29 noviembre 2009

Frente al positivismo y al relativismo

Es un tema sobre el que leo con avidez, aunque de manera espaciada, durante los últimos años. Me parece increíble, incluso preocupante y sintomático, que durante mis años de estudios científicos no me lo planteara jamás, más allá de alguna aproximación huera en conversación banal sin apoyo de lecturas ni reflexiones que lo pudiesen justificar. Desde hace mucho tiempo se produce una interesantísima discusión entre el ámbito puramente científico y el de la sociología sobre el verdadero papel de la ciencia, incluso sobre su rol social. Una lucha sin cuartel entre la idea de la ciencia como una verdad o un acercamiento veraz y justificado a la realidad, y la que plantea que, a pesar de sus evidentes consecuencias tecnológicas, la ambición de la ciencia por considerarse como verdad está absolutamente superada, y sólo debe y puede entenderse como uno más de los posibles relatos o ficciones acerca de una realidad natural siempre incognoscible al ser humano, cuya descripción está fuertemente condicionada por el paradigma cultural en el que se desarrolla la práctica científica. En las esquinas de este ring filosófico se encuentran boxeadores extremistas, que se miran con odio a los ojos dispuestos a aprovechar la más mínima debilidad o falla argumental del contrincante. En un lado la relatividad posmoderna, el escepticismo radical, y en el otro el rancio positivismo, la prepotencia científica, nostálgica del determinismo laplaciano.

Y yo deambulo confuso entre ambas trincheras. Y aunque leo y leo sobre el asunto, aunque dialogo con autores que me aportan nuevos razonamientos al tiempo que yo contribuyo con mis propias experiencias y mis estudios, termino siempre volviendo, invariablemente, a una nota a pie de página del libro que Sokal y Brickmont escribieran hace ya más de diez años, Imposturas intelectuales, que define con brevedad y concisión científica el planteamiento que vertebra mi opinión sobre el asunto.

…Los instrumentalistas querrán vindicar que no tenemos forma de saber si las entidades teoréticas “inobservables” existen realmente, o bien que su significado se define únicamente mediante cantidades mensurables; pero esto no implica que consideren estas entidades como “subjetivas”, en el sentido de que su significado esté sensiblemente influido por factores extracientíficos (como la personalidad de los científicos individuales o las características sociales del grupo al que pertenecen). De hecho, los instrumentalistas sencillamente considerarán nuestras teorías científicas como el modo más satisfactorio en que la mente humana, con sus limitaciones biológicas congénitas, es capaz de entender el mundo.

Creo que lo tengo claro. Creo que lo sé. Desde hace tiempo. Es lo que soy, lo que mejor define lo que pienso: soy un instrumentalista.

Y partir de ahí me queda todo un arsenal de textos con el que debatir con muchos autores y discutir conmigo mismo. Sigamos leyendo.

11 noviembre 2009

Otra voz silenciada. Otra coz a la libertad de opinión

Pues parece que la epidemia se extiende. El País ha decidido cargarse a una de las voces más críticas (de las pocas...¿la única?) que aún permanecían entre sus páginas. Le toca el turno a Enric González, que fuera corresponsal del periódico en algunas de las principales ciudades del mundo y al que le habían dado la oportunidad (¡qué error estratégico de Cebrián!) de compartir columna con (el ya repetitivo y demasiado cansino) Boyero. Él mismo lo anunciaba en su columna de ayer con la mala leche que le es habitual (la que hizo que ya le censuraran alguna columna hace unos meses):

"La dirección de este periódico considera que conviene aprovechar al máximo el espacio de papel, cada vez más escaso, y que estas líneas serán de mayor provecho si se dedican a la televisión en lugar de a peroratas más o menos excéntricas. Se me ha ofrecido volver a ser corresponsal en el extranjero, el empleo al que me he dedicado durante casi dos décadas, y he aceptado. Me largo a Jerusalén en enero. Alguna vez dije en este mismo espacio que no hay que preocuparse si desaparece del periódico alguna opinión, porque cada uno tiene ya la suya. Sigo pensándolo. Creo que hace más falta la información y, dentro de mis posibilidades, en el nuevo destino intentaré conseguirla, comprenderla, escribirla y publicarla."

Patada en los cojones, y fuera de la molesta sección de Opinión. Corresponsalía en Jerusalén y todos tan contentos. Es cierto que lo más digno en estos casos (visto desde fuera) es no admitir el cambio y despedirse de la empresa que te degrada. Pero tampoco pidamos a los demás que se conviertan en héroes para que sean nuestras referencias un par de semanas. Cuando ya ni pensemos en ellos, esta gente tiene que seguir comiendo y pagando una hipoteca. Es demasiado complicado ser coherente e íntegro en estos tiempos que corren. Pero no deja de ser triste.

En una cosa se equivoca Enric. Se equivoca cuando dice que en estos momentos hace falta más información que opinión, y que por ello nadie debe sufrir su ausencia. Eso puede ser verdad en general, pero no en su caso particular. En su caso era más necesario para los lectores opinando, argumentando y exponiendo su punto de vista, su visión del mundo, que enviando crónicas desde Oriente Medio. El envío a Jerusalén no parece casual. Es un lugar alejado, donde va a molestar poco y donde su forma de ver el mundo va a adecuarse como anillo al dedo a los intereses estratégicos de la empresa que le paga: que les dé caña a los judíos y se apiade de lo pobres palestinos para regocijo de los pijoprogres sociatas.

