alguna referencia, ya sea manga, Hitchcock, Ford, Leone, Bruce Lee o lo que sea; pero esa búsqueda desesperada termina acercándose peligrosamente al pastiche, a la acumulación de referencias sin sentido, al exceso, sin un porqué creativo que las justifique más allá del mero onanismo intelectual.Rascando sob
re esa superficie estética uno se encuentra con una película de cuatro horas donde el único hilo argumental es una venganza con elementos de serie B, sin matices, que tiende al culebrón mediante personajes sin trasfondo psicológico, que van desfilando por la pantalla sólo para morir a manos de la novia, sin que se pueda encontrar en ellos ningún rastro de la extraña personalidad de los personajes de Pulp Fiction o el carácter esquemático de los de Reservoir dogs. No hay tiempo (¡en cuatro horas!) para ello, porque se prioriza la acumulación desmedida de elementos visuales, la violencia estética pretendidamente provocadora y la inverosimilitud sin significado conceptual o emocional alguno; junto a cierta desidia (¿falta de ideas?) narrativa. Por supuesto hay momentos de gran cine en Kill Bill. La muerte de Bill es una de ellos, uno de los pocos momentos donde Tarantino se permite un instante de calma para contar algo de verdad. Pero momentos como ése contrastan con otros, como el del despertar de la novia tras el coma, que son francamente patéticos, carentes de toda imaginación e inteligencia, algo provocado por la rapidez con la que el autor quiere apartar esos pequeños detalles, que sirven para cementar cualquier idea o sentimiento, y así tener más tiempo para impresionar al espectador con los fuegos artificiales de las luchas, la sangre y el exceso. El ritmo del videoclip, se impone. El videoclip funciona por acumulación, gracias la promesa de llegar a ver completamente algo de lo que sólo estás continuamente intuyendo fragmentos, algo sumamente espectacular que nunca conseguirás alcanzar, pero cuya promesa perpetua supone en sí enormes dosis de placer y sensaciones. Casi siempre detrás, en el fondo, la nada. Pues eso.Últimamente h
an aparecido nuevos intentos de evolución estética del cine que prometen grandes alegrías a este arte. Sin city (adaptación de un cómic de Frank Miller, codirigida curiosamente por uno de los directores que más basura ha rodado en los últimos diez años, Robert Rodríguez) abre una puerta a la fusión entre cómic y cine que realmente sorprende y atrae por partes iguales. Cuenta una serie de historias sórdidas y perfectamente reconocibles de gansters, policías y bajos fondos, con personajes arquetípicos y convencionales, pero utilizando un blanco y negro novedoso, deudor del cóm
ic original, que aporta nuevas sensaciones y lecturas a historias ya muy conocidas. Espero con interés el estreno de 300, adaptación de otra obra de Frank Miller, que continúa con la experimentación estética que abriera Sin City profundizando en la prometedora fusión de cómic y cine, mediante la unión de nuevas técnicas de animación por ordenador que se mezclan con las tradicionales cinematográficas. El trailer de Voy ya fin
alizando. Lógicamente el recorrido realizado durante estos cinco posts ha sido personal, subjetivo, con ausencias terribles y significativas. Pero lo importante era la intención primigenia: la discusión entre estética y argumento. Cuál de ambos elementos era el prioritario, el fundamental para el cine. Evidentemente un problema se plantea desde la propia formulación de la pregunta. La pregunta es maniquea, pues obliga a optar, cuando una decisión en un sentido u otro no hace más que reflejar el desconocimiento sobre lo que es el propio ser humano. El arte necesita contenido. El hombre se expresa porque siente necesidad de ser escuchado, de confrontar sus ideas con otros, de reflejar sus estados de ánimo, de trasladar al mundo su visión de las cosas o de descargar sus tensiones, sus miedos o pasiones. Y esa visión implica una estética, una manera de expresión, una forma de plantear y mirar el mundo. Es por tanto una pregunta maniquea porque no hay estética sin contenido ni contenido sin estética. Después están los intentos preciosistas, pretenciosamente rompedores y finalmente mediocres de adornar o falsear el vacío que presentan mediante la acumulación de estímulos para provocar sensaciones tan vacías como lo que se muestra. Algo que el tiempo y las sociedades terminan descubriendo y apartando por la tomadura de pelo que suponen y que cada día debemos aprender a discriminar en una sociedad en la que se impone cada vez más una frivolidad interesada, un superficialidad culta que suele encubrir otras carencias.





































