No sabemos quién es el arquitecto en esta historia, tal vez
porque solo en una película como Matrix se puede encarnar el poder del sistema
en un señor pedante con barba blanca. Suele ser un lugar común cinéfilo
declarar que Matrix (la primera) es la buena y que Matrix Reloaded (la segunda)
es aburrida y prescindible. No estoy de acuerdo. No se puede entender la
compleja historia de poder que encierra esta saga sin esa segunda película que,
aunque pecara de excesivamente discursiva, ponía patas arriba el arquetípico y
simplón esquema argumental de la primera, que incluía estúpidas profecías
deterministas y gurús fundamentalistas autoritarios. La clave de Matrix, la
trilogía, está en aquella brutal aunque abstrusa conversación entre Neo y el
viejo arquitecto, donde este le explica de manera condescendiente al confundido
héroe que, en el fondo, no es más que un
mindundi, una herramienta del poder para estabilizar al sistema, para canalizar
el descontento de los sometidos y poder así descomprimir el sistema de las tensiones
internas provocadas por las ansias de libertad de los desheredados sociales.
Esa es la bomba de relojería política contenida en una historia a la que la
pirotecnia audiovisual termina por dañar y nos hace olvidar la interesante
crítica social que plantea.
La irrupción de Podemos y Ciudadanos en la política española se adapta perfectamente al rol que en Matrix venía a desempeñar Neo. Desde el 15M, y con la crisis en su pleno apogeo, el paro y el descontento calaron por fin en una sociedad, la española, hasta ese momento aletargada por el consumismo y la ensoñación capitalista. A medida que el paro crecía, los sueldos bajaban y los derechos sociales se recortaban, se iba destapando la enorme corrupción de los partidos políticos en el poder y éramos testigos del derrumbe del poder financiero. El sistema, por unos breves instantes, se nos mostraba en toda su crudeza, recordándonos que nunca importaría el bienestar social a no ser que estuviesen protegidos los privilegios de los que más tienen. Desde 2011 hasta 2013 la calle empezó a hervir como no lo había hecho en España desde los ya lejanos años de la Transición. Se organizaron las mareas en defensa de la sanidad y la educación, se organizó la defensa contra los desahucios miserables de bancos sin alma, los ciudadanos se volcaban con los mineros, se rodeaba el Parlamento y triunfaban las marchas por la dignidad. Empezaron a detectarse una mayor virulencia en las manifestaciones, una rabia a veces incontenible, conatos de agresiones a políticos, intentos de ocupación de bancos... Todo ello contrarrestado por una cada vez mayor violencia policial. La gente de la calle, por fin, parecía querer mostrar a los de arriba su hartazgo. De repente, en 2014, impulsados por una innegable capacidad para la confrontación dialéctica, un grupo de profesores de la Complutense, encabezados por Pablo Iglesias, empiezan a tener cada vez más minutos de televisión, transitan de las cadenas marginales a las cadenas del poder (sin que a nadie le extrañe demasiado), y con un discurso cercano, claro y contundente terminan convirtiéndose en los portavoces de una gran parte de esa población que estaba a punto de estallar. En mi opinión no hay duda alguna de que la irrupción de Podemos, a pesar de su discurso antisistema, fue alentada y promocionada por el propio sistema como una forma de controlar la aparición de un estallido social de mayor calado. El objetivo, según esta hipótesis, sería canalizar la rabia incontenible de la gente a través de un movimiento político que permitiera atemperar los ánimos con la promesa de asaltar por fin de las instituciones de manera democrática. Y los muñidores de tal estrategia consiguieron lo que pretendían. Fue un triunfo sin paliativos. Desde finales de 2013 las movilizaciones sociales han caído de nuevo en un triste letargo del que no parecen salir. Los ciudadanos han dejado de salir a las calles a mostrar su enfado y su rebeldía y han vuelto a refugiarse en sus duras vidas y en sus rutinas dejando de lado las luchas colectivas, volviendo a batallar en esas cruentas guerras individuales que el sistema promueve y alienta. Hay un dato que ha pasado desapercibido pero que vendría a confirmar esta tesis: en 2014 descendieron en un 30% las manifestaciones en Madrid en relación al año 2013. Y en 2015 la tónica sigue siendo sin duda la misma. No es solo que haya menos manifestaciones sino que la asistencia a las mismas ha descendido notablemente y además vuelven a ser aceptables para el sistema: “pacíficas”, poco numerosas y sin conato alguno de la violencia irrefrenable de años anteriores. Vamos a las manifestaciones (si vamos), paseamos, gritamos, cantamos un poco y luego a tomar cervezas. Podemos fue la primera herramienta del sistema para condensar en un enemigo reconocible las aspiraciones de los que querían cambiar las cosas en nuestra época. Iglesias fue el primer Neo de esta historia, alentado por los medios del poder, que otorgaron una cuota de pantalla impensable e inesperada a un partido y a unas ideas que convirtieron los indicios de ruptura social violenta en ejercicios onanistas de tuiteros apoltronados frente a la televisión, jaleando a sus nuevos héroes mientras denostaban a los Marhuendas e Indas de turno, los tontos útiles de un sistema que casi nunca ve necesario dar la cara.