¿Por qué no lo mandarían a Venezuela?

¿Quién será el siguiente? ¿En qué medio? Se admiten apuestas.

05 noviembre 2009

Sobre el despido de Reig y la deriva de Público

Hasta el martes no noté que habían echado a Rafael Reig de Público. Cuando abrí el periódico y busqué su Carta con respuesta no la encontré, y en su lugar Isaac Rosa (un tío cuyas columnas en general me interesan) trataba torpemente de salvar la dignidad del la empresa que le paga con una columna deplorable donde empezaba hablando del sexo de los ángeles para terminar, con un último párrafo antológico (modo irónico), enfangándose hasta los tobillos aludiendo a la libertad de opinión de los columnistas del periódico, justo cuando acaban de despedir (dejémonos de eufemismos) a un compañero precisamente por darle más cera de la cuenta a los sociatas de lo que Roures se puede permitir.

Yo fui de los que me alegré de la llegada de Público. Desde el principio lo he comprado con asiduidad alternándolo o compaginándolo con El Mundo y El País. Defiendo y defenderé siempre que era un periódico que aportaba un soplo de aire fresco en la encorsetada y conservadora prensa española: un director de la generación mileurista (Nacho Escolar) un puñado de nuevas y viejas firmas que aportaban una voz global diferente (Reig, Rosa, Orejudo, Fabretti, Lozano...), nuevos espacios de opinión de fondo (hasta ahora reservados siempre en la prensa española a tesis liberales o conservadoramente socialistas) donde voces de la izquierda podían aportar su visión (Vicenç Navarro, Pascual Serrano, Carlos París...), un enfoque diferente de la sección de Cultura gracias a Peio H. Riaño (que todavía sobrevive, ya veremos cuánto tiempo), las mejores páginas de Ciencia de los diarios generalistas españoles (¡qué poco se ha apreciado esto en este país!) y una mirada nueva al panorama de noticias diarias, otorgando espacio a noticias que hasta ahora sólo aparecían en prensa alternativa. Todo ello, por supuesto, vertebrado por un apoyo editorial descarado a Zapatero que, al fin y al cabo, era el que había permitido a Roures montar todo su tinglado mediático en sólo cuatro o cinco años. Ése era el periódico que nació hace dos años. Un proyecto interesante, sin lugar a dudas. Al menos para mí.

Pero en menos de dos años se han cargado toda la ilusión que generaba y el periódico ha ido deslizándose sin remedio hacia posiciones periodísticas más clásicas, menos arriesgadas, intentando posicionarse como alternativa de El País, intentando quitarle parte de su nicho de lectores desencantados que no soportan la deriva sin solución de senil diario de PRISA (algo por otra parte complicado porque para eso viejos lectores prisaicos desencantados el formato y estilo de Público no es demasiado atractivo: demasiado fragmentario, demasiado poco compacto y su lectura no otorga ninguna relevancia social). Primero fue la llegada de Ekaizer (vaya personaje), la salida de Juan Pedro Valentín, el despido de Nacho Escolar como director (que de manera patética y sin un atisbo de dignidad se quedó "intentando" hacer de columnista en el periódico que hasta ayer dirigía, mientras ejerce de tonto útil en las tertulias de Intereconomía), la llegada del un perro viejo rebotado de las huestes prisaicas para dirigir el periódico (Félix Monteira), la desgraciada muerte de Javier Ortiz, ahora el despido de Reig, la permanencia y relevancia de tipos como Manuel Saco o Joan Garí que no hay por donde cogerlos, la llegada de (cuasi)adolescentes a esa sección de Opinión que han negado a Reig...

Demasiados movimientos, demasiados cambios de rumbo, demasiado evidente el planteamiento comercial... Y encima para nada. Porque desde su arranque (espectacular para los tiempos que corren) y tras alcanzar una tirada de 70000 ejemplares (todavía con Escolar) apenas han mejorado esa marca mientras echan por tierra la posibilidad de que nuevos lectores jóvenes se enganchen a su proyecto. No sé, me parece a mí que Roures y compañía no tienen muy claro que la única posibilidad de pervivencia de Público pasaba por lo que pregonaron al principio que querían hacer: enganchar a jóvenes veintañeros y treintañeros que no compraban prensa y que no se sentían identificados con las viejas formas de hacer periodismo. Pero si lo que buscan es lectores de más de 40 que abandonen El País para refugiarse dulcemente en un proyecto progubernamental, conservadoramente socialista y que dé caña continua a los Aguirre, Gallardón, Camps y Rajoy de turno (mientras oculta las inmundicias socialistas), tengo la sensación de que se van a dar un bacatazo brutal. Porque a estos lectores no los van a conseguir nunca.

03 noviembre 2009

Deathbook

A principios de año especulaba yo con la idea de una línea de comunicación con los muertos a cuenta de unas nuevas esquelas de El Mundo donde se podían mandar las condolencias vía sms. Nunca debí hacerlo. Tan sólo tenía que esperar porque, con las nuevas tecnologías, la realidad termina siempre superando cualquier pensamiento más ridículo. El hombre de la sociedad occidental capitalista del siglo XXI en un tarado enfermizo con unas ínfulas constantes de trascender una vida, la suya, demasiado convencional. Y tiene los medios tecnológicos para creer que lo puede conseguir.

