Escribo una vez superada la sorpresa inicial. Escribo tras ir
metabolizando lentamente las noticias sobre los recortes en la educación
pública que iban llegando desde la Consejería de Educación de Madrid. Escribo tras
dejar que la conmoción y el desánimo iniciales fueran siendo sustituidos
lentamente por la rabia y la indignación. La indignación. Llevo años
defendiendo que era ése el sentimiento que debía ser invocado y canalizado para
contrarrestar la actual situación de crisis social permanente en la que nos han
colocado. El sentimiento que había que fortalecer y alimentar para hacernos visibles, dejando atrás el
maldito miedo que nos vuelve conservadores (de la nada) o el melifluo e infecto
pensamiento positivo, que pretende hacernos creer que siempre somos los responsables
últimos de todo lo que sucede invalidando cualquier planteamiento
reivindicativo ya que el problema está en uno mismo. Pero hay un desgaste evidente
en el término indignación. Se ha manoseado demasiado. Todo el mundo lo utiliza
para casi todo. Hay que buscar algo nuevo. Hay que inventar algo nuevo. Algo más
castizo, más propio, que refleje mejor mis sentimientos: yo escribo desde el
más profundo, sincero y radical encabronamiento. Profesores encabronados. Ése
será el título del post. Porque ése debe ser el sentimiento que guíe nuestras
próximas acciones. Aunque la derrota sea casi el único resultado posible.
Porque así es como me siento: absolutamente encabronado.
Esperanza Aguirre, a través de su consejera de Educación, Lucía Figar, y su viceconsejera, Alicia
Delibes, ha acometido, de manera alevosa, en pleno mes de julio, la parte final
de su plan de destrucción sistemática de la educación pública en Madrid. Con la
excusa de la crisis (de nuevo) y utilizando mentiras cobardes, han aumentado (retorciendo
la ley de manera torticera) la carga lectiva semanal de cada profesor de
Educación Secundaria entre dos y tres horas. Los que están fuera del ámbito
educativo, los imbéciles en general y los que rumian una estúpida y miserable
envidia esquizofrénica hacia el trabajo de los profesores (esquizofrénica porque
los mismos que te dicen que estás loco por trabajar con adolescentes
“asalvajados” son los que siempre
critican los dos meses de vacaciones) no entenderán cuál es la queja por pasar
de 18 horas semanales de atención directa a los alumnos a 20 o 21. Hasta que
les toque a sus hijos, claro, ser pasto de estos experimentos.
Lo intentaré
explicar brevemente: ese cambio supone que un profesor puede pasar de dar clase
semanalmente a 120 alumnos a dar clase a 150. De golpe. Y entre esos 150 nunca estarán, claro,
los hijos de Figar. El error (interesado) consiste además en confundir estas
horas lectivas con las totales trabajadas semanalmente. Eso sólo lo hace con
intereses espurios la susodicha Figar, consejera de Educación de la Comunidad de Madrid, cuando
miente miserablemente en las televisiones de Vocento o Intereconomía ante una panda de periodistas indocumentados que
no son más que estómagos agradecidos. La jornada semanal de un profesor en
España es de 37,5 horas semanales, de las que 27 son de obligada presencia en
el centro; hasta 30 se cumplen con las reuniones extraordinarias de
evaluaciones, claustros, reuniones con padres, etc; y el resto se asume que se hacen en casa (o en
el centro) y todo el mundo (que no sea imbécil) puede comprender cómo se
completan con tan sólo recordar los trabajos de los alumnos que hay que leer,
exámenes que preparar y corregir, preparación de clases, atención de blogs o
wikis, formación permanente y un largo etcétera. Pues bien, al aumentar las 18
horas de atención directa con alumnos a 20 o 21, sumadas a las horas de guardia
(esas horas en las que ejercemos no de profesores, sino de guardias de seguridad
de los alumnos cuando alguna baja médica obliga a un profesor a no acudir al
centro; algo que es inimaginable por ejemplo en Francia), y a las reuniones
obligadas de coordinación, se cubren las horas obligatorias de estancia en el
centro sin que se deje tiempo para cosas tan elementales como preparar unas
prácticas de laboratorio. No hay problema. Ningún problema. La Consejería de Educación
lo tenía todo bien pensado. No pensaba limitar sus decisiones a algo que
finalmente repercutiría sólo en una mayor carga de trabajo a los profesores,
pero no serviría finalmente para devaluar aún más la educación pública. El objetivo
era más ambicioso.
