Mostrando entradas con la etiqueta Personal. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Personal. Mostrar todas las entradas

13 diciembre 2025

¡20 años de Discu(r)siones! (Personal)

 13 de diciembre de 2005. 13 de diciembre de 2025. 

 

Continúo celebrando los 20 años de Discu(r)siones y, como ya hice con los posts sobre Educación, amplío a 20 las entradas seleccionadas en este recopilatorio más personal y político.

Discu(r)siones nació a finales de 2005, en pleno boom de la blogosfera y yo, por entonces, no tenía muy claro ni cómo ni para qué lo iba a usar. Ha pasado el tiempo (tanto tiempo) y, aunque siempre con dudas, continué escribiendo y publicando. Incluso cuando los blogs murieron. No sé cuántas veces he pensado en cerrar esta puerta (a veces, demasiado explícita) a mi vida, a mis ideas, a mis sentimientos y a mi forma de mirar al mundo pero, al final, nunca fui capaz de hacerlo. A día de hoy ya tengo claro el porqué: desde que nació, he usado este blog como un espacio de libertad para expresar lo que pienso sin las cortapisas que las interacciones sociales y familiares generan, sin el pudor o la vergüenza que siempre he sentido para expresar mis emociones en público, para difundir reflexiones que aprendí a guardarme en el ámbito privado para no provocar estériles enfrentamientos personales y para canalizar el dolor o la frustración personal. Pero sobre todo, y tal vez lo más importante, este blog me ha servido para estructurar y dar forma a mis propias ideas, a mis intuiciones tras lecturas, conversaciones, experiencias vitales. Me ha servido para convertir los balbuceos intelectuales en algo parecido a una visión coherente del mundo desde una expresa posición ideológica. Cada año fui publicando menos posts, sí, pero cada uno de los que publicaba era mucho más relevante para mí porque significaba una (exigente) manera de estructurar alguna reflexión personal. El blog terminó por convertirse en una bitácora vital, un ancla moral, un filtro ético.

He elegido estos 20 posts, en este vigésimo aniversario del blog (ordenados cronológicamente), que al final de lo que hablan es de mí y de mi forma de pensar el mundo. Toca recordar lo escrito sobre política, cine, nuestra sociedad y, sobre todo, toca recordar lo escrito sobre mí, sobre lo que me ha ido pasando y he ido sintiendo, sobre mi forma de interpretar el mundo. 

1. Ya en 2006 los viajes exóticos entre los jóvenes urbanitas de mi generación suponían una exigencia social. Nunca, ni entonces ni ahora, he soportado el postureo asociado a esos viajes existencialistas ni la ridícula construcción de una imagen personal a partir de ese simulacro narcisista de diferenciación social que el viajero (nunca turista, no lo ofendas) intenta construirse.

La hipócrita moda de viajar 

"Se trata de viajar siempre que uno pueda, irse a dónde sea. Quedarse en casa es de tontos, de pobres. Sólo se queda uno en casa si no puede evitarlo. Da igual si existe motivación de algún tipo para ese viaje, si hay algo de real interés salvo el del mismo hecho de viajar. Y, por supuesto, después, contarlo a la vuelta. Mediante imágenes. Cientos a ser posible.

2. Siempre he pensado que resulta realmente útil interpretar el momento social a partir de "lo generacional". Por nacimiento, pertenezco a la generación X pero siempre preferí la alternativa que se acuñó en España durante la primera década del siglo XXI: generación mileurista. Definía perfectamente la hostia que se llevaron muchos cuando salieron de sus burbujas familiares y universitarias y el mercado laboral los recibió con entusiasmo, deseoso de mostrarles para qué los quería, deseoso de explotarles laboralmente al tiempo que los convertían en los gilipollas ideales a los que encasquetar hipotecas demenciales.

Ahora que los millennials se han hecho mayores y que la generación Z desprecia a todo el que tenga menos de 30 años llamándolo despectivamente boomer cuando intenta advertir a los jóvenes de su deriva adanista, resulta trascendente recordar (esto lo escribí en 2006) cómo mi generación asumió con docilidad el mundo que nuestros mayores nos habían construido.

En 2 posts:

Mileuristas, la generación sin voz (1)

Mileuristas, la generación sin voz (2) 

"Los mileuristas [...] no existen para nadie. Y sobre todo no existen para ellos mismos. Como miembros de una tribu o secta se reconocen entre ellos mediante el sentimentalismo, la nostalgia y la televisión. Pero no forman grupos de presión ni de ideas. Tal vez su rasgo distintivo en ese sentido sea su pasión por las ONG´s y lo políticamente correcto."

"Asustados y molestos descubrieron que el mundo real no era el previsto en sus planes: no iban a ganar dinero rápido, no iban a mejorar las vidas de sus padres, no podrían cambiar el mundo, no se iban a poder independizar con rapidez porque no tenían ni siquiera desarrollados los instrumentos necesarios para valerse en soledad y encima la vivienda, gracias a la especulación de la generación de sus padres, se había convertido en un escollo inexpugnable.

3. Solo desde la inconsciencia adultescente uno publica este  tipo de  posts sobre "estética de cine" y cree que está escribiendo algo serio. Pero releo este texto, escrito en 2007, seguramente el más largo y trabajado de los 15 años del blog y, más allá de matices y afirmaciones que no haría con igual contundencia hoy, no me provoca bochorno alguno. Al contrario, rezuma mucho de mi amor al cine y mucho de lo que sigo defendiendo hoy día sobre cómo interpretarlo, disfrutarlo y valorarlo.

En 5 posts (y cada película que menciono sigo pensando hoy que es extraordinaria):

Sobre la estética de cine. Orígenes. Lumière. Mèlies

Sobre la estética de cine. Hawks. Expresionismo: Murnau. Ford

Sobre la estética de cine. Johnny Guitar y Alemania año cero. Nouvelle vague. Peckinpah. Scorsese

Sobre la estética de cine. Blade Runner. Dogma. Tarantino

Sobre la estética de cine. Kill Bill. Sin City y 300. Conclusiones

"El Gabinete del doctor Caligari es una de las experiencias estéticas más poderosas jamás realizadas en el cine. Durante 62 minutos la realidad como tal desaparece, siendo sustituida por nuestros miedos y pasiones más ocultas. Pensamientos y deseos subconscientes que son reflejados mediante unos decorados y una puesta en escena que trasladan intensamente la pulsiones de los personajes en una terrible historia de sexo, poder y locura

4. Desde 2002 (cuando me vine a vivir a Madrid) y durante más de una década ver el fútbol en bares hizo que se fuera cimentando una extraña conexión con un grupo de desconocidos que solo se hacían carne cada sábado o domingo por la tarde en aquel bar (hoy ya cerrado) que hacía frontera entre La Latina y Lavapiés. Mientras yo disfrutaba de Zidane, Madrid me convertía en uno de los suyos. Ahora que disfruto del fútbol en casa con máxima calidad y televisión de 55 pulgadas, todavía siento un pellizco de nostalgia cuando paso por delante de aquel bar y rememoro los nervios antes de entrar, la tensión por encontrar un sitio adecuado para ver el partido, las conversaciones banales, la revista dominical que llevaba para evitar conversaciones en el descanso, el Aquarius de la primera parte y el White Label solo con hielo en vaso de tubo de la segunda...