Este fin de semana mientras leía en el EPS (esa cosa aburrida y sin alma que ejerce de Semanal de El País y que ahora tienen que promocionar artistas, periodistas o escritores para intentar reflotarla) no me terminaba de creer lo que iba leyendo; pero a medida que leía y leía el reportaje no podía más que imaginar las siniestras posibilidades que el nuevo invento podía llegar a tener. El asunto no es otro que la nueva posibilidad de contratar un servicio de mensajería desde los infiernos (o los cielos, nunca sabe uno) para que una vez que la espiches puedas seguir molestando y dando por saco al personal que se ha quedado en la Tierra, que descansa mientras te echa nostálgicamente de menos y que aprende a vivir sin ti… ¿Vivir sin ti? ¿Y por qué tu ego tiene que sufrir el penoso tránsito de verte desparecer sólo porque seas tan idiota de morirte? ¿Por qué va tolerar la posibilidad de que cuando ya no estés todo en el fondo seguirá igual, que el mundo continuará girando y que tu importancia era menor de lo que te gustaría pensar?

Pues para solucionar estos conflictos irresolubles que al parecer deben dejar sin dormir a mucha gente, han aparecido empresas en Internet que se dedican a guardar tus mensajes, fotos, vídeos y demás morralla personal que la gente acumula o crea para que, una vez que estés muerto, les llegue vía email a aquellos que tú hayas elegido en las fechas indicadas… ¿De verdad a la gente le parece bien morirse y no dejar en paz a los vivos para que puedan rehacer sus vidas? ¿Es normal que año tras año o mes tras mes (hay gente para todo, con mucho tiempo libre en vida) abras el correo y tengas un mensaje de tu muerto recordando lo mucho que te quería o lo feliz que ha sido contigo? ¿O controlando tu vida desde el amor y el chantaje emocional?... No sé como lo veis, pero a mí todo esto me despide un olor nauseabundo a egoísmo desmedido: al final antes de morirte solucionas un doble problema que tú solito te has creado: la necesidad de trascendencia ( y claro, como muy pocos son los elegidos que además de lo del árbol y la familia terminan escribiendo un libro, esta necesidad se está convirtiendo en un monstruo en nuestra sociedad de escaparate continuo) y la indecente necesidad de “ser sinceros”, eso sí, cuando la cosa ya no te puede afectar demasiado (al fin y al cabo ya estás muerto... que se jodan los demás…).

Por supuesto que algunos recordarán en este momento algunos bodrios sentimentales con buenas intenciones (como aquella película de Coixet que a tanta gente entusiasma… ¿por qué?) donde una madre deja grabados emocionantes (¿babosos?) mensajes a sus hijos para ir felicitándolos por cada uno de los cumpleaños que no podrá compartir con ellos; pero a mí me gustaría señalar que la vida real nunca es como una película, y al final este nuevo método de espiritismo virtual supondrá seguramente nuevos sobresaltos en la vida de la gente, por ejemplo cuando los muertos se atrevan a contarles lo que nunca se atrevieron a confesar en vida. Por no hablar del caos mental final que puede tener alguno que sobreviva demasiados años: puede terminar teniendo una bandeja de correo electrónico repleta de mensajes de muertos con mucho tiempo libre. Imaginaos tener que responder emocionalmente a semejante correspondencia.

No puedo dejar de señalar una solución que por sencilla nadie se planteará: siempre se puede no leer (o no escuchar o no ver) aquello que te envían desde ultratumba pero, no nos engañemos, ¿alguien se cree que podremos hacerlo?… ¿Conocéis a mucha gente que no conteste a cualquier pitido del móvil sin ni siquiera mirar quién lo llama o notar si es conveniente o no descolgar el teléfono en ese momento?

19 octubre 2009

Historias de fútbol (2)

El bar se está vaciando semana a semana. Los nuevos modos de vender el fútbol, además de generar una cruenta guerra entre los poderes mediáticos de la ¿izquierda?, están provocando daños colaterales con los que yo no contaba. Era sábado por la noche, y aún llegando tarde me pude hacer un hueco en la semidesierta barra a tiempo de ver los dos primeros goles de Raúl. A mi alrededor, un par de vejetes miraban en silencio catatónico el partido sin hacer ningún movimiento, tan erguidos en sus taburetes como momias egipcias que no tengo claro si hubieran reaccionado en el caso que de repente el camarero hubiera cambiado de canal y hubiera conectado con otro partido de alguna liga exótica; el silencio envolvía extrañamente el lugar y ni uno sólo de los parroquianos habituales de mi lado de la barra estaban presentes. Los bares no se adaptan a las nuevas ventanas del fútbol, el camarero comentaba amargamente a otro cliente que, entre que no podían dar todos los partidos del Madrid porque sólo disponían de Digital Plus y que a la gente le resultaba más barato quedarse en casa contratando los nuevos paquetes futboleros, este año el ambiente sobrecargado, ahumado y bullicioso del garito a la hora del partido estaba transformándose en algo más parecido a una reunión de monjas de clausura. Mientras lo escuchaba, pensé con cierta tristeza que yo mismo estaba cercano a la deserción y que sólo la imposibilidad de comprar aparatos de TDT de pago, por no estar disponibles en el mercado, hacía que siguiera ahumándome otro fin de semana más.