Ese aumento de carga lectiva del profesorado podría haber
significado que con el mismo número de profesores se podrían ciertamente haber
mejorado las ratios de alumnos en los grupos (formando grupos de 15 o 20
alumnos, los ideales para la enseñanza) y por ende habría mejorado la atención
educativa (por lo que el problema de aumento de la carga lectiva de los
profesores se hubiera convertido en un mero problema de derechos laborales,
pero no en un problema de calidad educativa), pero como la idea central era la
de recortar gastos en la educación pública y devaluarla al tiempo, no sólo no se han mejorado las
ratios sino que para este curso han aumentado. Y además se han eliminado los
desdobles (grupos que se separan en dos más pequeños para realizar prácticas, conversación
de inglés, etc); se ha eliminado por tanto la posibilidad de realizar prácticas de laboratorio; se ha eliminado la
hora de tutoría (en la que el profesor tutor podía dialogar con sus alumnos
acerca de los problemas que surgen, tratar aspectos no directamente
relacionados con la instrucción pero sí con la educación, acercarse
personalmente a ellos, orientarles para el futuro…Sólo hay que pensar lo que va a pasar este año con los
niños de 1º de la ESO
que saltan del colegio al instituto y no van a poder tener ese ancla emocional
que en muchas ocasiones es la figura del tutor para ellos); se han recortado
los programas de compensatoria (para alumnos con problemas familiares y
socioeconómicos que tenían una atención más personalizada y ahora entrarán en
los grupos normales, en los que por una parte será imposible atenderlos como se
debe y por otra parte ellos mismos se convertirán en alumnos disruptivos,
objetores educativos que harán imposible la convivencia en las aulas y por
supuesto, la correcta impartición de las clases); se eliminan las horas de
reducción para los coordinadores TIC (por lo que el uso de las nuevas
tecnologías en los centros va a sufrir un duro retroceso); se eliminan las
horas de reducción para la organización de las actividades extraescolares (con
lo que al no haber tiempo para organizarse seguro que se reducen dramáticamente
las salidas culturales)… Un ejemplo práctico que será entendido por todos: este
año en muchos centros públicos de Madrid habrá grupos de 1º de Bachillerato con
37 o 38 alumnos que verán como no pueden desdoblarse para aprender inglés,
utilizar la sala de ordenadores o para realizar una puñetera práctica de
Química o Biología. Y no harán salidas culturales porque nadie tiene por qué
disponer de su tiempo privado para organizárselas. Aguirre busca conseguir una educación
de varias velocidades en Madrid, en la que a la cola esté una educación pública
que, aún contando con buenos profesionales (que los hay, y muchos), no podrá
competir en ofrecer una calidad educativa acorde con lo que nuestra sociedad
nos exige. Y en la que lentamente se irán introduciendo las empresas u
fundaciones privadas para ofrecer esos servicios que ahora se van a impedir realizar
a los funcionarios públicos con sueldos dignos y que ellas, subcontratadas,
realizarán a un menor coste (que evidentemente se consigue a través de ofrecer
sueldos miserables a jóvenes precarios), inoculando además ideología neoliberal
en los alumnos. Un ejemplo que pone los pelos de punta en la fundación que
dirige la hija de Botín, Empieza por educar, con sus “profesores
transformacionales” (sic) "líderes" que actúan como "embajadores" de un misión superior: acabar con el fracaso escolar. La terminología que usan, con influencias claramente sectarias, está a disposición de todos a través de su web en la que afirman pertenecer al movimiento "Teach for America", un movimiento educativo estadounidense de marcado carácter liberal.
La consecuencia de estos desmanes va a ser que el año que
viene se ahorrarán los sueldos de otros 3000 profesores (a añadir a los más de
1000 del año anterior y a los 400 del anterior) en la Educación Secundaria,
lo que supone no sólo la no contratación (hasta ahora habitual) de todos esos
profesores interinos (que ocupaban plazas completas y necesarias hasta ahora, que no
salían en las oposiciones precisamente para poder tener margen para realizar
barrabasadas como ésta), sino desplazar a otros cientos de sus centros
definitivos y dejar en el limbo a otros tantos (hay más de 1200 profesores que
aún a día de hoy, habiendo obtenido plaza en las últimas oposiciones, no tienen
centros donde trabajar). Supone también que para que cuadren horarios y
plantillas, y a pesar de ese excedente de profesores cualificados existente, el
curso que viene será habitual ver profesores de Filosofía impartiendo Inglés,
de Educación Física impartiendo Ciencias Naturales o de Latín impartiendo
Francés. Profesores que se enfrentarán a clases de 30 alumnos de media, en los
que no se habrán filtrado los alumnos con problemas educativos y sociales que
generan enorme conflictividad, en los que se encontrarán alumnos con
necesidades educativas especiales a los que no se les podrá atender debidamente
(casualmente no suelen ir a la concertada, sino que son siempre derivados a los centros
públicos) y que generan también, lógicamente, cierto caos en las aulas por el desfase existente. Grupos de alumnos a los
que intentarán enseñar algo de una materia que no han estudiado jamás ni en la
que, evidentemente, se han formado como
profesores. Un panorama estupendo. Motivador.
