18 julio 2008

Sam Peckinpah, el genio solitario

Un francotirador del cine. Un genio medio loco, alcohólico, irascible, brutal en ocasiones, siempre atormentado, que vivió a caballo entre dos mundos, dos épocas, dos formas de entender el cine y la industria, y que murió finalmente antes de cumplir los sesenta años allá por 1984, después de hacer un puñado de películas extraordinarias. Sam Peckinpah, un cineasta pasional y apasionado, un director que volcaba en el cine su mundo interior, sus miedos, su sentido de la justicia, su idea de la vida, derramando siempre el celuloide, extrayendo las entrañas más íntimas y viscerales a los argumentos que trató, salpicando al espectador de furia y sangre, pero siempre dejando un poso de poesía y lirismo. Dejó huella, consiguió rápidamente lo más difícil para un director, para un creador: ser reconocible, poseer un estilo que no por mil veces imitado ha dejado de ser su impronta, su marca, ésa que intentaron convertir otros en lo único importante de su cine, olvidando a propósito (o debido a su ceguera) el alma con la que dotaba a las imágenes de sus películas. Su estilo fue personal, innovador, radical en su propuesta estética. Su gusto por la violencia filmada, la morbosa contemplación de la muerte, el placer por la cámara lenta detallista que no sugería sino que mostraba en toda su crudeza la danza final del ser humano cuando se le arrebata su vida sin contemplaciones, la coreografía de la violencia, creada con un sentido del ritmo exquisito y que apabullaba a un espectador al que dejaba anonadado ante el espectáculo amoral que se le ofrecía. Su marca. Lo era, desde luego. Pero muchos no quisieron ver que esa marca, ese estilo, era el marco desde el que respiraba el poeta, el director capaz de hacer de un detalle un mundo, de una mirada una historia, de una frase un modo de vida. Peckinpah se erige así como uno de los grandes narradores de un Hollywood al que odió sin poder renunciar a él, un perdedor natural, un desertor de la felicidad que otorgó a sus personajes un halo épico y una ética propia: la ética y la épica de los perdedores, los malditos, los olvidados por la historia, los que nunca se podrían redimir. Sus westerns (todos ellos) son obras maestras, aunque en ocasiones puedan no ser redondos (bien por las complicaciones en la producción o por la propia personalidad de un director que siempre tenía la necesidad de perseguir fantasmas), y sirvieron para redimensionar un género agonizante, asesinado por la pérdida de inocencia de la sociedad norteamericana que lo engendró y por la relectura económica, facilona y en su gran mayoría deleznable de los spaghetti westerns.

Se han escrito decenas de artículos sobre sus películas más famosas, Grupo salvaje y La huida. Nunca se ha mostrado más violencia en una película que la que existe durante la primera hora de metraje de Perros de paja, una violencia latente dentro de una comunidad pequeña, que va ahogando y asfixiando al tiempo al protagonista y al espectador hasta desembocar en una brutal y desaforada violencia física liberadora. Duelo en la alta sierra era un canto hermoso a la lealtad y al apego a un mundo que se escapaba. La primera secuencia que abre La balada de Cable Hogue, donde Jason Robards conversa con Dios mientras camina por el desierto a la espera de una muerte segura, significa una de las presentaciones más entrañables y particulares de un personaje en el cine. Pero me quedo con dos planos particulares de  Pat Garret and Billy the Kid para mostrar y valorar la sensibilidad y la capacidad narrativa de este loco borracho, su sensibilidad, su gusto por la belleza estética y la emoción contenida de su cine.

El primero es cuando Billy ha escapado de la cárcel huyendo de su viejo amigo Garret. Cabalga solo, de noche, y al atravesar un riachuelo se para en medio de él para colocarse algo de abrigo, anochece y la luna refleja la imagen invertida del pistolero en el agua, un segundo no más, lo suficiente para mostrarnos un bellísimo plano de un personaje que se nos muestra atormentado, perdido, sin presente ni futuro, incapaz de cambiar y adaptarse a un mundo que le está sobrepasando y quiere deshacerse de él, un personaje en el que resuenan los ecos del Ethan de Centauros del desierto, que se se siente solo, terriblemente solo, desorientado durante un segundo, sólo un segundo, pero que se niega a desaparecer, y que posteriormente decidirá enfrentarse a su pasado y volver a la única vida que conoce y puede vivir, la que le llevará a la muerte.

El segundo plano muestra la muerte de un sheriff a punto de la jubilación al que Garret ha pedido ayuda para localizar y detener a uno de los secuaces de Bill. El sheriff, junto a su mujer (una espléndida y madura Kathy Jurado, que fuera inolvidable secundaria mexicana en películas como Solo ante el peligro o El rostro impenetrable), accederá a ello con desgana y miedo, sólo para recibir más tarde el balazo que le supondrá una muerte inútil, antiheroica, destrozando así los cánones del western, pero al tiempo recomponiéndolos en una nueva lectura, más humana, más profunda, mientras suenan los primeros acordes de Knock, knock, knockin´on the heaven´s door de Bob Dylan, tema que continúa sonando en una secuencia enorme, intensa, acompañando al sheriff que tambaleante se acerca a sentarse al borde de un lago cercano para morir mientras mira, desconcertado, a su desesperada mujer.


Peckinpah
pervivirá siempre. A pesar de la indiferencia con la que a veces se le trata frente al recuerdo de clásicos y contemporáneos que no significaron ni significarán la mitad que él. El cine no puede olvidarse de uno de los mejores cineastas americanos de la segunda mitad de siglo XX.

17 julio 2008

17 de Julio

El cine, los libros, el amor como ideal, Titanic, Cenicientalmeida, la costura, el cuartito verde, Braveheart, compañera de loza, el tío de las llaves, Mulder, su Mulder, la soledad, el aislamiento, el futuro abortado, las lágrimas, las risas, Lo que el viento se llevó, la espada que me regaló, los sueños, la ensoñación perpetua, los años, seis años, el trágico error, el Diario de Sevilla, la que se quedaría para siempre, la que se fue por sorpresa, el riego, el campo, su campo, para siempre...