Llegó el descanso y con él me pedí mi whisky. Abrí mi revista y me dispuse a leer un rato mientras el local se iba llenando con una clientela que no era la habitual, con vestimentas extrañas al lugar, pequeños detalles que desentonaban en aquella tasca fronteriza entre Lavapiés y La Latina. Matrimonios con varios hijos, todos muy arreglados, que pedían con afectada educación sus consumiciones y procuraban situarse de manera que no tuvieran que mezclarse con la fauna autóctona. Al minuto comprendí que debían ser los últimos vestigios dispersos de la marcha contra el aborto que había reunido a más de dos millones de personas esa tarde en las calles de Madrid (ese mismo tipo de cálculo explicaría que, en ese momento, más de cincuenta mil personas nos tomábamos una copa en ese bar. Tirando por lo bajo, vaya). De repente, una mano me agarró fuertemente del hombro haciéndome girar. Allí estaba el gitano del que ya había hablado en alguna otra ocasión: con su porte distinguido, elegante, elevándose por encima de los demás, sonriéndome levemente mientras me alargaba la mano para estrechar la mía con fuerza inusitada. Llegaba tarde, un tanto desorientado por las nuevas reglas televisivas que hacían que perdiera las referencias, y creyendo que esta vez tampoco ponían el partido en el bar. Durante un segundo mis habituales alarmas saltaron: esta vez no me podía escapar, ninguno de sus contertulios habituales estaban allí para que su atención se desviara y yo pudiera continuar con esa extraña misantropía mía, que hace que me interesen tanto las actividades y actitudes de los seres humanos cuando están en reunión como tan poco interaccionar con ellos creando lazos que siempre, posteriormente, terminan siéndome molestos. Esta vez la salvación educada era imposible. Mis viejas defensas estaban alzadas, todas las alarmas encendidas y a punto estaba de cometer un desaire borde de los míos a quién desde luego no lo merecía. Entonces me relajé (debe ser la edad), aparté a un lado todas mis manías, dejé la revista en la barra y le pregunté dócilmente cómo estaba. No hacía falta más, era la señal que él esperaba y no la desaprovechó: se acercó más a mí y comenzamos a hablar. Era un personaje particular, extraño, con cierto halo romántico, que evidentemente ocultaba algo que estaba a punto de contarme a nada que lo dejara hablar. Por una vez cambié mi rol habitual, abandoné mi posición de conversador monologuista, adopté un posición secundaria en la charla y lo dejé hablar, dejé que su historia, por fin, después de varios años, me fuera contada.

De manera pausada, controlando a duras penas el orgullo que sentía por su trayectoria, por su vida, me contó, primero, de la familia de la que provenía, una familia que respiraba flamenco por los cuatro costados. Era hijo y hermano de cantantes de cierta fama, era tío de una chica joven y televisiva también perteneciente al mundo del espectáculo y la canción cuya foto de su boda, manoseada y desgastada (seguro que de tanto mostrarla para presumir), me enseñó con orgullo para demostrarlo y él mismo era todavía cantante en activo (“te voy a traer un CD mío que grabé, para que lo pongas en el coche, verás que bonito”, me decía); me contó también de sus andanzas en los ochenta por Japón, por Italia, por países lejanos que se apasionaban con su arte, de las fiestas, de las hermosas mujeres que había conocido y besado, de su interés por las cosas, por esas otras culturas que había conocido: “yo soy un gitano culto (me decía con gravedad), me gusta respetar a los demás, y soy culto no porque haya leído mucho, sino porque he vivido esas cosas yo mismo, como le decía a algunos novelistas con los que he hablado: lo que tú escribes, yo lo he vivido”. Mientras hablaba despacio, relajado, bebiendo pequeños sorbos de la coca cola que había pedido y me iba desplazando lentamente de mi posición de privilegio para quedarse él (con todo merecimiento) con ella, yo lo miraba, observaba los surcos de su cara, las arrugas bajo sus ojos, su ropa avejentada pero elegante, y notaba su temblor, un temblor preludio de la devastación final, un temblor incontrolable que sólo ahora entendía que siempre intentaba encubrir adoptando posturas con las que encerraba a su propio cuerpo, con los brazos cruzados fuertemente sobre el pecho, pero que ahora que se explayaba, feliz y satisfecho, olvidaba por momentos esconder, hasta que lo recordaba y obligaba a su mano a apoyarse fuertemente en la barra para contener lo incontenible, y microgestos nerviosos mapeaban su cara provocando leves movimientos en la superficie de su piel.

El partido comenzó de nuevo y la atención de ambos en la conversación fue decayendo. Su interés, de nuevo, se concentró en su Madrí y su emoción, el fútbol. Uno diez minutos después un chaval joven, que no llegaba a la treintena, entró en el bar y se puso a su lado. Vestía de punta en blanco, muy arreglado, y se le veía, desde que entró a saludar, con enormes ganas de marcharse para comenzar su noche. Tras unos minutos de conversación intrascendente sobre el partido con el gitano, se despidió rápidamente y volvió a dejarnos solos. Al momento se me acercó, y hablando en voz baja, confidencialmente, me comentó que era su hijo: “muy buen chico, trabaja en El Corte Inglés”, sentenció. Sonreí y el silencio volvió a unirnos.

Un rato más tarde, al final del partido, nos despedimos con prisas con otro fuerte apretón de manos. Mientras andaba hacia casa no podía dejar de pensar otra vez que pronto yo también desertaría y dejaría de ir a ese bar. Y lo veía entrar a él, de nuevo solo, en el bar, oteando, buscando caras conocidas, sus anclas futboleras, sin reconocer a nadie pero sin preocuparse por ello, acercándose a algún tipo nuevo de la barra, presentándose, quitándole educadamente el sitio, charlando sobre su vida, mostrando aquella foto. Una vez más.