Como España está llena de expertos economistas que opinan
con tranquilidad desde el conocimiento etéreo que les da Sálvame o los
telediarios de Telemadrid, habrá gente que podrá entender que estos recortes
son necesarios en un escenario de crisis económica en la que las
administraciones tienen que apretarse el cinturón. No voy a entrar a discutir
aquí que si queremos que este país salga de las burbujas inmobiliarias, que se
aleje del ladrillo y el sector servicios como ejes de nuestra economía, y
redirija el sector económico y productivo hacia el I+D, debe fortalecer la
formación y la educación de los más jóvenes, y no sólo debe evitar reducir los
presupuestos para educación sino que debe reforzarlos (algo que por ejemplo
EEUU ha realizado en los últimos tres años, los de mayor impacto de la crisis). Estoy demasiado encabronado para
seguir intentando convencer. Prefiero hacer aquí el siguiente cálculo que
cualquier idiota podrá entender: el sueldo medio bruto anual de un profesor en
Madrid es de unos 30000 euros. Si multiplicamos por los 3000 profesores que se
dejan de contratar para este curso salen unos 90 millones de euros de ahorro al
año. Podría parecer una cifra a valorar. Podría. Lo que sucede es que si
pincháis en este enlace leeréis la previsión que hace ACADE, la asociación de centros
privados (no concertados) de Madrid, respecto a la cantidad que ahorrarán los
padres de la educación privada madrileña (sólo la privada, no la concertada)
gracias al aumento de la desgravaciones aprobadas por Aguirre: casi 65 millones
de euros. Esta es la cantidad que no ingresa la Comunidad de Madrid en
impuestos porque ha decidido “ayudar” a los pobres padres que llevan a sus
hijos a los colegios privados. Al fin y al cabo, ya hacía un tiempo que los
centros privados reclamaban su parte del pastel de dinero público que veían
fluir indiscriminadamente hacia los centros privados concertados… ¿No hay motivos
para encabronarse?... ¿En serio?... ¿Todos los padres están de acuerdo con todo
esto? ¿El encabronamiento no debe ser de todo aquél que quiera una educación
digna y sufragada con sus impuestos para sus hijos?... ¿De verdad alguien puede
creer con honestidad que estos recortes son obligados por la crisis y ésta no
sirve más que como excusa para realizar los tratamientos de choque neoliberales de los que hablaba Naomi Klein en La doctrina del shock?
¿Cómo hemos llegado a esta situación? No es una pregunta retórica. Se responde con facilidad y es muy fácil repartir culpabilidades y responsabilidades. Desde luego el gobierno de Aguirre tiene la mayor responsabilidad, aquí en Madrid. Pero sindicatos educativos, padres, profesores y sociedad civil en general tienen una parte muy importante de responsabilidad por olvidar en los años de bonanza de donde venimos y qué significaba haber construido un tejido educativo público como el que teníamos (que evidentemente era mejorable) y que lentamente unos han destruido y otros, con idiotas elitismos, han dejado destruir.
Sólo queda hacer lo que hay que hacer.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? No es una pregunta retórica. Se responde con facilidad y es muy fácil repartir culpabilidades y responsabilidades. Desde luego el gobierno de Aguirre tiene la mayor responsabilidad, aquí en Madrid. Pero sindicatos educativos, padres, profesores y sociedad civil en general tienen una parte muy importante de responsabilidad por olvidar en los años de bonanza de donde venimos y qué significaba haber construido un tejido educativo público como el que teníamos (que evidentemente era mejorable) y que lentamente unos han destruido y otros, con idiotas elitismos, han dejado destruir.
Sólo queda hacer lo que hay que hacer.