Hay una idea que me ha obsesionado desde la adolescencia, que siempre está presente en mis argumentos y que, por inalcanzable, siempre parece observarme desde arriba, con desdén, con suficiencia. Se tata de la idea de coherencia. El DRAE define coherencia, en su segunda acepción, como "actitud lógica y consecuente con la posición anterior". Algo simple. Comprensible. Incluso evidente. Parece natural que en la vida busquemos ser coherentes para andar por ella con paso seguro. Parece más complicado estar variando caóticamente nuestros discursos, o dejando al azar de los sentimientos de cada día el sentido de nuestras acciones.
Por otro lado todos sabemos que hacer lo lógico y sencillo no es siempre tan fácil, ni suele ser la primera elección, somos conscientes de que nuestros miedos, intereses, ambiciones y demás características que hacen al ser humano tan atractivo y complejo, miserable y desprendido al tiempo, hacen que la idea de coherencia no sea en todo caso más que una meta siempre inalcanzable, una quimera, lejana o cercana pero siempre escapándose entre los dedos, inaprensible.
Pero una cosa es que valoremos la dificultad que entraña la coherencia, y otra diferente es aceptar que políticos y periodistas, día tras día, asunto tras asunto, escondan sus verdaderas opiniones e ideas detrás de declaraciones impostadas, declamadas con voces engoladas, que aparentan mucha preocupación, mucho análisis previo y mucha coherencia. Cualidad ésta de la que, interesadamente, siempre carecen pero de la que constantemente alardean.
El último asunto de actualidad nos ha traído la posible compra del 30% de nuestra "entrañable" empresa española Repsol por parte de la malvada rusa Lukoil. Puro libre mercado, puro liberalismo en toda su esencia moderna: transnacional, globalizado, volátil. ¿Cuál es el problema? Para empezar tenemos a Zapatero declarando que “el Gobierno defiende que Repsol y su dirección sean españoles”, y a Rajoy, con su gracejo habitual, recurriendo a un símil deportivo para opinar sobre el tema y considerar que “Repsol en manos rusas pone a España en la quinta división”. Saliendo de la órbita política tenemos a periodistas varios, de todo el espectro mediático, preocupados por las consecuencias de dejar en manos rusas una empresa de “valor estratégico” tan importante como Repsol, mientras que otros, como Pedro J. y Losantos, para evitar opinar en contra de aquello que siempre parecen defender, y al tiempo aprovechar para atacar al Gobierno, eluden considerar que la operación de compra es una consecuencia natural de la libertad del mercado que opera a su antojo a través del poder del dinero, y buscan ocultas y aviesas conspiraciones que les sirvan para justificar su propias incoherencias.
Porque ése es el intríngulis de la cuestión: la capacidad de políticos, periodistas y ciudadanos en general de ser incoherentes de manera flagrante y de manera continua, en beneficio propio y por pura conveniencia, sin considerar por un momento la posibilidad de construir un discurso coherente que inevitablemente conlleve dolorosas consecuencias derivadas de aquello que dicen defender. En el fondo subyace la certeza infantil y adolescente de que nosotros somos los que nos merecemos todo, aunque sea de manera injusta y perjudicial para otros, y en cambio, si salimos perdedores del enfrentamiento, exigimos lastimosamente un marco de justicia que nos ampare frente a los más poderosos. Rawls deliraba si consideró en algún momento que su teoría de la justicia sería puesta en práctica alguna vez por el ser humano.
El asunto Lukoil-Repsol debiera ser muy fácil de comprender para todo aquél que quiera dejarse de milongas y abra los ojos a la realidad de la economía liberal, aceptándola o renegando de ella con todas sus consecuencias. El neoliberalismo económico, dejar que el mercado se autorregule, el laissez faire, y demás zarandajas de las que tanto se ha escrito y hablado, no son más que el MacGuffin que esconde lo fundamental de la trama: los unos, para vivir mejor, lo tienen que hacer a costa de los otros. Y ya está. Las empresas sirven de instrumento de penetración en las líneas enemigas como antes fueron los ejércitos y después los golpes de estado prediseñados. Simplifiquemos, y en la sencillez de los argumentos esqueléticos intentemos encontrar la propia esencia que estructura a nuestras sociedades:
Por otro lado todos sabemos que hacer lo lógico y sencillo no es siempre tan fácil, ni suele ser la primera elección, somos conscientes de que nuestros miedos, intereses, ambiciones y demás características que hacen al ser humano tan atractivo y complejo, miserable y desprendido al tiempo, hacen que la idea de coherencia no sea en todo caso más que una meta siempre inalcanzable, una quimera, lejana o cercana pero siempre escapándose entre los dedos, inaprensible.
Pero una cosa es que valoremos la dificultad que entraña la coherencia, y otra diferente es aceptar que políticos y periodistas, día tras día, asunto tras asunto, escondan sus verdaderas opiniones e ideas detrás de declaraciones impostadas, declamadas con voces engoladas, que aparentan mucha preocupación, mucho análisis previo y mucha coherencia. Cualidad ésta de la que, interesadamente, siempre carecen pero de la que constantemente alardean.