16 octubre 2009

Preguntas sin respuesta (octubre 2009)

  • ¿Alguien me puede explicar la manifestación contra el aborto convocada en Madrid? ¿Nadie les ha dicho que llega con veinte años de retraso? ¿Alguien me puede explicar qué coño harán una treintena de diputados del PP en ella? ¿Volverán a aducir (como ya hicieron en las marchas contra el matrimonio homosexual) que están para criticar pequeños aspectos de la reforma mientras la caverna de su alrededor llame a voz en grito asesinas a las mujeres (y a los médicos que las ayudan y a los políticos que lo permiten mediante leyes) que abortan? ¿Y alguien me da alguna pista de cómo tiene Aznar la desfachatez de presentarse en esa manifestación cuando tras ochos años como presidente del país no cambió ni una coma de una ley que permitía, mediante triquiñuelas, lo mismo que ahora hace que se lleven las manos a la cabeza?
  • ¿Cómo quiere el PSOE que nos comamos que subir los impuestos a los ricos y poderosos pasa por subir el IVA del 18% al 20%? ¿Tantas presiones hay? ¿Tantos compromisos ocultos? ¿Es ésta la política económica de izquierdas que Zapatero quiere ofrecer a sus votantes? ¿No es éste el principio del fin de ZP?... Siempre quedará Gürtel
  • ¿Por qué me da cada vez más pereza acercarme a ver una película de Amenábar y cuando pienso en él, lo leo, o lo escucho su imagen se me confunde (negativamente) tanto con la de Spielberg (otro director con el que he pasado del amor al hastío pasando por la indiferencia)?
  • ¿Alguien sabe cuál es la razón de la inquina contra Fernández Mallo en ciertos foros literarios actuales que hace que cada vez que surja algún tipo de crítica contra él se lancen como lobos hambrientos a desollar a su víctima, y a jalear como héroe al que se mofa del “nocilllero”? ¿Al menos se han leído la primera novela de la trilogía? ¿O sólo critican al “producto Nocilla” sin conocer la obra que tiene detrás? ¿Alguien les puede recordar que los chistes a costa de la maldita Nocilla están más manoseados que los de Chiquito?
  • ¿Cómo he podido ver tanto cine durante toda mi vida sin acercarme a la obra de John Cassavetes? ¿Cómo pueden ser tan extraordinarias, tan especiales, tan sinceras, tan hermosas y tan humanas Faces, Husbands, A woman under the influence y Opening night?
  • Después de ver los trailers en español de Gran Torino y Malditos bastardos y disfrutar las películas en VOS, ¿alguien me puede explicar cómo alguien con cierto interés por el cine puede ver estas películas dobladas al castellano?
  • ¿Por qué (extraña) razón la gente le da tanta importancia al Nobel de la Paz? ¿No hay cierta pose e histrionismo en el rasgarse las vestiduras de tantos porque Obama lo haya recibido este año? ¿Alguien ha medido la cantidad de portadas, artículos de opinión y noticias que ha acaparado este hecho? ¿Es eso periodismo? ¿Alguien recuerda que dos meses después del golpe de estado de Pinochet en Chile, Kissinger (secretario de estado norteamericano y uno de los promotores de dicho golpe) recibió ese Nobel? ¿No es suficiente desprestigio como para ignorar esta concesión anual?
  • ¿Y si termina comprando Mediaset (Berlusconi) parte de Sogecable (PRISA)? ¿Y si terminan fusionándose Telecinco y Cuatro?...
  • ¿Cómo es posible que el presidente de la CEOE no pague a los trabajadores de sus empresas al tiempo que exige reformas laborales al Gobierno? ¿Qué pensará el empleado de su empresa que no cobra su nómina cuando vea a su jefe pedir solemnemente el despido libre aludiendo cínicamente a la situación de “paro libre” actual? ¿Cómo es posible que seamos tan ceporros como para no saber con quién alinearnos en esta crisis económica?
  • ¿Cuál es la (miserable) razón por la que los medios españoles llaman Gobierno de facto al gobierno golpista de Michelleti en Honduras? ¿No fue un golpe militar el que expulsó del país al presidente democráticamente elegido?... Por cierto, ¿alguien sabe la razón por la que el intento de reforma de la Constitución de Uribe en Colombia para poder ser reelegido como Presidente ha tenido un tratamiento en la prensa española (principalmente entre los megatertulianos) tan diferente al de Chávez?