En dos posts:

Historias de fútbol (1)

Historias de fútbol (2)

"Más de seis años viendo fútbol de manera periódica en este bar, sin amigos que perturben, dan para mucho. Sirve incluso para estudiar nuestro comportamiento social, cómo funcionamos en grupo e individualmente. Para generar complicidades extrañas con personas que por motivos diversos también acuden al bar en soledad a ver a su equipo, y con los que basta un saludo con la mirada o una palabra suelta para que poco a poco vayan convirtiéndose en personajes necesarios que interpretan su papel en el plató en el que se desarrolla este ritual semanal.

5. En el verano de 2012, cuando en España la crisis social, económica, política e institucional llegaba a su punto más alto y mi familia se rompía en mil pedazos por el puto cáncer que terminaría matando a mi hermana Mari, escribí este post. Tal vez es uno de los que más satisfecho me siento. De manera ácida y dura pero de forma (creo) lúcida, radiografiaba de nuevo a la generación mileurista, a la generación X, exponiendo nuestro fracaso, nuestra derrota vital.

Mileuristas, cuando éramos tan felices

"Éramos vistos con simpatía condescendiente por nuestros mayores y, aunque superficialmente rebeldes, seguimos dócilmente los caminos previamente abiertos por ellos, sin aportar casi nada propio, sin desenmascarar ninguna de las mentiras sobre las que se construyó la España democrática. Casi nadie se escapó fuera del redil. Recibíamos continuos elogios por nuestra formación pero eso, sospechosamente, no se iba traduciendo en una mejora de nuestras condiciones laborales."

"Ejercíamos de niñatos porque era lo que mejor sabíamos hacer y porque, en el fondo, nadie quería ni esperaba que hiciésemos otra cosa"

6. Y en ese mismo verano de 2012, el 9 de septiembre, fallecía mi hermana Mari por culpa de una leucemia que se la llevó en poco más de un mes. De aquel desastre sentimental rescato este post que me rompe cada vez que lo releo: su hijo de 6 años, mi sobrino Ale, lloraba exigiendo ver a su madre. 

Lágrimas

"El niño sigue llorando, nada parece consolarlo, cierra con fuerza sus ojos y balbucea desesperado, mientras incrementa su sollozo: “¡pues es que yo no la veo, yo quiero ver a mi mamá!”. Lágrimas como puños recorren su carita enrojecida."

7. Estamos en 2013 y en este post reivindicaba algo que me obsesiona desde siempre: la coherencia. Intentar que lo que se hace no se aleje mucho de lo que se dice defender que se debe hacer. Me provocan un enorme hastío el victimismo y la búsqueda de comprensión de los que intentan desligar su discurso social y político de las decisiones vitales que terminan definiendo realmente sus vidas (y las de sus hijos).

Elogio de la coherencia

"No somos socialmente ni lo que pensamos ni lo que decimos pero sí terminamos siendo lo que hacemos."

8. Lo escribí en 2013 y no solo sigo pensando lo mismo que cuando lo publiqué sino que pienso que me quedé corto en lo que denunciaba: la exigencia de una formación continua, de una formación "para toda la vida", es uno de los grandes fraudes de nuestras vidas modernas. Desconfía siempre del que la defienda y del que pretenda normalizarla. Este es otro de los posts que he escrito que considero plenamente vigentes.

La cara oculta de la formación continua

"Más allá de una élite cultural y empresarial que cree haber encontrado la piedra filosofal en una formación continua cuya gestión detenta con mano de hierro, existe una enorme masa ciudadana desconcertada, desorientada, perpetuamente enganchada a una formación permanente que siempre parece que la forma para algo que ya se ha quedado inmediatamente anticuado o que hay inmediatamente que reciclar. Mediante más formación de pago, por supuesto."

"No podemos estar estudiando toda la vida con la soga al cuello, no podemos estar formándonos para siempre bajo presión, no podemos utilizar el escaso tiempo libre del que disponemos para seguir estudiando solo aquello que nos digan que resulta útil para posicionarnos en un mercado laboral que nunca parece tener espacio para todos.

9. Mientras leía sobre Keynes y Hayek, aparecía Enguita, el "experto" educativo, el de las hiperaulas a 100.000 euros (de dinero público) para defender en Twitter la selección privada de docentes (con dinero público). El post salió solo: el funcionario liberal, ese tipo.

El funcionario escindido: otro tonto útil

"Muchos de los que elaboran el discurso contra el Estado, de los que abogan por su reducción, de los que defienden la eliminación de funcionarios de bajo nivel y la pérdida de derechos laborales suelen pertenecer a una casta particular dentro de la función pública que, sintiéndose a salvo de los recortes y sabiéndose económicamente fuertes para soportar ciertas reducciones salariales (que compensan con jugosas prebendas paralelas del sector privado), construyen un discurso maniqueo desde sus castillos de cristal, ajenos a las necesidades reales de sus conciudadanos y a su sufrimiento, jugando a ser científicos a partir de principios económicos ideologizados." 

10. En 2013 mi madre cumplía 70 años mientras se fraguaba la siguiente tormenta familiar. La que nos convertiría en un erial emocional. Pero aquí tocaba homenajear a una mujer, mi madre, realmente especial: una luchadora vitalista, una survivor, siempre dispuesta a sonreír y disfrutar de la vida a pesar de las hostias brutales que esta le iba propinando.