2014 fue un año reparador para los grandes poderes
financieros. Volvían a ganar dinero y el sistema ya estaba de nuevo
reconfigurado y estable tras los vaivenes de la crisis, olvidadas ya aquellas
veleidades de políticos mediocres que volvían a mentir cuando gritaban sin
resuello que teníamos razón, que había que construir un nuevo tipo de
capitalismo. Las calles se fueron tranquilizando, la macroeconomía entraba de
nuevo en número positivos, los ricos volvían a hacer dinero… ¿Y los parados? ¿Y
los asalariados? Qué le importa al sistema lo que les pase mientras unos y otros
bajen la cabeza, mientras los unos traten de sobrevivir devorándose entre ellos
y los otros curren como cabrones, asustados ante el temor de perder el trabajo,
mientras unos y otros vuelvan a aislarse y solo suelten su bilis y dejen
escapar su dolor en privado. Solo una cosa empañaba el nuevo nirvana del
capital en la hundida y depauperada España actual: los enormes errores
cometidos por sus corruptas marionetas políticas del PP y del PSOE, unidos a la
corriente de ilusión despertada por el discurso regenerador de Podemos, habían
aumentado por encima de lo deseable, y peligrosamente, las expectativas
electorales del nuevo partido. Y eso era algo que no se podía permitir. Tenían
medios más que suficientes para evitarlo. Ahora los pondrían a trabajar en la
dirección correcta. De la noche a la mañana, bien entrado 2015, fuimos testigos
de cómo, de forma paralela a una campaña de desprestigio a Podemos orquestada
para provocar el miedo a ellos en las clases medias, se construía de manera intelectualmente
grosera el movimiento a favor de Ciudadanos, un partido hasta ahora inexistente
a escala nacional y cuyo discurso apenas daba para construir un altavoz
antinacionalista en Cataluña. Albert Rivera sería el nuevo Neo del sistema,
aupado a las alturas políticas tan solo con único objetivo: desbancar a
Iglesias y a Podemos como alternativas a la vieja política representada por un
PP y un PSOE desgastados por tener que asumir en exclusividad la responsabilidad
final de una crisis que nunca fue política, sino económica, financiera y de
modelo capitalista. Con Ciudadanos hemos asistido a la mayor operación de
construcción de una alternativa política en España desde la irrupción de González
en Suresnes. Han tenido que montar todo el tinglado con excesiva rapidez y eso
ha provocado que pocos puedan creer que su ascenso en las encuestas tenga
siquiera que ver con algún anhelo sociopolítico del pueblo (como sí sucedía con
Podemos). Ha sido evidente que han contado con la total connivencia de los medios
del régimen para construir un discurso que emula punto por punto, en su
sumisión a las doctrinas neoliberales del libre mercado, a los discursos de los
partidos de la casta pero que, de forma tan asombrosa como triste, ha sido
comprado por buena parte de una población desencantada e irreflexiva que parece
considerar que el problema se soluciona cambiando las viejas caras por nuevas
caras, más jóvenes, menos manchadas por la corrupción. Pero igual de sometidas
al régimen.
Y aquí estamos, ahora. A un paso las elecciones municipales y autonómicas. Como en 2011, tras el 15M. Con esa horrible sensación de fracaso de nuevo en la boca. Tal vez peor incluso que en 2011, cuando la explosión social del 15M desembocó finalmente en la victoria aplastante del sistema encarnado políticamente entonces por el PP. Durante cuatro años hemos sufrido, nos han vapuleado, nos han robado, se han reído de nuestras ansias de cambio, nos hemos levantado, hemos peleado, hemos querido creer que el cambio era posible, que sería con Podemos con lo que daríamos la vuelta a la situación. Y justo llegando a la meta la realidad nos está ya avisando que tampoco ahora será. Es la hora de los cínicos, de esos que siempre ven todo con antelación, de los que nunca se fracasan porque hace tiempo que desistieron de intentarlo. Porque lo que dicen las encuestas es que como pasara en 2011, el sistema va a volver a ganar. Ahora encarnado políticamente en la suma de PP + Ciudadanos (y con el PSOE detrás para ayudar, por si hiciera falta). Y si eso pasa será muy difícil levantarse de nuevo…
Y aquí estamos, ahora. A un paso las elecciones municipales y autonómicas. Como en 2011, tras el 15M. Con esa horrible sensación de fracaso de nuevo en la boca. Tal vez peor incluso que en 2011, cuando la explosión social del 15M desembocó finalmente en la victoria aplastante del sistema encarnado políticamente entonces por el PP. Durante cuatro años hemos sufrido, nos han vapuleado, nos han robado, se han reído de nuestras ansias de cambio, nos hemos levantado, hemos peleado, hemos querido creer que el cambio era posible, que sería con Podemos con lo que daríamos la vuelta a la situación. Y justo llegando a la meta la realidad nos está ya avisando que tampoco ahora será. Es la hora de los cínicos, de esos que siempre ven todo con antelación, de los que nunca se fracasan porque hace tiempo que desistieron de intentarlo. Porque lo que dicen las encuestas es que como pasara en 2011, el sistema va a volver a ganar. Ahora encarnado políticamente en la suma de PP + Ciudadanos (y con el PSOE detrás para ayudar, por si hiciera falta). Y si eso pasa será muy difícil levantarse de nuevo…
A pesar de todo, a pesar de saber que el partido se
nos ha puesto muy difícil, de que hagamos lo que hagamos el sistema siempre parece
ganar, recordemos por una última vez a Matrix, y el Neo de aquella historia, que sí consigue
finalmente dos cosas: un empate difícil a última hora y, por el camino, ponerles nerviosos,
tocarles las narices, hacer que se muevan incómodos en sus poltronas…Quedan pocos día para las elecciones, nuestra forma de dar aquel telefonazo,
¿llamamos?