06 octubre 2009

Oscuridad

Nunca la siento llegar. Sólo noto por fin su presencia cuando tímida, ofrece sus primeros signos de existencia, dentro de mí, una leve perturbación, casi irreconocible, que alerta a mis sentidos, despertando el miedo irracional. Durante unos minutos me dedico a su estudio, que es el de mí mismo, me estudio desde dentro, mientras parece que atiendo a lo de siempre, hablando cada vez con menos atención, intentando pobremente mantener el show docente para que ellos no noten nada. Pero ya estoy en otro lugar, en otra dimensión, estoy bañado en una luz que se hace por segundos más y más brillante. Un arco luminoso que crece en límite del iris de uno de mis ojos. Desde la nada. Desde ningún sitio. Sin ningún porqué. Que va transformándose poco a poco en elipse o círculo, cerrándose amenazante sobre la pupila. Es difícil delimitar la forma de su frontera mientras corro finalmente hacia la oscuridad, el único remedio válido, tan inútil como imprescindible, tan necesario como vano. Y me escondo, desparezco del mundo real mientras al tiempo aguardo iluso, una vez más, un final distinto al de las otras veces, o una ayuda que nadie puede ofrecerme. Ya estoy sentado. Rodeado de la ausencia de cualquier atisbo de luz externa me ilumino desde mi interior y mi ojo invierte su foco inundando con un fulgor brutal todo mi ser. Estoy en la difusa frontera que delimita el primer desenlace. Apenas veinte minutos han pasado. Nunca me acostumbraré al resplandor final que parece resolver displicente entre la vida o la muerte, y que un segundo después comienza a desparecer, a huir, a abandonarme, permitiéndome regresar lentamente a la normalidad. Vuelvo a ser consciente de lo que me rodea. Intuyo las formas de los objetos de la habitación. Desaparece del todo, siento su ausencia de manera tan repentina como noté su presencia. Y quedo allí solo rodeado de oscuridad, respirando acompasadamente, con la certeza absoluta de que ese final sólo es el principio. Espero alerta. De repente siento una fuerte sacudida en las sienes. Ya está aquí. Lo anterior sólo era la primera advertencia. El aviso del inminente ataque. Está llamando a la puerta y sabe que no puedo evitar abrirle.

Sólo quedan horas de oscuridad.

23 septiembre 2009

Pues claro

Más allá de leyes educativas, más allá de tarimas, más allá de cambios generacionales, más allá de profesores, más allá de pública, concertada o privada, más allá de cháchara política o pedagógica...

"La formación de los padres es determinante"

Al final el origen sociocultural del alumno es el que realmente determina en mayor grado sus opciones de futuro y el tipo de educación al que terminará accediendo.

Pues claro.

Y no veo que las brechas socioeconómicas sean objeto de debate educativo, ni sean un criterio que determine la organización de los centros, ni los medios que se dedican a la educación.

No, aquí en España a unos se les llena la boca hasta el vómito con lo de la "libertad de elección de los padres" y a los otros con parches y chorradas tremendamente nocivas como "educación para la ciudadanía" o el "aprender a aprender"

Así nos va.

21 septiembre 2009

Diez años

Por entonces tenía un cuaderno de pastas azules donde escribía de manera caótica, intentando reflejar lo imposible: el paso del tiempo. De aquel 21 de septiembre sólo tengo una pequeña anotación, casi un mensaje de twiter o facebook del siglo XX:

Estoy aquí. No hay palabras

Hace ya diez años. Diez años que han pasado volando. Diez años desde que llegué al aeropuerto de Tenerife cargado con kilos de maletas e ilusiones.

Hay vidas que transcurren de manera lineal, sin grandes sobresaltos. La mía en general ha sido así. Como la de tantos. Pero a veces en las vidas de algunos hay un momento, un día, una decisión vital que marca indeleblemente el futuro. Un punto de inflexión que cambia todo. Para mí fue abandonar Sevilla (al final para siempre) y embarcarme en una aventura complicada que supuso el verdadero tránsito de la adolescencia (adultescencia si soy consecuente con mi propia terminología) a la vida adulta. Nunca podré estar lo suficientemente satisfecho de haberme arriesgado, de haber roto correosos y desgastados lazos familiares y emocionales, y de haber viajado a una isla de la cuál sólo me han quedado recuerdos cojonudos.

Desde aquí mando un abrazo a todos los godos (y algunos guanches) que andan desperdigados por el mundo y que durante casi tres años fueron mi primer refugio emocional una vez abandonado realmente el nido.

Y el más fuerte de ellos a la goda que comparte desde entonces mi vida

Como diría uno de ellos: seguimos caminando...

10 septiembre 2009

Cinecaína

Una de las señas de identidad más significativas de cualquier época histórica son sus “productos” culturales y el público (consumidor si nos atenemos a las nuevas formas nada inocentes de denominación social que convierten a todo en producto de consumo) al que va dirigido. La literatura, la arquitectura, la pintura o el teatro han sido reflejo, causa o consecuencia de los cambios sociales de las diferentes culturas de la humanidad, adaptándose sin cesar a las exigencias de su público potencial, al tiempo que abrían nuevos senderos creativos para hallar lenguajes y formas de expresión que subvirtieran el orden cultural establecido. De esta manera han ofrecido siempre al hombre social una puerta desde la que atreverse a reflexionar sobre su propia existencia en todas sus vertientes, mientras encontraban (o ansiaban hacerlo) nuevos caladeros de público donde fortificarse.

En relación a lo expuesto, por todos es conocido que el cine en el momento de su creación renunció a las grandes aspiraciones de sus hermanos artísticos mayores y se orientó directamente a cubrir las necesidades de entretenimiento de las masas, con el objetivo (que consiguió) de convertirse en el pasatiempo preferido del más importante sujeto político del momento histórico, actor fundamental en el devenir del siglo XX. La rebelión de las masas suponía la necesidad de éstas de acceder a esos ratos y actividades de ocio de los que siempre habían dispuesto las clases adineradas y que ellos sólo habían podido entrever a través del teatro y la literatura popular. En este sentido el teatro, con una evolución evidentemente intelectual y clasista, demasiado complejo e inaccesible para las masas semianalfabetas, no podía adaptarse a una nueva demanda que consiguió que el cine y el pueblo se unieran en una de las más rápidas y efectivas asociaciones culturales entre arte y clase social de la historia de la humanidad (introduciendo, por supuesto, un instrumento terriblemente efectivo de manipulación social, aspecto éste que no es objeto de este post).