1943-2013: 70 años 

"Yo le debo todo. Nada tengo que echarle en cara. Siempre fui capaz de comprender y controlar sus defectos. De entenderla. Siempre supe cómo encontrarla, cómo provocar su risa. Cómo demostrarle mi cariño. De pocas cosas me siento más orgulloso que de conseguir hacerla reír. De conseguir que escape por un momento de una realidad encorsetada."

11. Nunca me he sentido cómodo con la nostalgia azucarada pero he aprendido a disfrutar de la memoria sin que ello me obligue a asumir esclavitudes relacionales. Este post habla de aquellos amigos, de mis amigos adolescentes, de aquella adolescencia que acabó tardíamente cuando me fui a Tenerife, ya con 22 años. Con este relato en primera persona de cuando fuimos futbolistas de aquel Cubata Mecánico que (casi) siempre perdía mientras mis amigos se convertían en inmortales en mi memoria, intentaba darles el homenaje que se merecen.

Historias del Cubata Mecánico

"Pocas veces se vio un equipo de fútbol en ninguna competición tan apasionado como el nuestro, tan emocional, tan comprometido y tan, tan, tan terriblemente malo. Joder, qué malos éramos. Desde un portero con miedo al balón hasta un tipo que se marcaba solo regateando siempre hacia la banda hasta cerrarse el espacio. Desde un mediocentro defensivo que poco barría hasta defensas hermanos con tendencias depresivas. Desde un tipo tan delgado que carecía de fuerza para proteger un balón hasta un delantero con ínfulas que tenía miedo a golpear con fuerza el balón.

12. Creo que nadie ha profundizado suficientemente en ello, pero la irrupción de Podemos fue trascendental para mi generación, la generación X, y no se podrá construir nuestro relato generacional sin analizar lo que significó su nacimiento. No importa que hoy ni siquiera te permitas recordarlo pero, por fin, una ventana política se abría para una generación, la nuestra, destinada a la irrelevancia. Corría el año 2014.

La generación mileurista comienza a salir de la habitación oscura 

"Los mileuristas [...] están, finalmente, dispuestos a presentar batalla política contra los viejos poderes y las castas corruptas justo cuando parecía que la historia se los tragaría y su papel político y social terminaría siendo irrelevante. Habrá que esperar para ver su evolución pero los zombis mileuristas parecen despertar de nuevo a la vida.

13. Estábamos en 2017 y se cumplían 5 años de la muerte de mi hermana Mari debido al #PutoCáncer. No recuerdo haber escrito, de manera planificada, un post más triste y más amargo que este. El blog seguía sirviendo para catalizar mis emociones. 

5 años, un recuerdo y un beso 

"Compré de manera voluntaria el último pasaje disponible para el tren del terror. Entré en una habitación en la que mi hermana Mari, la decidida, la valiente, la vitalista, era ya puro hueso, un pajarillo tembloroso con sus manos aferradas desesperadamente a las de sus hermanas..."

14. Es una realidad. Jodida pero no por eso menos cierta: a través de sus altavoces mediáticos han conseguido que las huelgas (cualquier huelga) de los trabajadores se conviertan en el relato de los pobres ciudadanos que se ven afectados por sus consecuencias. El precariado ha asumido que no existe como colectivo laboral sin entender que eso lo incapacita para conseguir mejoras laborales para todos. Es la consecuencia más dolorosa del narcisismo aspiracional de tres generaciones (la X, la millennial y la Z)

La huelga, esa piedra en el zapato del precariado

"El precariado (sobre)vive en un infierno diario pero no aspira a cambiar el sistema sino a triunfar en él. Ese infierno aspiracional es el motor de un sistema laboral en el que se soporta la explotación y la humillación de empresarios indecentes en silencio, pero luego se reprocha la lucha de otros que solo pretenden no soportar o no alcanzar ese grado de sordidez laboral."

15. Somos de izquierdas, claro, con nuestras contradicciones pero intentando sobrevivir siendo medianamente coherentes. Tal vez por eso nos resultan tan cargantes esos arrogantes apocalípticos de salón cuyos discursos extremistas nunca encuentran lógica correspondencia con sus vidas pijoprogres, dócilmente sometidas a convenciones sociales establecidas.

El apocalíptico integrado: una historia de la izquierda 

"Incapaces ya de vislumbrar esa implosión capitalista que predijeran Marx o Rosa Luxemburgo, ahora prefieren especular con un próximo colapso climático, con una naturaleza implacable que vendrá remediar nuestra incapacidad revolucionaria, una naturaleza esquilmada que derrotará al capitalismo a través de una crisis ecológica que la arrogante ciencia humana no será capaz ya de contener."

16. En 2002 mi hermana Mercedes murió debido al #PutoCáncer. 18 años después me permitía transcribir en el blog algo de lo que había escrito unos meses después de su muerte en uno de aquellos cuadernos azules que por aquel entonces utilizaba como diarios.

17 de julio. 18 años después

"Nada es igual, pero todo lo parece. Solo en ciertos días como el de hoy, en ciertos momentos, aparecen de la nada las ausencias. Y arrasan con todo. El resto del tiempo todo parece avanzar como siempre. Aunque es mentira, claro. Todo es diferente, como es diferente hablar en pasado de vosotros"

17. De manera intempestiva, en marzo de 2023, se moría mi buen amigo Fernando Fanjul  debido a un #PutoCáncer repentino que arrasó con él en unos pocos meses. Este post fue mi homenaje y mi recuerdo a un tipo maravilloso.

Ha muerto un profesor. He perdido un amigo

"Fernando era pura vida. Durante cada minuto de cada día transmitía un ansia irrefrenable por gozar con todo lo que hacía, ya fuera dar clases, disfrutar de los comics, del amor de las mujeres a las que tanto quiso o tocar esa bendita batería que tantas horas de pasión y alegría le brindó con cada uno de los grupos en los que estuvo. Fernando irradiaba felicidad, entusiasmo y frenesí vital. Fernando era un torrente de vida que nadie podía controlar, ni siquiera él mismo."

18. El blog también me ha servido para asumir por escrito, ya sin posibilidad de autoengaño, ciertas mutaciones personales que no siempre quise aceptar. El tiempo nos pasa factura a todos y aunque tengo claro que cambiar forma parte de un proceso vital sano, a veces, solo a veces, echo de menos lo que he dejado por el camino.

A veces me echo de menos

"Hablar, discutir, conversar, reír, encabronar, encabronarme, refutar, volver a hacer todo eso, otra tarde o noche más, hasta la madrugada... Hasta que, casi sin darme cuenta, el tiempo lo desgastó todo."