El último asunto de actualidad nos ha traído la posible compra del 30% de nuestra "entrañable" empresa española Repsol por parte de la malvada rusa Lukoil. Puro libre mercado, puro liberalismo en toda su esencia moderna: transnacional, globalizado, volátil. ¿Cuál es el problema? Para empezar tenemos a Zapatero declarando que “el Gobierno defiende que Repsol y su dirección sean españoles”, y a Rajoy, con su gracejo habitual, recurriendo a un símil deportivo para opinar sobre el tema y considerar que “Repsol en manos rusas pone a España en la quinta división”. Saliendo de la órbita política tenemos a periodistas varios, de todo el espectro mediático, preocupados por las consecuencias de dejar en manos rusas una empresa de “valor estratégico” tan importante como Repsol, mientras que otros, como Pedro J. y Losantos, para evitar opinar en contra de aquello que siempre parecen defender, y al tiempo aprovechar para atacar al Gobierno, eluden considerar que la operación de compra es una consecuencia natural de la libertad del mercado que opera a su antojo a través del poder del dinero, y buscan ocultas y aviesas conspiraciones que les sirvan para justificar su propias incoherencias.
Porque ése es el intríngulis de la cuestión: la capacidad de políticos, periodistas y ciudadanos en general de ser incoherentes de manera flagrante y de manera continua, en beneficio propio y por pura conveniencia, sin considerar por un momento la posibilidad de construir un discurso coherente que inevitablemente conlleve dolorosas consecuencias derivadas de aquello que dicen defender. En el fondo subyace la certeza infantil y adolescente de que nosotros somos los que nos merecemos todo, aunque sea de manera injusta y perjudicial para otros, y en cambio, si salimos perdedores del enfrentamiento, exigimos lastimosamente un marco de justicia que nos ampare frente a los más poderosos. Rawls deliraba si consideró en algún momento que su teoría de la justicia sería puesta en práctica alguna vez por el ser humano.
El asunto Lukoil-Repsol debiera ser muy fácil de comprender para todo aquél que quiera dejarse de milongas y abra los ojos a la realidad de la economía liberal, aceptándola o renegando de ella con todas sus consecuencias. El neoliberalismo económico, dejar que el mercado se autorregule, el laissez faire, y demás zarandajas de las que tanto se ha escrito y hablado, no son más que el MacGuffin que esconde lo fundamental de la trama: los unos, para vivir mejor, lo tienen que hacer a costa de los otros. Y ya está. Las empresas sirven de instrumento de penetración en las líneas enemigas como antes fueron los ejércitos y después los golpes de estado prediseñados. Simplifiquemos, y en la sencillez de los argumentos esqueléticos intentemos encontrar la propia esencia que estructura a nuestras sociedades:
- No queremos que los rusos controlen sectores económicos trascendentes de nuestro país.
- Los rusos, pues, son el enemigo, y como tal no se debe permitir que se introduzcan de manera permanente en nuestra economía, porque sabemos que los beneficios que consigan no repercutirán en nuestra sociedad.
- ¿Por qué lo sabemos? ¿Porque las empresas españolas hacen lo mismo cuando se expanden por el mundo?... ssshhhhh… nadie debe enterarse… Si Repsol crece a costa de Latinoamérica se debe defender su expansión como una consecuencia natural de una economía liberalizada y machacar mediante todas las armas de presión disponibles (mediáticas y políticas) a los patéticos gobiernos que pretendan limitar su expansión y crecimiento.
- Por este motivo hay que decir (y conseguir que los ciudadanos se lo crean) que cuando el Gobierno boliviano, por ejemplo, intenta atar las manos de Repsol en su territorio, no lo hace para impedir que un sector estratégico como el de la energía quede tan sólo en manos extranjeras que buscan el máximo beneficio al menor coste, defendiendo así que los beneficios de la comercialización de los recursos naturales que su tierra posee repercuta en su propia población. No. Qué va. El Presidente del Gobierno de Bolivia es un aprendiz de dictador socialista, un secuaz de Castro, un indigenista enloquecido travestido en rojo intervencionista que quieren castrar el libre mercado y el progreso que conlleva. Pásalo.
- Repsol, desde hace años, tiene un nombre compuesto: Repsol YPF. ¿Por qué? Porque la española Repsol (¡la nuestra!) compró a la que fuera empresa nacional petrolífera argentina YPF (¡de otros!), privatizada posteriormente por Menem para dejarla caer en manos extranjeras (¡las nuestras!) ¿Fue aquélla una operación peligrosa para los argentinos porque perdían el control del sector estratégico energético?... anda ya… ¡qué exagerado!... aquello fue libremercado, progreso, libertad…
- Que Endesa compraba empresas en Perú o en Brasil… Maravilloso, era una muestra más del poder económico de España y de las bondades de la libertad de mercado… ¿Qué pasó cuando la italiana Enel o la alemana EON vinieron a comprar a Endesa? Manos a la cabeza, consternación y argumentos pueriles de índole nacionalista y proteccionista, además de claramente antiliberales en la boca de aquellos que hasta hacía cinco minutos eran adalides del legado de Thatcher y Reagan.
Los ejemplos se repiten cada día, cada minuto, en cada tertulia radiofónica, televisiva o de cafetería, en el Parlamento, en los de un lado, en los de otro, sin descanso, hasta el hastío, en una espiral eternamente incoherente, sin que a nadie le importe un carajo, mientras nosotros nos movemos al son de los temas que cada día nos van colocando encima lde a mesa los medios de comunicación y los políticos, como marionetas en manos de los que deciden de qué hablaremos ese día e incluso el sentido que le daremos a nuestras opiniones.
Y todos, felices o cabreados pero siempre, constantemente, coherentemente incoherentes.
Y todos, felices o cabreados pero siempre, constantemente, coherentemente incoherentes.