Con el tiempo el cine, el patito feo de las artes, el entretenimiento del pueblo, fue tomando conciencia de sus enormes posibilidades artísticas, de las puertas que se abrían a la hora de convertirse tanto en un instrumento de feroz precisión o pausada reflexión en lo social, como en una oportunidad de desarrollo de nuevas formas de creatividad que le permitirían alcanzar novedosas maneras de expresión en territorios hasta ese momento no transitados. Aparecieron así los primeros movimientos propios del cine como el expresionismo alemán (deudor del movimiento pictórico del mismo nombre pero con características propias), cineastas con clara vocación de autor y con complejos universos propios como Dreyer, Eisenstein, o Sjöström, y por supuesto, el cine como industria, cuyo mejor representante fue el cine clásico americano en el que múltiples autores, sin perder de vista los gustos del consumidor medio y las necesidades comerciales de sus obras, encontraron pequeños respiraderos y se permitieron experimentar con el nuevo medio. Las obras en algunos casos empezaron a ir más allá de la mera narración de historias para situarse en un plano superior, donde lo narrado se hilaba con diferentes estilos de formas de narración que permitían identificar la preocupaciones y obsesiones de los autores, y encontrar en sus películas diversas lecturas que enriquecían su visión (y revisión).

El siguiente paso era evidente: la diversificación y el número de obras, estilos y autores se hizo tan grande en pocos años que surgió la inevitable especialización y la (hoy tan extrañamente denostada) cinefilia. Los sesenta y los setenta son la época dorada del cine como tema de discusión artística, filosófica, política y social. En su seno surgen los primeros cineastas que dialogan con el pasado del arte al que se dedican y a través de ese diálogo fértil subvierten los primeros cánones establecidos para bucear en otras posibilidades estéticas, narrativas y visuales. De esta manera irrumpe la (siempre citada) Nouvelle Vague, a la que acompañaría en Europa el trabajo de un puñado de cineastas y movimientos cinematográficos que introducen en sus películas una vertiente de intelectualidad y autoconciencia del medio que significaba una auténtica novedad en el arte cinematográfico. Estaríamos refiriéndonos (citando rápida y de manera descuidada) a directores como Antonioni, Manuel de Oliveira, Fellini o Tarkovski, a Cassavetes en EEUU, a movimientos como el Nuevo cine alemán (Fassbinder, Herzog…) e incluso el New Hollywood donde, aunque la parte comercial de los productos cinematográficos sigue siendo el aspecto más relevante de los proyectos que se llevaron a cabo, se hizo evidente la muerte del modo de producción clásico, y durante una década un grupo de directores y guionistas (Coppola, Scorsese…) desafiaron al sistema de producción industrial y crearon una serie de películas inolvidables.

Pero el cine es un arte de vida acelerada. Parecería como si intentara compensar su nacimiento tardío con una evolución desaforada y frenética que le hace quemar etapas velozmente, devorando estados intermedios que en otras disciplinas han durado siglos y que su caso se limitan a unas pocas décadas. Tras el periodo citado la civilización occidental sucumbe a la cultura del estímulo perpetuo demandando espectáculos cada vez más abigarrados que sacien sus enormes ansias de emociones. La nueva era viene apadrinada cinematográficamente por la pareja Lucas-Spielberg, que descubren además al capital las enormes posibilidades de negocio que existen en los aledaños del cine, más allá de las salas, abriendo las puertas a un nuevo caladero de espectadores potenciales: los adolescentes. Hasta ese momento los adolescentes no habían interesado a una industria que se despedía de los niños a la espera de que se convirtieran en adultos y siguieran consumiendo cine, formaran familias y entonces fueran ellos los que llevaran a las salas a sus hijos pequeños. La adolescencia como tal, era un período corto y estéril desde el punto de vista comercial. Pero en los 80 eso comienza a cambiar: las transformaciones sociales, los nuevos conceptos de familia, la necesidad de una mayor formación y estudios para entrar con más posibilidades en el mercado laboral y decenas de motivos trillados y conocidos provocaron que, por un lado, los año propios de la adolescencia comenzaran a aumentar y por otro, al aumentar los recursos económicos familiares para el ocio, crecieran también los excedentes que quedaban en los bolsillos de estos adolescentes, que estaban locos por encontrar productos donde fundirlo.

Seducidos por la enorme rentabilidad económica de las primeras películas fantásticas de Lucas y Spielberg el cine vuelve, una vez más, a cambiar de dirección y abandona al espectador adulto, maduro y crítico. Prefiere orientarse hacia un público adolescente que no quiere reflexión sino que demanda emoción, exigiendo historias que sacien su inagotable apetito de sorpresas maravillosas pero que al tiempo ya no sean infantiles. El adolescente aparece por primera vez en la historia como un consumidor con posibles al que hay que redirigir los productos de consumo, y de esta forma el cine comienza a perder el mínimo enfoque artístico y maduro que había adquirido en las inmediatas décadas anteriores para volver a retomar su papel primigenio de pasatiempo de masas. Esta regresión que comienza a advertirse en los 80 se hace plenamente constatable en el cine de los 90, cuando la tendencia se convierte en paradigma gracias, entre otras motivos, a la irrupción de los nuevos medios informáticos que permitieron el asentamiento definitivo del adolescente como consumidor global de lo que ya no sólo era industria del cine sino industria del entretenimiento (con ramificaciones que terminarían dejando al cine en un segundo y tercer plano como los juegos de ordenadores, los videojuegos, Internet, la música a través de la red…).