"A veces me echo menos. Sin dramas. Igual solo les echo de menos a ellos. A los que eran entonces. A los que éramos todos nosotros entonces. A los que ya no están."

19. Se cumplía el primer año de la muerte de mi hermano Juanma debido al #PutoCáncer. Juanma fue muy importante en mi vida pero, de alguna manera, se nos había ido de nuestras vidas hacía ya mucho tiempo y yo necesitaba empezar a explicar(me) el significado de su ausencia en mi vida.

Perdido en su laberinto

"Jamás podría explicar la construcción de mi yo adulto sin ti, sin tu presencia, tu influencia, tus conversaciones y tu guía. He pensado mucho en ello últimamente, cada vez que me quedaba solo, o justo antes de dormir, o cuando terminaba de hablar con alguno de los hermanos y la angustia colonizaba mi cabeza. Rememoro conversaciones, momentos, situaciones, risas, anécdotas que vivimos juntos, siempre con alcohol mediante, qué remedio, pero me sigue pareciendo un milagro lo que me regalaste: apenas con 18 años, absolutamente asfixiado con la vida familiar y completamente hambriento de una cultura a la que no lograba acceder, tú decidiste tratarme como el protoadulto que yo quería ser, sin la habitual prepotencia de los hermanos mayores, y alimentaste paciente y cariñosamente mis ansias de literatura, cine, política, filosofía..."

"Da igual, pienso en mis gustos cinematográficos, literarios o en mi atención desmesurada a los medios de comunicación y, lo quiera o no, resuenas con extraordinaria fuerza en cada una de mis obsesiones. Al final, soy quien soy por haber un día caminado detrás de ti, por haber caminado más tarde a tu lado y, finalmente, por haber decidido dejarte solo en tu camino."

20. No puede ser más justo terminar esta recopilación con este post que escribí cuando se cumplía el primer aniversario de la muerte de mi madre tras unos años terribles de padecimiento debido al Alzheimer. Por fin, un año después de su muerte, podía escribir sobre ella tan solo para recordarme lo mucho que la sigo echando de menos.

Te sigo echando de menos

"Echo de menos tu voz, mamá. Echo de menos tu risa, echo de menos tu verborrea continua, tu apoyo incondicional a cada paso que di. Echo de menos tus besos, cómo echo de menos tus besos, esa ráfaga de amor que convertía en eternos esos segundos en los que tus labios parecían ser incapaces de separarse de mi mejilla. Echo de menos no poder reposar una vez más, como tantas veces desde niño, mi cabeza en tu pecho para olvidarme de todo durante unos instantes mientras acariciabas mi pelo suavemente."

02 febrero 2025

Te sigo echando de menos

2 de febrero. Un año ya sin ti. No pude escribirte cuanto te fuiste, no fui capaz, no me salió. Demasiado dolor. Demasiado cansancio. Ahora el calendario asegura que se cumple un año de tu muerte pero a mí todavía me parece que fue ayer cuando recibí la llamada que me anunció que por fin, definitivamente, habías dejado de sufrir.
 
Estos días, mientras se acercaba esta fecha, me he permitido volver a ti con más asiduidad, he regresado a tus fotos, tus mensajes, he vuelto a escuchar algunos de los audios que me enviaste desde la residencia, cuando ya casi no podías hablar y, sobre todo, me he permitido liberar esa memoria que mantengo siempre restringida para poder regresar al pasado sin caer en la nostalgia. Se suele confundir nostalgia con memoria. Creo que es un error vivir instalado en una nostalgia que trata de detener el paso del tiempo e impide disfrutar del presente. Pero también considero equivocado vivir de espaldas al pasado, intentar dejar atrás lo que pasó, sin recordar a los que fueron, para construir una vida en presente continuo.
 
Mientras te recordaba, te buscaba y te lloraba volví a algo que te escribí hace más de tres años, cuando el Alzheimer ya había arrasado contigo, cuando ya entendí que te habíamos perdido aunque tu cuerpo decidiese traicionarte y mantenerte con vida dos terribles años más. Al leerlo, me di cuenta de que ahí estaba ya escrita mi despedida de ti, estaba esbozado lo que habías significado en mi vida y lo mucho que ya te echaba de menos. De manera que he vuelto a ese texto para reescribirlo y volver a sentirlo, volver a sentirte, volver a estar contigo un rato más hoy, cuando se cumple un año de tu muerte.
 
Echo de menos tu voz, mamá. Echo de menos tu risa, echo de menos tu verborrea continua, tu apoyo incondicional a cada paso que di. Echo de menos tus besos, cómo echo de menos tus besos, esa ráfaga de amor que convertía en eternos esos segundos en los que tus labios parecían ser incapaces de separarse de mi mejilla. Echo de menos no poder reposar una vez más, como tantas veces desde niño, mi cabeza en tu pecho para olvidarme de todo durante unos instantes mientras acariciabas mi pelo suavemente.
 
Echo de menos no poder llamarte por teléfono, algo tan idiota como eso, algo que un idiota como yo jamás consiguió hacer de una manera constante durante los años que ya no volverán. Me resulta insoportable algo tan banal como saber que nunca más podré empezar a cocinar y llamarte porque he olvidado alguno de los pasos de alguna de aquellas recetas que anoté en aquel verano que lo cambió todo, el verano del 99, cuando decidí romper con tantas cosas y marchar a Tenerife para irme de casa con la excusa de estudiar Astrofísica. A veces releo ese ajado cuaderno azul con el que te perseguí tantas mañanas de aquel caluroso verano sevillano para obligarte a poner números a tus puñaditos de sal, perejil o pimentón y me sorprendo sonriendo mientras te veo hoy, como si fuera ayer, dirigiendo con mano firme, inmune al desaliento o la queja, aquel caos que siempre fue nuestra familia. Y sí, hoy mis lentejas, mi cocido y mis patatas cocidas son las tuyas. Clonadas. Desde entonces. Tan solo una vez hice coliflor rebozada, mi plato favorito de todos los tuyos. Fracasé. No era lo mismo. Todavía no me creo que jamás volveré a comer esa coliflor.
 
Echo de menos hacerte reír, mamá. Madre mía, cómo echo de menos hacerte reír. Por algún motivo, entre tantos hermanos, dentro de aquella tribu de nueve hijos que demandaban continuamente tu atención y tu cuidado, siempre me sentí especialmente querido por ti. Tal vez fue mi infancia enfermiza, esa que te obligó a pasarte noches y noches en vela cuidando de aquel niño enclenque que respiraba como Darth Vader pero soñaba con correr, como Gordillo, la banda del Benito Villamarín. Me gusta pensar que también tuvo algo que ver sentirte respetada, querida y cuidada en los tiempos que, ya como adulto, pasé junto a ti. Libre, seguramente de manera poco justa, de cargas y de responsabilidades familiares, cuando estaba contigo solo te disfrutaba y siempre tuve la impresión de que tú hacías lo mismo conmigo.
 
No sé si les ha pasado a otros pero recuerdo cómo, cuando era niño, algunas noches imaginaba, antes de dormir, la posibilidad de tu muerte. La posibilidad de que no estuvieras, la posibilidad de tu ausencia. Recuerdo el dolor que sentía cuando mi imaginación se desbordaba y el escenario mental me superaba. Recuerdo el miedo, el pánico a que dejaras de estar. Nunca me pasó con papá, pero imagino que eso es algo que nadie mejor que tú puedes entender, mamá. Mi infancia fuiste tú, tu presencia sanadora, tu cuidado y tu amor incondicional. Ese que nunca dejé de sentir en ningún momento de mi vida.
 
Sabes que siempre fui tremendamente crítico con la familia. Mucho. Con el concepto de familia como institución social y con nuestra propia familia en particular. Como en tantas otras cosas, me equivoqué. Creo que habrías estado orgullosa de cómo los hermanos fuimos capaces de superar el brutal desafío que tu situación y la de Juanma supusieron desde el verano de 2021 hasta vuestras muertes. Lo hicimos bien. Lo hicimos bastante bien, dadas las circunstancias. Aunque hayan quedado heridas que tardarán en cicatrizar y nos hayamos aislado un tanto los unos de los otros durante este año. 
 
Echo de menos nuestros largos paseos por la playa, cuando caminábamos juntos, de la mano, hasta ver aquella casa a medio construir con cuya historia siempre especulábamos y cuya visión suponía el aviso de que ya tocaba darnos la vuelta y regresar junto al resto de la familia. Tengo guardadas en mi memoria, como oro en paño, algunas de las conversaciones que tuvimos durante aquellos paseos. Los hijos nunca conocen del todo a sus padres, hay demasiado de su pasado que nunca alcanzamos a comprender, pero creo que nunca estuve más cerca de intuir algunas de tus motivaciones vitales como durante aquellos paseos.
 
Este año ya no fui a Sevilla por navidades, mamá. Para qué. Ya no nos queda ni nuestra casa, tu casa. La vendimos a los pocos meses de tu muerte. Hemos perdido el último reducto físico familiar que nos unía a todos. Ahora también echo de menos tener la posibilidad de volver allí, volver a pasear por las habitaciones rememorando mi infancia y adolescencia, volver a sentarme en aquella terraza, como tantas veces hice junto a ti, mientras caías rendida cada siesta y dormitabas bajo los rayos del sol.
 
Ya no habrá más navidades todos juntos, no volverá a haber otro 24 de diciembre en el Aljarafe sevillano, en nuestra casa, contigo y con algunos de los hermanos, cenando pavo y champiñones. No volveré a ver cómo nos callas a todos y nos echas del salón para ver el mensaje del Rey, ni cómo nos mandas cortar jamón para los cuñados, ni cómo te fumas ese cigarrito anual que convertías en evento mientras te bebías ese anisete que solo te permitías en estas fechas. No volveré a disfrutar de ese momento, cuando la noche empezaba a alargarse y te vencía el sueño, en el que antes de irte a la cama nos advertías veinte veces de que teníamos que quitar el brasero (joder, mamá, para cuándo ibas a dejar de usar ese puñetero brasero) mientras algunos empezábamos ya a viajar a otra dimensión en los brazos del alcohol.
 
El puto Alzheimer nos dejó sin ti. En tan poco tiempo. Desapareciste en vida. Estabas pero ya no estabas. Hasta que hace un año te fuiste definitivamente y, al menos, dejaste de sufrir.
 
Un año ya.
 
Te echo tanto de menos.
 

29 diciembre 2023

Perdido en su laberinto

Te perdiste en el laberinto. Un laberinto que fuiste construyendo de manera sistemática, sin descanso, cerveza a cerveza, vino a vino, copa a copa, convertido en los inicios casi en un trabajo paralelo hasta transformarse finalmente en una vida paralela a la que terminaste exiliándote cuando la vida real se hizo demasiado exigente, demasiado prosaica y gris para tu gusto.

En la veintena, una vez liberado del yugo familiar, tuviste tu explosión social, brillando como pocos. Libre, el más libre, emulando a tus venerados malditos literarios y cinematográficos. En la treintena, tu luz se fue apagando sin que te dieses cuenta apenas de ello, enfrascado como estabas en tu odisea diaria, informativa, literaria y cinematográfica, que no generaba ninguna producción propia pero que te permitía elevarte sobre tus amigos y familiares, levitar sobre sus anhelos y frustraciones vulgares, juzgarlos desde la atalaya de tu soberbia; tú, que habías sido casi el único de los hermanos dispuesto siempre a escuchar y respetar al de al lado. Te fuiste exiliando voluntariamente de la realidad, alejándote de todos o de casi todos hasta que la realidad, ya en la cuarentena, con la crisis, llegó para darte la hostia y despertarte de tus ensoñaciones.

Sin trabajo, sin dinero, apenas con un ápice de dignidad, pediste asilo en la casa de mamá... Maldita la hora, tío, la que liaste, cómo lo emponzoñaste todo mientras te adentrabas ensimismado en la oscuridad final de tu laberinto, en su tramo más cruel y miserable. Cómo jodiste tu vida, Juanma. La tuya y la de todos nosotros, la de tu familia, que a pesar de los desplantes, a pesar de chocar una y otra vez contra el muro de tu soberbia y de tu alcoholismo, lo intentó siempre, de todas las maneras posibles. Fracasando sistemáticamente. Fracasando de todas las maneras posibles. Cuando pienso en lo mucho que nos hemos perdido de risas, conversaciones y encuentros familiares en la última década debido a la sombra oscura que desde tu laberinto proyectabas sobre todos nosotros solo me entran ganas de llorar. 