Lógicamente, la búsqueda de beneficios ingentes e inmediatos (el camino por el que discurre gran parte de la producción cinematográfica en los últimos años, fundamentalmente la de Hollywood) no podía limitarse para siempre a un solo tipo de público. Había que crecer, pero la solución ya no pasaba por volver a proponer obras más complejas para un público adulto. No era necesario. El objetivo, aprovechando el estado de adultescencia generalizado, la eterna adolescencia en la que queremos vivir el mayor tiempo posible, fue no perder al público conseguido en los 80 y 90, no dejarle envejecer, no dejar que se aburriera de ver el mismo tipo de películas. Conseguir que siempre fuera un público adolescente a pesar de que hubiera superado los treinta y se acercara ya a los cuarenta. Alimentando durante dos décadas al espectador-masa con un tipo de cine-estímulo, educándolo en él desde su infancia, generando sinergias destructivas en esa (des)formación con los videojuegos y demás parafernalia tecnológica, se ha alcanzado la siguiente evolución del cine, el nuevo paradigma, lo que vengo a llamar Cinecaína. La Cinecaína comparte los fundamentos e instrumentos básicos con el cine de toda la vida, pero ya no busca ni por asomo crear arte o provocar reflexión y emoción razonada a un espectador maduro y crítico. No exige una interacción intelectual, ni tampoco una implicación emocional y racional. La Cinecaína es una poderosa droga visual que ha generado un nuevo tipo de espectador, un yonquiespectador que limita su acercamiento a los cines (o en su hogar) a un tipo de película que le eleva la adrenalina hasta niveles insospechados o lo arrastra a un carrusel de emociones primarias durante las dos horas escasas de metraje. La Cinecaína ofrece a este espectador dosis ingentes de estímulos continuos que lo convierten en un receptor totalmente pasivo, un recipiente sin alma que no tiene ninguna posibilidad (ni necesidad) de reflexionar sobre lo que se le propone. No hay que reducir estos estímulos de los que hablo a meramente visuales o sonoros (que son los más evidentes en las películas de acción o fantásticas), la Cinecaína tiene un amplio catálogo de recursos que le permite ofrecer en cada una de sus películas las dosis necesarias de romance, comedia, acción y drama; dosis que siempre se suceden las unas a las otras a velocidad de vértigo, mediante un bombardeo continuo y acelerado que impide que el yonquiespectador pueda siquiera removerse en su silla. Este nuevo tipo de espectador es fácilmente identificable puesto que, como adultescente tipo, utiliza siempre las mismas expresiones simples y razonamientos lineales que lleva usando veinte años a la hora de valorar películas, despojándolas ya de todo atisbo reflexivo. De esta manera a expresiones como “cojonuda” “de puta madre” o “la ostia” que utiliza cuando las sensaciones han sido positivas contrapone otras como “un coñazo” “aburrida” o “muy lenta” cuando lo que ha visto no le ha convencido. No va más allá. No puede ir más allá, no tiene recursos para ello puesto que la capacidad crítica la tiene atrofiada tras años de no usarla para valorar las películas. No es necesario reseñar que este neoespectador es totalmente incapaz no ya de entender, sino de aguantar sentado un par de horas viendo películas que no contengan Cinecaína, y reacciona ante ellas con odio y rencor, como el niño ante lo que cree un enigma irresoluble.

El yonquiespectador se convierte así en un trasunto del Alex de La Naranja mecánica, cuando recibe terapia de choque a través de estímulos visuales. Con el tiempo la cadencia convencional de estímulos ya no es suficiente para despertar su atención y necesita cada vez dosis más altas de Cinecaína para poder colocarse satisfactoriamente. Necesita cada vez más y cada vez se hace más exigente. La industria ha generado un consumidor monstruo que la está devorando desde dentro obligándola a producir películas cada vez más costosas que ni siquiera llaman la atención de unos espectadores en estado semicatatónico a los que ya no les importa el envoltorio de su droga favorita, ni su estética, ni los actores, ni la calidad visual de lo que ve, sino tan sólo las emociones básicas e inmediatas que pueden conseguir con ella, por lo que abandonan los canales tradicionales y oficiales de venta de Cinecaína y acuden a otros camellos con menos escrúpulos y más baratos que les permiten un consumo inmediato y compulsivo (Internet y las descargas piratas).

La única esperanza está precisamente en esa evolución continua del cine que permite pensar que la irrupción de nuevas formas de producción más baratas, democráticas, y con mayores posibilidades de difusión, (ligadas a la red y mediante el uso de cámaras digitales) pueda suponer una nueva explosión de creatividad artística. Porque lo que es patente, como ya pasó en los 60 cuando se enfrentó a la televisión, es que el cine está entrando en una decadencia espantosa y la única solución que parece tener la industria convencional (como también pasara entonces) son producciones hipertrofiadas dirigidas a un espectador zombi que ya no reacciona.