En 2021 llegó tu Korsakoff. Es incluso retorcido, si lo piensas, que la enfermedad mental que tu alcoholismo te provocó fuera precisamente la que te permitió olvidar todo lo que había sucedido en esta última década en la que te habías hundido en la miseria moral. Ahora solo recordabas (o reconstruías ficciones fiables de él) tu pasado previo, de cuando no eras esa peor versión de ti mismo en la que te convertiste. A veces, pensar en esto me reconforta algo. Aunque mientras tú recordabas solo retazos de la mejor parte de tu vida nosotros vivíamos inmersos en el cenagal creado por tu vida real. 

Llegó el tiempo de las residencias y de los esfuerzos de unos hermanos que, exhaustos, intentamos que la gestión de tus cuidados no terminase de romper los débiles lazos que aún nos mantenían unidos. 

Pero no era suficiente, no, faltaba la traca final, faltaba el aderezo especial de los Almeidas: este verano, de repente, empezaste a no poder tragar. Nos llamaron. Te llevamos al hospital. Fue todo muy rápido. En un mes teníamos diagnóstico y próximo desenlace: un nuevo cáncer aparecía en la familia. No había solución posible. Los médicos ni siquiera trataron de endulzar un poco la realidad con algún intento de quimioterapia. Al parecer, ya ni nos merecemos la ilusión de una posible curación. Solo faltaba esperar el final. Meses, nos dijeron. Acertaron.

Te has muerto, Juanma. El 25 de diciembre, con 52 años, a casi un mes de cumplir los 53. De nuevo el #PutoCáncer. El tercer hermano que nos arrebata. Primero fue Mercedes, con 34 años. Después Mari, con 39 años. Ahora tú, con 52 años. Ya solo quedamos seis.

No te puedo engañar. No puedo olvidar esta última década, lo que hiciste sufrir a mamá con tu incapacidad para aceptar ninguna ayuda ante tu problema, ni la rabia y la frustración que me produjo verte caer tan bajo. Pero hace un par de meses, casi sin darme cuenta, no solo empecé a aceptar que te ibas a morir sino que también empecé a obligarme a recordar más allá del tiempo del apocalipsis, a recordarnos cuando éramos jóvenes, cuando ejercíamos de niñatos y nos creíamos inmortales. Empecé tímidamente a revolver en mi memoria, empecé a recuperar recuerdos, muchos de ellos silenciados y escondidos durante estos últimos años de continuos enfrentamientos. Y lentamente voy encontrándome de nuevo contigo, no con aquel en el que te convertiste sino con ese otro, mucho más joven, al que tanto quise.

He vuelto a verte como fuiste: un tipo sensible, introvertido, que prefería observar al mundo a interactuar con él. Capaz de empatizar con todos y darles a cada uno de los que te rodeaban su espacio siempre que nadie te exigiese por ello demasiada cercanía emocional. Parecías siempre inmerso en una exasperada (y exasperante) búsqueda de independencia que, finalmente, fue el caldo de cultivo perfecto para dar salida a tu terrible soberbia final. Redescubro a ese hermano, seis años mayor que yo, que en algún momento consideré uno de mis mejores amigos y vuelvo a agradecer haberte tenido en mi vida.

Jamás podría explicar la construcción de mi yo adulto sin ti, sin tu presencia, tu influencia, tus conversaciones y tu guía. He pensado mucho en ello últimamente, cada vez que me quedaba solo, o justo antes de dormir, o cuando terminaba de hablar con alguno de los hermanos y la angustia colonizaba mi cabeza. Rememoro conversaciones, momentos, situaciones, risas, anécdotas que vivimos juntos, siempre con alcohol mediante, qué remedio, pero me sigue pareciendo un milagro lo que me regalaste: apenas con 18 años, absolutamente asfixiado con la vida familiar y completamente hambriento de una cultura a la que no lograba acceder, tú decidiste tratarme como el protoadulto que yo quería ser, sin la habitual prepotencia de los hermanos mayores, y alimentaste paciente y cariñosamente mis ansias de literatura, cine, política, filosofía...

Eso sí, aunque por entonces no solo no me importara sino que de manera imbécil pensara que era un acierto, siempre estableciste un muro entre nosotros y jamás permitiste que lo privado y la exposición de nuestros sentimientos formaran parte de nuestra vida en común. Sin darnos cuenta entonces, ahí empezamos a abonar nuestra ruptura personal, una ruptura que llegó varios años antes de tu caída a los infiernos, cuando dejé de creerme y aguantar ese pastiche infumable en el que se había convertido nuestra relación, que apenas duró realmente unos quince años.

Da igual, pienso en mis gustos cinematográficos, literarios o en mi atención desmesurada a los medios de comunicación y, lo quiera o no, resuenas con extraordinaria fuerza en cada una de mis obsesiones. Al final, soy quien soy por haber un día caminado detrás de ti, por haber caminado más tarde a tu lado y, finalmente, por haber decidido dejarte solo en tu camino.

Romper contigo fue una liberación. Qué pena. También una manera de reintegrarme en un mundo real que está habitado por personas que merecen nuestro cariño y comprensión, independientemente del respeto intelectual que nos merezcan cuando los miramos desde la prepotencia cultural. Es curioso. Eso, en el fondo, también lo aprendí de ti, de cómo te comportabas con los demás hace ya tantos años, cuando el que ejercía de prepotente era yo y tú atemperabas mi ímpetu juvenil. A ti se te olvidó. O el alcohol te lo arrebató.

Un abrazo, Juanma.

23 agosto 2023

A veces me echo de menos

Este blog me ha servido durante casi 20 años como bitácora personal; un espacio donde plasmar ideas, reflexiones y emociones que he querido fijar en diferentes posts que me han servido para entenderme mejor y tratar de explicarme para aquellos que me leen. Sigo con ello.
 
Me voy haciendo mayor, casi sin darme cuenta, mientras a mi alrededor hay personas y prioridades que parecen las mismas de ayer pero cuya importancia, lentamente, ha cambiado sin que pueda hacer ya nada por remediarlo.
 
Hace unos meses, tomando una copa mientras recordábamos a uno de los dos amigos que he perdido este año repentina y trágicamente, un buen amigo me preguntaba:"¿qué le dirías al joven que fuiste?". Contesté sin dudarlo, casi como si hubiese esperado desde hacía mucho tiempo esa pregunta: "bájate un poco, Pepe". La traducción era evidente: "relájate un poco, chaval, al final termina siendo tan ridículo como innecesario caminar por la vida con excesiva soberbia intelectual, y tampoco merece la pena juzgar a los demás con tus estrictos parámetros de exigencia moral".
 
Pero a veces, una transformación personal, aunque pueda significar convertirse en mejor persona (o aspirar a serlo) con los más cercanos, conlleva alguna consecuencia indeseada. Al principio, hace unos pocos años, lo empecé a intuir sin querer aceptarlo pero al final tengo que asumir una realidad que para mí, por mi trayectoria vital, tiene cierta trascendencia: ya apenas disfruto conversando y discutiendo. He perdido completamente el placer por la esgrima dialéctica e intelectual. ¿Qué ha pasado con aquellas conversaciones que tanto amé? Hace más de15 años incluso les dediqué este post.
 
Desde que me recuerdo como adulto (aunque eso no significase, ni de lejos, que ya lo fuera) la conversación, la discusión pretendidamente inteligente, fue el principal motor de mis relaciones sociales. Es absurdo negar que aquella esgrima dialéctica que tanto disfruté estaba sustentada por toneladas de esa vanidad adanista que convierte al joven en un constructo social en ocasiones ridículo. La juventud, con sus ansias de impugnar el mundo heredado, es una fuerza de cambio social irrenunciable. Resulta imprescindible como ariete contra la naftalina de lo socialmente establecido. Pero también me parece incuestionable que, intelectualmente, solo puede sobrevivir gracias a su insólita capacidad de alimentarse de una visión del mundo narcisista, reduccionista, maniquea y egoísta que le permite no tener enfrentarse a sus propias contradicciones y limitaciones vitales mientras juzga sin mesura la vida de sus mayores. Lo hemos hecho todos.
 
Por otro lado, si quiero ser honesto con esto que escribo, no puedo dejar de mencionar el otro aspecto fundamental que sustentaba mi joven pasión por aquella conversación infinita, que era analógica, con los amigos y cercanos, cuando todavía las redes sociales no nos habían demostrado, con tanta dureza como ferocidad, la realidad de lo que somos como personas con ideas previas consolidadas y tampoco había leído nada sobre los sesgos cognitivos: en mi inocencia adultescente, creía sinceramente que existía la posibilidad de convencer de algo a los demás (y ser convencido por ellos) aportando datos, reflexiones y construyendo relatos sociopolíticos honestos. Aunque a veces, o casi siempre, terminase pecando de cierta agresividad retórica.
 
Miro hacia atrás en mi vida y no tengo duda alguna, fui extraordinariamente feliz con aquellas conversaciones infinitas, regadas siempre con alcohol, con amigos y algunos hermanos. Pocas cosas recuerdo con mayor placer que esas reuniones. Ni el cine, ni la literatura, ni cualquier otra afición podían, por entonces, superar a esa necesidad placentera que yo sentía de hablar sobre todo aquello que recién descubría y me apasionaba o me exasperaba intensamente: diseccionar, profundizar, analizar, construir, destruir y reconstruir a través de la palabra, mediante esa conversación que yo, tal vez cínicamente, preveía entonces que sería infinita aunque cambiaran las caras de aquellos con los que iba a mantenerla.
 
Hablar, discutir, conversar, reír, encabronar, encabronarme, refutar, volver a hacer todo eso, otra tarde o noche más, hasta la madrugada, para poner encima de la mesa ese dato social, político o económico que vendría a cambiarlo todo en relación a aquello que se debatía. Cuando realmente creía que aquellos balbuceos argumentales, pobremente construidos, que pasaban de ser abrazos amistosos a navajazos absurdos en un segundo, podían servir para convencer a alguien.
 
Hablar, discutir, conversar, reír, encabronar, encabronarme, refutar, volver a hacer todo eso, otra tarde o noche más, hasta la madrugada, para poner encima de la mesa esa película maldita, ese director de cine controvertido, esa novela que tanta emoción me había provocado o ese ensayo que había conseguido dar un vuelco a mis ideas previas. En cualquier contexto, con cualquier excusa. Con tantas risas como puñaladas, no solo intelectuales, también en ocasiones absurdamente personales. Y con alcohol, siempre con alcohol, para qué engañarnos. La conversación como verdadero motor emocional de tantas tardes y noches con amigos que se convertían en hermanos, y con hermanos a los que sentía como mis mejores amigos. Personas que significaban la gasolina intelectual y sentimental que yo necesitaba para ser feliz, para no estancarme, para seguir leyendo y viendo cine, actividades que, por entonces, jamás contemplé que podrían terminar convirtiéndose en los actos meramente íntimos que ya, prácticamente, son hoy. Las veía como el abono, cultural y político, que enriquecía las relaciones con los míos, con los de absoluta confianza.
 
Pronto me encontré con tipos que no lo veían igual que yo y que gozaban, por ejemplo, de su pasión por la literatura, casi como de un vicio privado se tratase. Una pasión que procuraban que no contaminase sus vidas privadas y sus relaciones personales, que se desarrollaban bajo otros códigos. Siempre me generaron cierta desconfianza personal. Tal vez porque yo realmente lo daba todo en aquellas conversaciones, sentía que me desnudaba mientras intuía cómo ellos siempre se guardaban un as en la manga. Ahora que a veces, cuando me miro al espejo, me veo reflejado en ellos, no me termino de gustar, pero tampoco puedo hacer ya mucho por cambiar lo que ya no se puede cambiar.
 
Reitero, no reniego de todo aquello, fui extraordinariamente feliz. Recuerdo el constante in crescendo, los primeros años de universidad en Sevilla, todavía sin todos los interlocutores adecuados, pero conociendo a alguno que todavía hoy se mantiene; después en Tenerife, con otros jóvenes que, como yo, andaban ansioso por epatar y conseguir que sus ideas se escuchasen en los foros adecuados. Y finalmente en Madrid, otra vez dentro de un grupo reducido, con amigos escogidos y cameos interesantes gracias a mi entrada en el mundo laboral docente de la enseñanza pública, tan horizontal en lo relacional como rico en diversidad intelectual.
 
La vanidad, por supuesto, fue siempre uno de los motores de mi pasión por la conversación pero nunca fue, ni de lejos, lo fundamental. ¿Quién habla o escribe para que nadie lo escuche o le lea?. El brillo social nunca fue objetivo principal de mi forma combativa, por momentos agresiva y molesta, de conversar, pero en cambio, y aunque hoy me parezca hasta ridículo, sí creía que existía la posibilidad de convencer a los que me escuchaban con mis argumentos y, sobre todo, con los datos... ¡Ay, la inconsciencia!
 
Hablar, discutir, conversar, reír, encabronar, encabronarme, refutar, volver a hacer todo eso, otra tarde o noche más, hasta la madrugada...
 
Hasta que, casi sin darme cuenta, el tiempo lo desgastó todo.
 
¿Cuándo, cómo y por qué desapareció en mi vida el placer por la discusión y la conversación?
 
No podría poner una fecha exacta a ese momento, pero mirando retrospectivamente sí podría reconocer ciertos hitos, momentos que, a la larga, resultaron claves en mi desencanto personal con el valor de la conversación como herramienta tanto de cierto activismo sociopolítico como de disfrute personal. Con el tiempo he llegado a la convicción de que, a partir de ciertos momentos vitales, da igual descubrir y poner de relieve realidades que tus cercanos parecen no conocer. Nunca es suficiente para cambiar las inercias personales y los sesgos que nos permiten sobrevivir(nos) social y familiarmente. La vida adulta mancha y la coherencia es complicada. Tal vez por eso nos inflamamos todavía criticando las incoherencias e hipocresías de los otros en los grandes temas o en algún asunto minúsculo; es el ruido que necesitamos para acallar a nuestras conciencias. 
 
Desde muy joven convertí en obsesión el análisis de los medios de comunicación, centrándome en la importancia que tenía conocer cuáles eran los intereses espurios de sus dueños y cómo ello determinaba la agenda mediática que diariamente nos imponían. Ver cómo lo que yo pensaba que eran datos indiscutibles jamás interesaban a los adversarios ideológicos fue algo casi comprensible, pero asumir que a los aliados, a los amigos más cercanos que ideológicamente debían estar en coordenadas parecidas a las mías, tampoco les importaba demasiado, más allá de ciertos espasmos pasajeros de indignación posturera, terminó siendo demoledor. ¿Qué sentido tenía seguir discutiendo una y otra vez sobre posibilidades de cambio político, social y económico con personas incapaces de desplazar el dial de su radio, incapaces de comprar y leer otro periódico que no fuese el que creían que se ajustaba mejor a su ideología o ver el telediario en otra televisión que no fuese en la que siempre lo habían visto? Admito la derrota de mi pobre influencia en nadie. Pero dejadme sonreír tras constatar, una y otra vez, como aquellos amigos que trataban de pasar como analistas objetivos de la realidad eran marionetas, informativamente hablando, en manos de medios diferentes de un mismo grupo empresarial y terminaban repitiendo las soflamas que escuchaban de sus periodistas de cabecera. 
 
Lo de la izquierda sociológica de este país y su sumisión a aquella PRISA de Polanco da para relato de terror. Lo de la derecha sociológica de este país y su adhesión a aquella COPE de Losantos y a El Mundo de Pedro J. (post 11M) da para película de horror.
 
Me fui dando cuenta de que algunos de los ejes conversacionales que habían sido tan estimulantes durante años habían terminado convertidos en un recurso ajado en el que incidía continuamente. Lo que una vez me había parecido importante, casi trascendente, ya solo me sonaba a letanía. Me estaba empezando a aburrir a mí mismo. Tanto como creía ver que empezaba a aburrir a otros. Lentamente, casi sin darme cuenta, empecé a diluir mi agresividad conversando, dejé de convertir cada discusión en una batalla que había que ganar. Ya no merecía la pena, al fin y al cabo nada iba a cambiar en la vida del otro y resultaba innecesario y superfluo ese momento de tensión emocional entre nosotros.
 
No he sido del todo consciente hasta hace poco, pero con los años he empezado a huir de las conversaciones profundas, de las conversaciones que ponen a alguien en un brete, en frente de una contradicción, que impugnan legítimamente nuestras vidas y nuestros discursos. Para qué. No sirve de nada. Nada cambia. Haces daño pero nunca significa catarsis. No merece la pena. Pero cualquier elección tiene consecuencias: por el camino he perdido cualquier interés por posicionarme crítica y públicamente en mi vida personal "analógica" (en la digital es otra cosa) en contra de ideas que pueden parecer intrascendentes pero que, en mi opinión, son absolutamente relevantes y me darían, en mi pasado, para montar verdaderas batallas campales con todo aquel que en mi presencia las defendiera. El "para qué" se ha hecho fuerte en mi cabeza. Su eco resulta atronador.
 
Me resulta curioso constatar cómo en este viaje personal he terminado hasta hablando de fútbol para buscar espacios de conversación poco conflictivos... Y sí, los que mejor me conocen son conocedores de que me entusiasma el fútbol (y mi Betis) pero, como realmente me conocen, también saben que pocas cosas detesto más que dedicarle horas de mi vida social a hablar de fútbol. También he terminado refugiándome más de la cuenta en mi casa. La soledad como refugio. Y sigo leyendo. Mucho. Sigo leyendo ensayos que me obligan a hacer lo que siempre hice pero cambiando el enfoque: ya no leo con aquel entusiasmo de antaño, sigo devanándome los sesos intentando entender el mundo, discuto en silencio con los autores, subrayando y confrontando; sigo escuchando todas las tertulias políticas de todas las cadenas de radio que puedo, viendo los telediarios de diferentes cadenas y leyendo noticias y columnas de opinión de todos los periódicos a los que tengo acceso. He dejado de discutir con la virulencia de antaño con mis cercanos pero todavía, cada noche, me encabrono con los tertulianos neoliberales de las radios. Y también sigo pensando que Twitter es una maravillosa ventana abierta a otras formas de entender el mundo que, en algunos casos, jamás podría aguantar sin combatir en mi zona de confort pero que me han servido para comprender mucho mejor ciertas inercias sociales de nuestro país.
 
¿Hasta cuándo aguantaré? Ni idea. Recuerdo cómo mi hermano pequeño y yo nos reíamos como imbéciles de mi padre, un tipo que intelectualmente había sido la hostia, cuando con apenas 60 años, al final de lo que sería su vida (moriría recién cumplidos los 65), dejó de pretender preocuparse por la calidad cinematográfica de las películas que veía y decidió tragarse "bolo" tras "bolo", película de mierda tras película de mierda, mientras el mosto nocturno que bebía le permitía abandonar la realidad cada noche, inmerso en un exilio interior que jamás podré ya comprender. Espero no llegar a eso.
 
A veces me echo menos. Sin dramas. Igual solo les echo de menos a ellos. A los que eran entonces. A los que éramos todos nosotros entonces. A los que ya no están.